KADISH
Para Naomi Ginsberg, 1894-1956
I
Es extraño pensar ahora en vos, ida
sin corsets ni ojos, mientras camino por el pavimento soleado de Villa
Greenwich.
En el centro de Manhattan, mediodía de invierno
despejado, y llevo toda la noche levantado, hablando, hablando, leyendo el
Kaddish en voz alta, escuchando el grito-blues de Ray Charles ciego en el
fonógrafo
el ritmo el ritmo —y tu recuerdo en mi cabeza tres años
después— Y leer en voz alta las últimas estrofas triunfantes de Adonais
—lloré al darme cuenta de cuánto sufrimos—
Y de cómo la
Muerte es ese remedio con que todos los cantantes sueñan,
cantan, recuerdan, profetizan como en el Himno Judío, o el Libro Budista de las
Respuestas —y mi propia imaginación de hojas secas —en el amanecer—
Soñando hacia atrás a través de la vida, Tu tiempo —y el
mío acelerándose hacia el Apocalipsis,
el momento final —la flor ardiendo en el Día— y lo que
viene después,
mirando hacia atrás en la mente misma que vio una ciudad
de América
un flash a otra parte, y el gran sueño de China o Yo, o
vos y una Rusia fantasmal, o una cama arrugada que nunca existió—
como un poema en la oscuridad —fugado de vuelta hacia el
Olvido—
Nada más para decir, y nada por lo que llorar excepto
los Seres del Sueño, atrapados en su desaparición,
suspirando y gritando por ello, comprando y vendiendo
pedazos de fantasma, adorándose los unos a los otros,
adorando al dios incluido dentro de todo esto —¿anhelo o
fatalidad?— mientras dura, una Visión —¿algo más?
Salta sobre mí, cuando salgo y camino por la calle, miro
hacia atrás por encima de mi hombro, la Séptima Avenida,
las almenas de ventanas de edificios de oficina hombreándose unas a otras, más
alto, bajo una nube, altas como el cielo por un instante —el cielo arriba —un
viejo lugar azul.
o por la avenida en dirección hacia el sur, hacia
—mientras camino hacia el Lado Este Inferior—
hacia donde vos caminaste 50 años atrás, muchachita —de Rusia, comiendo los
primeros tomates venenosos de América— asustada en el puerto
y después forcejeando en la muchedumbre de calle Orchard
hacia qué? —hacia Newark
hacia la tienda de dulces, las primeras gaseosas del
siglo artesanales, helado batido a mano en la parte trasera sobre tablas
mohosas de parqué—
Hacia la educación el matrimonio la crisis nerviosa,
la operación, enseñando en la escuela, y aprendiendo a estar loca, en un sueño
—¿qué es esta vida?
Hacia la
Llave en la ventana —y la gran Llave extiende su cabeza de
luz sobre la cima de Manhattan, y sobre el piso, y se rinde en la vereda —en un
vasto rayo único, moviéndose, mientras camino por la Primera hacia el Teatro
Yiddish —y hacia el lugar de pobreza
que vos
conociste, y que yo conozco, pero ahora sin preocuparnos —Es extraño haberse
mudado a Paterson, al Oeste, a Europa y acá otra vez,
con los gritos de los españoles ahora por las cuñas que
traban las puertas abiertas, y chicos negros en la calle, escaleras de
emergencia
tan viejas como vos
—Aunque no sos vieja ahora, eso se queda aquí conmigo—
Yo mismo, como sea, tan viejo tal vez como el universo
—y yo creo que él muere con nosotros —suficiente para cancelar todo lo que
viene —y lo que ya vino desaparece para siempre cada vez
¡Eso está muy bien! Eso lo deja abierto para que no haya
remordimientos —ni radiadores de miedo, carencia de amor, tortura incluso dolor
de muelas sobre el fin—
Aunque cuando viene es un león que se come el alma —y el
cordero, el alma, en nosotros, ay, ofreciéndose a sí mismo al hambre
encarnizada del cambio —pelo y diente— y el rugido de los huesos dolorosos, el
cráneo pelado, la costilla rota, la piel podrida, la Implacabilidad
trucada en el cerebro.
¡Ay, ay! ¡empeoramos! ¡estamos en problemas! Y vos no
estás, la Muerte
te dejó afuera, la Muerte
fue misericordiosa, y vos ahora estás arreglada con tu siglo, arreglada con
Dios, arreglada con el pasaje a través de él —arreglada con vos misma después
de todo —Pura— De regreso al Bebé oscuridad anterior a tu Padre, anterior a
nosotros —anterior al mundo—
Ahí descansá. No más sufrimiento para vos. Sé adónde te
fuiste. Está bien.
No más flores en los campos veraniegos de Nueva York,
ningún gozo ahora, ni más miedo de Louis,
ni tampoco más de su dulzura y anteojos, ni sus décadas
en la secundaria, deudas, amores, llamadas por teléfono temerosas, camas de
concepción, parientes y manos—
Ya no más de tu hermana Eleonor, —ella se fue antes que
vos —lo mantuvimos en secreto —vos la mataste —o se mató a sí misma para
terminar de lidiar con vos— un corazón artrítico —Pero la Muerte las mató a ambas —Ya
no importa—
Tampoco de tus recuerdos de tu madre, 1915 lágrimas en
películas mudas semanas y semanas
olvidando, apenarse viendo a Marie Dressler
hablándole a la humanidad, a Chaplin bailando de joven,
o a Borís Godunov, Chaliapin en el Metropolitano,
aclamando su voz de zar llorón —en el pasillo con Eleonor y Max— mirando
también a los Capitalistas sentándose en la Orquesta, pieles blancas y diamantes,
o con los viajes a dedo de la YPSL
por Pensilvania, en polleras-pantalones
de gimnasia negras y holgadas, fotografía de 4 chicas agarrándose de la
cintura, y ojo sonriente, demasiado tímidas, soledad virginal de 1920
todas esas chicas están viejas, o muertas, y ese pelo
largo crece en la tumba ahora —afortunadas de tener maridos después
Vos lo lograste —yo vine también —Mi hermano Eugene
antes (todavía llorándote ahora, te llorará
hasta su agonía final, mientras atraviesa su cáncer —o muere —tal vez más tarde
—el cree que pronto—)
Y es el último momento que recuerdo, en el que los veo a
todos, a través de mí mismo, ahora —menos a vos
No preví lo que sentiste —qué apertura de boca enferma
más horrorosa vino primero —a vos— ¿estabas preparada?
¿Para ir adónde? ¿En la oscuridad —eso— en ese Dios? ¿un
resplandor? ¿Un Señor en el Vacío? ¿Como un ojo en la nube negra de un sueño?
¿Al fin Adonai con vos?
¡Más allá de mi
memoria! ¡Incapaz de adivinar! No solamente el cráneo amarillo en la tumba, o
una caja con polvo de gusano, o la cinta del pelo manchada —¿Calavera con Halo?
¿podés creerlo?
¿Es tan sólo el sol que brilla una única vez para la
mente, sólo la fulguración de la existencia, como nunca jamás?
Nada más allá de lo que tenemos —de lo que tuviste— es
algo tan lamentable —sin embargo el Triunfo,
haber estado acá y cambiado, como un árbol, partido, o
una flor —haber alimentado el suelo— pero loca, con sus pétalos de color,
pensando en el Gran Universo, sacudida, cortada en la cabeza, desnudada de
hojas, escondida en un hospital-caja de huevos, envuelta en trapos, dolorida
—enloquecida en el cerebro de la luna, falta de Nada.
Ninguna flor como esta flor, que se supo a sí misma en
el jardín, y peleó con el cuchillo —perdió
Arrancada por el pensamiento helado —incluso en
primavera— fantasmal y extraño de un Muñeco de nieve idiota —alguna Muerte— Un
pedazo de hielo filoso en su mano
coronado con rosas viejas —un perro por sus ojos —la verga de un explotador —el
corazón de las planchas eléctricas.
Todas las acumulaciones de la vida, que nos agotan
—relojes, cuerpos, conciencias, zapatos, tetas —tus hijos engendrados —tu
Comunismo —la “Paranoia” en los hospitales.
Una vez le diste una patada en la pierna a Eleonor, ella
se murió de un paro cardiaco después. Vos de un derrame. ¿Dormida? En el plazo
de un año, las dos, hermanas en la muerte. ¿Eleonor está feliz?
Max pena en vida en una oficina en el Bajo Broadway,
bigote largo y solitario sobre la medianoche Contabilidades, no está seguro. Su
vida pasa mientras él la mira —¿Y de qué duda ahora? ¿Todavía el sueño de hacer
dinero? ¿o de que podría haberlo hecho, o contratado a una enfermera, o haber
tenido hijos, o incluso haber hallado tu Inmortalidad, Naomi?
Lo voy a ver pronto. Ahora tengo que pasar de largo
—para hablar con vos —para hablarte como no lo hicimos cuando tenías una boca.
Para siempre. Y estamos ligados por eso, para siempre
—como los caballos de Emily Dickinson —con las cabezas apuntadas hacia el Fin.
Ellos conocen el camino —Estos Corceles— corren más
rápido de lo que pensamos —es nuestra propia vida la que cruzan —y se la llevan
con ellos.
Magnífica,
ya no llorada, arruinada del corazón, mente rezagada, casada soñada, cambiada
mortal —Culo y cara hartos de asesinatos.
En
el mundo, dada, flor enfurecida, sin volverse Utopía, encerrada bajo pino,
apuntada en la Tierra,
borracha en Soledad, Jehová, acéptala.
Sin
nombre, con Una sola Cara, Para-siempre más allá de mí, sin principio, sin fin,
Padre en la muerte. Aunque no estoy allí para esta Profecía, yo estoy sin
matrimonio, yo estoy sin himno, yo estoy sin Cielo, sin cabeza en la felicidad
igual te adoraría
a
Ti,
Cielo, después de la Muerte,
sólo Uno bendito en la Nada,
ni luz ni oscuridad, la
Eternidad sin Día—
Toma
esto, este Salmo, mío, explosión de mi mano un día, parte de mi Tiempo, ahora
entregado a Nada —para alabarte a Ti— Excepto Muerte.
Este
es el fin, la redención de la Tierra Salvaje,
camino hacia el Maravilloso, Casa buscada por Todos, pañuelo negro lavado
equitativamente por llanto —página fuera del Salmo— Último cambio de Naomi y
mío —hacia la Oscuridad
perfecta de Dios— ¡Muerte, guardad vuestros fantasmas!
II
[Narración]
Una
y otra vez —estribillo —de los hospitales —todavía no he escrito tu historia
—la dejo abstracta— unas pocas imágenes
corren
por la mente— como el coro de saxofones de casas y de años —recuerdo de
electroshocks.
Por
las largas noches que pasé de chico en el departamento de Paterson vigilando tu
nerviosismo —estabas gorda— tu próximo movimiento—
Por
esa tarde que no fui a la escuela y me quedé en casa para cuidarte —de una vez
por todas— cuando juré para siempre que una vez que los hombres no estuviesen
de acuerdo con mi concepción del cosmos entonces estaría yo perdido—
Por
mi carga subsiguiente —voto de iluminar a la humanidad— esto es la revelación
de los detalles —(loco como vos) —(la cordura farsa de la concordia)—
Pero
vos mirabas fijamente por la ventana la esquina de la iglesia de Broadway, y
espiabas a un magnicida místico de Newark
Entonces
llamé al doctor —“Está bien, salgan y tómense un descanso” —Me puse mi abrigo y
te acompañé hasta abajo a la calle —por el camino un nene de escuela primaria
gritó, inexplicablemente —“¿Dónde va señora a la Muerte?”, y yo me
estremecí—
y
vos te tapaste la nariz con un cuello de piel apolillado, máscara de gas contra
el veneno infiltrado en la atmósfera del centro, rociado por la Abuela—
¿Y
era acaso el chofer del colectivo del Servicio Público caja-de-queso un miembro
de la banda? Te estremeciste al ver su cara, pude subirte con dificultad —a
Nueva York, al mismo Times Square, para tomar otro Greyhound—
donde
esperamos cerca de dos horas luchando con insectos invisibles y con la
enfermedad judía —brisa envenenada por Roosevelt—
afuera
para llevarte —y yo todo el tiempo pegado encima tuyo, esperando que todo
termine en una habitación tranquila en una casa victoriana frente al lago.
Viajar
tres horas por los túneles pasando frente a toda la industria americana,
Bayonne
preparándose para la Segunda Guerra
Mundial, tanques, plantas de gas, fábricas de gaseosa, cafeterías, castillos
depósitos de locomotoras —hacia bosques de pino indios de Nueva Jersey —pueblos
tranquilos— largas rutas hacia los campos de árboles arenosos—
Puentes
sobre arroyos sin ciervos, abalorios indígenas recargando el lecho del río
—allí, abajo, un hacha nativa o un hueso de Pocahontas— y un millón de señoras
mayores votando por Roosevelt en casas pequeñas y marrones, rutas que llevan a
la autopista de la Locura—
tal
vez un halcón en un árbol, o un ermitaño buscando una rama llena de búhos—
Todo
el tiempo peleando —con miedo por la gente extraña sentada en el asiento doble
de enfrente, roncando sin ninguna consideración —¿en qué viaje de colectivo
roncarán ellos ahora?
“Allen,
vos no entendés —es…—desde entonces esos 3 tubos grandes por la espalda —me
hicieron algo en el hospital, me envenenaron, ellos me quieren ver muerta —3
tubos grandes, 3 tubos grandes—
”¡La
hija de puta! ¡La vieja de la Abuela! La semana pasada la vi, usando unos
pantalones como un viejo, con un saco en la espalda, trepando por el lado de
ladrillos del departamento
”En
la salida para incendios, con gérmenes venenosos, para arrojármelos a mí —a la
noche— tal vez Louis la esté ayudando —él está bajo su poder—
”Soy
tu madre, llevame a Lakewood” (cerca de donde el Graf Zeppelin se había
estrellado antes,
Hitler entero en Explosión) “donde me puedo esconder.”
Llegamos
allí —la casa de retiro del Dr. no sé cuánto —ella se escondió detrás de un
armario —exigía que le hicieran una transfusión de sangre.
Nos
sacaron a patadas —cargando la
Valija hasta casas extrañas con pasto sombreado —atardecer,
pinos detrás de la oscuridad— largas calles muertas llenas de grillos y hiedras
venenosas—
La
encerré por el momento —una casa grande HABITACIONES PARA CASA DE RETIRO— le di
a la casera el dinero para esa semana —llevé la valija de acero hasta arriba —sentado
en la cama esperando a escaparme—
Habitación
limpia en el ático con un cubrecama bonito —cortinas de encaje —alfombra de
rueca —Empapelado manchado tan viejo como Naomi. Estábamos en nuestro hogar.
Partí
en el siguiente colectivo hacia Nueva York —dejé caer mi cabeza en el último
asiento, deprimido —¿lo peor está por venir?— abandonándola, viajaba en sopor
—Tenía sólo 12 años.
¿Se
escondería en el cuarto y saldría contenta para el desayuno? ¿o trabaría su
puerta y se quedaría con la mirada fija en la ventana para espiar hacia la
calle lateral? ¿escucharía por el agujero de la cerradura para detectar el gas
invisible de Hitler? ¿soñaría en una silla —o me haría burla, al lado— sola
frente a un espejo?
12
andando en colectivo de noche por Nueva Jersey, había abandonado a Naomi a las
Parcas en la casa embrujada de Lakewood —y partido a mi propio destino en
colectivo —sumergido en un asiento— todos los violines rotos —mi corazón una
úlcera en mis costillas —mi mente estaba vacía— ¿Estaría a salvo en su ataúd?—
O
de vuelta en la Escuela Normal
de Newark, estudiando sobre América con una pollera negra —el invierno en la
calle sin almorzar —un pickle un centavo— en casa a la noche para cuidar a
Eleonor en el cuarto—
La
primera crisis nerviosa fue en 1919 —se quedó en casa, faltó a la escuela,
estuvo tirada en un cuarto a oscuras por tres semanas —algo andaba mal —nunca
dijo qué— cada ruido dolía —Sueños de los chirridos de Wall Street—
Antes
de la Depresión
gris
fue a Nueva York —recuperada— Lou le sacó una foto sentada en el pasto y
cruzada de piernas —su pelo largo se enredaba con flores —sonriendo— tocando
canciones de cuna con la mandolina —humo de hiedra venenosa en los campamentos
de verano izquierdistas y yo en infancia veía árboles—
o
de vuelta dando clases, riendo con idiotas, las clases a contra mano —su
especialidad Rusa— imbéciles con labios soñadores, ojos grandes, pies flacos y
dedos enfermizos, jorobados y raquíticos— grandes cabezas balanceándose sobre
Alicia en el País de las maravillas, el pizarrón lleno con G A T O.
Naomi
leyendo pacientemente, una historia sacada de un libro de cuentos de hadas
Comunista —el cuento de la Dulzura Repentina
del Dictador —el Perdón de los Brujos —Ejércitos besándose—
Calaveras
Alrededor de la Mesa
Verde
—el Rey y los Trabajadores— Paterson Press los editaba mucho en los 30’s hasta
que ella se volvió loca, o hasta que quebraron, ella y ellos, los dos.
¡Oh
Paterson! Llegué tarde a casa esa noche. Louis estaba preocupado. Cómo podía
ser tan —¿acaso no pensaba? No debía haberla dejado. Loca en Lakewood. Llamá al
doctor. Llamá a la casa en los pinos. Demasiado tarde.
Me
fui a la cama exhausto, queriendo dejar el mundo (posiblemente ese año recién
enamorado de R —mi héroe mental de la secundaria, un chico judío que después se
convirtió en doctor —entonces un niño callado y pulcro—
más
tarde sacrificando mi vida por él, me mudaba a Manhattan —lo seguí a la Universidad —Oré en el
ferry diciendo que ayudaría a la humanidad si me admitían —lo prometí, el día
que viajaba para el Examen de Ingreso—
siendo un abogado laboral honesto y revolucionario —entrenaría para eso—
inspirado en Sacco Vanzetti, Norman Thomas, Debs, Altgeld, Sandburg, Poe —Los
Pequeños Libros Azules.
Quería ser Presidente o Senador.
aflicción
ignorante —después sueños de arrodillarme ante las rodillas estremecidas de R y
declararle mi amor de 1941 —Qué dulce se había mostrado conmigo, aunque lo
deseé y con desesperación —el primer amor —un enamoramiento—
Después
una avalancha mortal, montañas enteras de homosexualidad, Matterhorns
de porongas, Gran Cañones de agujeros del culo —pesos en mi cabeza melancólica—
mientras
tanto caminaba por Broadway imaginándome el infinito como una bola de goma sin
espacio por fuera —¿qué hay afuera?— volviendo de casa a Graham Avenue todavía
melancólico pasando por los setos verdes solitarios a través de la calle,
soñando después de las películas—)
El
teléfono sonó a las 2AM —Emergencia— se había vuelto loca —Naomi escondida
debajo de la cama gritando chapucerías sobre Mussolini —¡Auxilio! ¡Buba! ¡Fascistas!
¡Muerte! —la casera asustada —un guardia viejo y maricón gritando atrás
de ella—
El
Terror, eso despertó a los vecinos —señoras mayores en el segundo piso
recuperándose de la menopausia— todos
esos trapos entre los muslos, sábanas limpias, pena sobre los bebés perdidos
—maridos cenicientos— chicos burlándose de Yale, o engominándose en el CCNY
—o temblando en el Colegio Estatal de Maestros de Montclair como Eugene—
Su
gran pierna plegada hasta el pecho, la mano alargada No Te Acerqués, un vestido
de lana en los muslos, el tapado de piel arrastrado hasta abajo —se hizo una barricada debajo de los resortes
de la cama con valijas.
Louis
en pijama escuchando el teléfono, asustado —¿ahora? —quién podría saber?— ¿mi
culpa, por haberla entregado a la soledad? —sentado en el sofá en el cuarto
oscuro, temblando, intentando entender—
Tomó
el tren de la mañana para Lakewood, Naomi todavía debajo de la cama —pensó que
él traía policías venenosos —gritó— Louis ¿qué le pasó a tu corazón entonces?
¿Fuiste asesinado por el éxtasis de Naomi?
La
arrastraron afuera, por toda la esquina, un taxi, la metieron a la fuerza con
las valijas, pero el taxista los bajó en un kiosco. En la parada del colectivo
dos horas de espera.
Yo
estaba tirado en la cama nervioso en el departamento de cuatro ambientes, en la
cama grande del living que está al lado del escritorio de Louis —temblando—
volvió a casa de noche, tarde —me contó lo que había pasado.
Naomi
en el mostrador de la farmacia defendiéndose a sí misma del enemigo —los
estantes de los libros de los niños, duchadores vaginales, aspirinas, frascos,
sangre —“¡No se me acerquen! —¡asesinos! ¡Váyanse! ¡Prometan que no me van a
matar!”
Louis
horrorizado en la fuente de soda
con las chicas scouts de Lakewood —adictas a la coca— enfermeras —colectiveros
pendientes del horario— policías del distrito de la zona estupidizados —¿y un
cura soñando con cerdos en un acantilado ancestral?
Olfateando
el aire —¿Louis apuntando al vacío? —Los clientes vomitando sus cocas —o con la
mirada fija— Louis humillado Naomi triunfante— El Anunciamiento del Complot. El
colectivo llega, los choferes no quieren llevarlos hasta Nueva York.
Llamados
telefónicos al Dr. no sé cuánto, “Necesita descansar”, el hospital psiquiátrico
—Doctores Estatales de Greystone— “Tráigala acá, señor Ginsberg”.
Naomi,
Naomi —transpirando, los ojos sobresalidos, gorda, el vestido desabotonado por
un lado —el pelo encima de la frente, sus medias colgando con maldad de sus
piernas —pidiendo a gritos una transfusión de sangre— una mano recta levantada
—con un zapato en ella —descalza en la Farmacia.
Los
enemigos se acercan —¿qué venenos? ¿grabadores? ¿el FBI? ¿Zhdánov
escondido atrás del mostrador? ¿Trotsky mezclando bacterias de rata en la parte
trasera del depósito? ¿el Tío Sam en Newark, planeando perfumes mortíferos en
el distrito Negro? ¿el Tío Efraín, borracho de crímenes en el bar de los
políticos, conspiraciones de La
Haya? ¿la Tía Rose
pasando agua por las agujas de la Guerra
Civil Española?
Hasta
que la ambulancia que contratamos por 35 dólares llegó de Red Bank —los Brazos
sujetados— atada con una correa a la camilla— gimiendo, envenenada por seres
imaginarios, vomitando químicos por todo Jersey, rogando misericordia desde el
Condado de Essex hasta Morristown—
Y
de regreso a Greystone donde permaneció por tres años —ese era el último logro,
mandarla a un Loquero otra vez—
En
qué pabellones —caminé por ahí más tarde, a menudo —viejas señoras catatónicas,
grises como nube o ceniza o paredes —el cuidador canturreando encima del lugar
—Sillas— y las viejas arpías arrugadas repugnantes, acusadoras —suplicando mi
misericordia de muchacho de 13 años—
“Llevame
a casa” —fui solo algunas veces a buscar a la perdida Naomi, recibiendo Choques
—y le decía “No, estás loca Mamá —confiá en los Doctores”—
Y
Eugene, mi hermano, su hijo mayor, afuera, estudiando Leyes en un cuarto
amueblado en Newark—
vino
al pabellón de Paterson al día siguiente —y se sentó en el sillón destartalado
del living— “Tenemos que mandarla de vuelta a Greystone”—
—su
cara perpleja, tan joven, entonces sus ojos llenos de lágrimas —entonces el
llanto le cubrió todo el rostro —“¿Para qué?” el gemido vibrando en sus
pómulos, los ojos cerrados, la voz aguda —la cara de dolor de Eugene.
Él
muy lejos, fugado hacia un Ascensor en la Biblioteca de Newark, su botella diaria de leche sobre el alféizar
de la ventana del cuarto amueblado a 5 dólares la semana en el centro frente al
paso del tranvía—
Trabajaba
8 hrs. por día por 20 dólares semanales —en los años de la Escuela de Leyes—
permanecía inocente por voluntad propia cerca de los prostíbulos de los negros.
Sin
coger, pobre virgo —escribiendo poemas acerca de Ideales y cartas políticas al
editor del Pat Eve News —(los dos escribíamos, denunciando al Senador Borah y a
los Aislacionistas —y sentíamos curiosidad por el municipio de Paterson—
Me
escurrí ahí adentro una vez —la torre local de Moloch
con aguja fálica y remate ornamental, extraño Poema gótico que se erguía en la Calle del Mercado —réplica
de los Hoteles Lyons de Ville—
alas,
balcón y portales ornamentados, la entrada al reloj gigante de la ciudad, la
biblioteca cartográfica secreta llena de Hawthorne— Deudas oscuras en el
Departamento de Impuestos —Rembrandt fumando en la penumbra—
Escritorios
pulidos y silenciosos en el gran salón del comité —¿Concejales? ¿Bonos de
Finanzas? Mosca el peluquero conspira —Mierda
el gánster reparte órdenes desde el baño —Los locos forcejeando
alrededor de la Zona,
Fuego, Policías y Metafísicas de Trastienda —estamos todos muertos —afuera en
la parada de colectivo Eugene miró contemplativamente a través de su niñez—
adonde
el Evangelista predicara enloquecidamente por tres décadas, con el pelo duro,
quebrado y fiel a su infame Biblia —Prepárate para Conocer a Dios escrito con
tiza sobre el pavimento público—
o
Dios es Amor en el concreto del paso elevado del ferrocarril —él arengaba
apasionadamente como yo arengaría, el Evangelista solo —Muerte en la
municipalidad—)
Pero
Gene,
joven,
habiendo estado 4 años en el Colegio de Maestros de Montclair —Enseñó medio año
y renunció para avanzar con su vida —asustado por los Problemas de Disciplina
—estudiantes italianos oscuramente sexuales, muchachas crudas encamándose, nada
de Inglés, sonetos ignorados —y él no conocía mucho —sólo que perdía—
partió
entonces su vida en dos y pagó por la carrera de Leyes —Leía libros azules
gigantes y tomaba el ascensor antiguo 13 millas más allá en Newark y estudiaba muy
duro por el futuro
tan
sólo encontró el Grito de Naomi en el vano de la puerta de su fracaso, en el
último tiempo, Naomi ida, nosotros solos —la casa— él sentado ahí—
Entonces
tomá un poco de sopa de pollo, Eugene. El hombre del Evangelio llora enfrente a
la municipalidad. Y este año Lou tiene amores poéticos de suburbios de mediana
edad —en secreto— música de su libro de 1937 —Sincero— él extraña la belleza—
Nada
de amor desde que Naomi gritó —¿desde 1923?— ahora perdida en el pabellón de
Greystone —nuevos shocks para ella— Electricidad, después la insulina 40.
Y
el Metrazol la había vuelto gorda.
Las
cosas así un par de años más tarde ella volvió a casa otra vez —nosotros
habíamos anticipado y planeado mucho— Esperaba ese día —Mi madre de vuelta para
cocinar y —tocar el piano cantar con la mandolina —Estofado de Menudos, y
Stenka Razin, y las
noticias comunistas sobre la guerra con Finlandia —y Louis endeudado— ella
sospechaba que se trataba de plata envenenado —capitalismos misteriosos
—y
caminó por el largo hall del frente y miró los muebles. Nunca se acordaba de
todo. Una especie de amnesia. Examinó las carpetas —el juego del comedor lo
habíamos vendido—
la
mesa de caoba —20 años de amor— perdidos con el hombre de los trastos —todavía
teníamos el piano —y el libro de Poe— y la Madolina, aunque le faltara alguna cuerda, llena
de polvo—
Fue
a la habitación trasera para tirarse en la cama y rumiar, o dormir la siesta,
esconderse —yo fui con ella, no la dejábamos estar sola— acostado al lado suyo
—sombras arrancadas, oscuro, declinar de la tarde —Louis en la habitación del
frente en el escritorio, esperando —tal vez cocinando pollo para la cena—
“No
me tengas miedo porque acabo de venir del hospital psiquiátrico —soy tu madre— ”
Pobre
amor, perdida —un temor— yací allí —Dije, “te amo Naomi”, duro, al lado de su brazo.
Habría llorado, ¿era esto la unión solitaria inconfortable? —Nervioso, ella se
levantó pronto.
¿Estuvo
satisfecha alguna vez? Y —se sentó sola en el sofá nuevo junto a las ventanas
del frente, incómoda —la mejilla apoyada en la mano —el ojo afilado— hacia lo
que deparaba el día—
Limpiándose el diente con la uña, sus labios
formaron una O, sospecha —pensamiento de vagina vieja y baqueteada— mirada
oblicua ausente del ojo —alguna deuda malvada escrita en la pared, impaga —y
las tetas viejas de Newark se aproximan—
Debe
haber escuchado chismes radiales por los micrófonos de su cabeza, controlada
por 3 tubos grandes puestos en su espalda por mafiosos en amnesia, a través del
hospital —le causaban dolor entre sus hombros—
En
su cabeza —Roosevelt debía conocer su caso, me dijo— Temerosos de matarla ahora
que el gobierno ya debía saber sus nombres —rastreados hasta Hitler— quería
dejar la casa de Louis para siempre.
Una
noche, un ataque repentino —su ruido en el baño— como croando
su alma, convulsiones y vómito rojo saliendo afuera de su boca —agua de diarrea
explotando por su cola —en cuatro patas enfrente al inodoro— la orina
corriéndole entre las piernas —quedó haciendo arcadas sobre el piso de azulejos
embadurnado con sus heces negras —todavía consciente—
A
los cuarenta, varicosa, desnuda, gorda, condenada, escondiéndose del lado de
afuera de la puerta del departamento cerca del Ascensor llamando a la Policía, gritando para que
su amiga Rose venga a ayudarla—
Una
vez se encerró adentro con una navaja o yodo —podía escucharla toser en
lágrimas en el lavatorio —Lou se abrió camino por la puerta de vidrio pintada
de verde, la empujamos afuera y la llevamos hasta el dormitorio.
Entonces
tranquila por meses durante aquel invierno —caminatas, sola, cerca de Broadway,
leía el Daily Worker —se quebró el brazo al caerse en la calle completamente
congelada—
Empezó
a planear el escape de las conspiraciones de asesinato cósmico-financieras
—después huyó al Bronx hacia su hermana Eleonor. Y allí, otra saga de la Naomi tardía en Nueva York.
Ya
fuera por Eleonor o el Círculo de los Trabajadores, donde trabajaba, remitiendo
sobres, conseguía arreglárselas —salía de compras en busca de sopa de tomate
Campbell— guardaba el dinero que Louis le mandaba—
Después
consiguió un novio, y él era Doctor —el Dr. Isaac trabajaba para la Unión Marítima Nacional —ahora
un italiano pelado y un muñequito lindo viejo y rechoncho —un huérfano él mismo—
pero ellas lo echaron de una patada —Viejas crueles—
Más
desaliñada, sin hacer nada sentada en la silla o en la cama, en corset soñando
sobre ella misma —“tengo calor —me estoy poniendo gorda— yo tenía una figura
muy bella antes de ir al hospital —deberías haberme visto en Woodbine” —esto en
una habitación amueblada frente al Hall de la UMN, 1943.
Mirando
un bebé desnudo en las fotos de la revista —anuncios de talco para bebé, papilla
de cordero y zanahorias —“No pensaré en nada excepto bellos pensamientos.”
Revolviendo
su cabeza en círculos y círculos sobre su cuello ante la luz de la ventana en
verano, en hipnosis, en memoria orante y soñadora—
“Toco
su mejilla, toco su mejilla, él toca mis labios con su mano, yo tengo bellos
pensamientos, el bebé tiene una mano hermosa.”—
O
un No sacudido en el cuerpo, disgusto —algún pensamiento de Buchenwald
—un trozo de insulina atraviesa su cabeza— una mueca de escalofrío nervioso
ante lo Involuntario (como los escalofríos cuando meo) —químicos malos en su
córtex— “No no pensés en eso. Él es una rata.”
Naomi:
“y cuando morimos nos convertimos en una cebolla, un repollo, una zanahoria, o
una calabaza, un vegetal.” Yo vengo al Centro desde Columbia y estoy de
acuerdo. Ella lee la Biblia,
tiene bellos pensamientos todo el día.
“Ayer
vi a Dios. ¿Qué aspecto tenía? Bueno, a la tarde subí la escalera —él tiene una
cabaña barata en el campo, como Monroe, NY las granjas de pollo en el bosque.
Él es un hombre viejo y solitario con una barba blanca.
”Hice
comida para él. Le hice una buena comida —sopa de lentejas, vegetales, pan y
manteca —miltz— se
sentó a la mesa y comió, estaba triste.
”Le
dije mirá todas esas peleas y asesinatos allá abajo, ¿qué pasa? ¿por qué no le
ponés un fin a esto?
Lo
intento, dijo él —eso era todo lo que podía hacer, parecía cansado. Hace tanto
que es un solterón, y le gusta la sopa de lentejas.”
Me
servía mientras tanto un plato de pescado frío —repollo fresco picado repleto
de gotas de agua de canilla —tomates olorosos— comida vieja saludable de hace
una semana —remolacha y zanahoria ralladas con su jugo expelido, caliente —más
y más comida desconsolada —no puedo comerla por las náuseas algunas veces— La Caridad de sus manos
hediendo con Manhattan, la locura, el deseo de complacerme, pescado frío y
medio crudo —rojo pálido alrededor del espinazo. Sus olores —y a menudo desnuda
en la habitación, de manera que yo miraba fijo a otra parte. o me metía en un
libro y la ignoraba.
Una
vez creí que estaba buscando que me acostara con ella —coqueteándose a sí misma
frente al lavatorio— tirada en la cama gigante que ocupaba casi toda la
habitación, el vestido levantado alrededor de sus caderas, puñalada grande de
pelo, cicatrices de operaciones, páncreas, heridas de la panza, abortos,
apéndice, puntadas de incisiones hundidas en la grasa como gruesas braguetas ocultas
—labios largos e irregulares entre sus piernas— ¿Qué, también olor a culo? Yo
estaba frío —después asqueado un poco, no mucho— parecía tal vez una buena idea
intentar —conocer el Monstruo del Útero Iniciante —Tal vez— de esa forma. ¿Le
importaría a ella? Ella necesita un amante.
Yisborach,
v’yistabach, v’yispoar, v’yisroman, v’yinaseh, v’yishador, v’yishalleh,
v´yishallol, sh’rneh d’kudsho, b’rich hu.
Y
Louis restableciéndose en el departamento sucio de Paterson en el distrito
negro —viviendo en cuartos oscuros— sin embargo se consiguió una mujer con la
que después se casó, enamorado otra vez —aunque marchito y vergonzoso— herido
con 20 años de idealismo loco de Naomi.
Una
vez volví a casa, después de mucho tiempo en NY, él estaba solo —yo sentado en
la cama, él en la silla del escritorio girado para verme —llora, lágrimas en
los ojos rojos bajo sus anteojos—
Que
lo habíamos abandonado —Gene extrañamente se metió en la Armada, ella afuera sola en
NY, casi infantil en su cuarto amueblado. Así que Louis caminaba al centro a la
oficina de correo para recoger las cartas, enseñaba en la escuela secundaria
—permanecía en la sección de poesía, triste— comió pena en Bickford’s
todos estos años —ya pasaron.
Eugene se salió de la armada, volvió a casa
cambiado y solitario —se limó la nariz en una cirugía judía— durante años
detuvo chicas en Broadway para tomar un café y acostarse con ellas —Iba a la UNY, serio en eso, a terminar
con Leyes.—
Y
Gene vivía con ella, comía croquetas de pescado solas, baratas, mientras ella
se volvía cada vez más loca —se puso flaco, o se sintió desamparado, Naomi
haciendo poses de 1920 para la luna, semidesnuda en la cama de al lado.
se
comía las uñas y estudiaba —era el extraño hijo-enfermera— al año siguiente se
mudó a una habitación cerca de Columbia —aunque ella quería vivir con sus
nenes—
“Escuchá
las súplicas de tu madre, te lo ruego” —Louis todavía mandaba sus cheques —Yo
estuve en el manicomio ese año 8 meses —mis propias visiones no mencionadas en
ésta su Elegía—
Pero
entonces se volvió medio loca —Hitler en su cuarto, vio su bigote en el
lavatorio —asustada del Dr. Isaac ahora, sospechando que él estaba metido en el
complot de Newark —se fue al Bronx para vivir cerca del Corazón Reumático de
Eleonor—
Y
el Tío Max nunca se levantó antes del mediodía, aunque Naomi a las 6 AM ya
estuviera escuchando la radio en busca de espías —o buscando el alféizar,
porque
en los lotes vacíos de abajo, un viejo se arrastra con su bolsa metiendo
paquetes de basura en su sobretodo negro que lleva colgado.
La
hermana de Max Edie trabaja —17 años tenedora de libros en Gimbels —vivía abajo
en el edificio de departamentos, divorciada— entonces Edie se llevó a Naomi a la Avenida Rochambeau—
El
Cementerio Woodlawn cruzando la calle, vasto valle de tumbas donde Poe estuvo
alguna vez —Última parada del subte del Bronx— montones de comunistas en esa
área.
Quién
se anotó a las clases de pintura a la noche en el Bronx en la Escuela para Adultos —iba
caminando a clases sola bajo las vías del tramo elevado
de Van Cortlandt —pinta Naomismos—
Humanos sentados en el pasto en algún
Campamento “No Te Preocupes”
de veranos pasados —santos con caras lánguidas y pantalones largos del talle
equivocado del hospital—
Novias
frente al Lado Este Inferior con novios petizos —trenes perdidos de la vía
elevada corriendo sobre las terrazas de los departamentos Babilónicos en el
Bronx—
Pinturas
tristes —pero ella se expresaba. Su mandolina perdida, todas la cuerdas rotas
en su cabeza, lo intentó. ¿Hacia la belleza? ¿o algún Mensaje de una vida antigua?
Pero
la empezó a patear a Eleonor, y Eleonor tenía problemas del corazón —subía las
escaleras y le preguntaba sobre Espías durante horas, —Eleonor cansada. Max
afuera en la oficina, haciéndose cargo de la caja de los depósitos de
cigarrillos a la noche.
“Soy
una gran mujer —soy realmente un alma hermosa— y por eso ellos (Hitler, la Abuela, Hearst,
los Capitalistas, Franco, Daily News, los ‘20, Mussolini, el muerto vivo)
quieren encerrarme —Buba es la cabeza de una red de espionaje—”
Pateando
a las chicas, Edie y Eleonor —La despertó a Edie a medianoche para decirle que
ella era una espía y Eleonor una rata. Edie trabajaba todo el día y no podía
soportarlo —Ella estaba organizando el sindicato— y Eleonor empezó a morir, en
el piso de arriba en su cama.
Los
parientes me alertaron, ella está cada
vez peor —yo era el único que faltaba— Fui con Eugene en el subte a verla,
comimos pescado viejo—
“Mi
hermana cuchichea en la radio —Louis debe estar en el departamento —su madre le
dice qué decir— ¡EMBUSTEROS! —Yo cocinaba para mis dos hijos —tocaba la
mandolina—”
Anoche
me despertó el ruiseñor/ Anoche cuando todo estaba calmo/ él cantó en la luz de
la luna dorada/ desde lo alto de la colina en invierno. Ella lo escribió.
La
empujé contra la puerta y grité “¡NO PATEES A ELEONOR!” —ella se quedó
mirándome —Desprecio —morite— con incredulidad por que sus hijos fueran tan
tontos, tan ingenuos— “¡Eleonor es la peor de las espías! ¡Ella está recibiendo
órdenes!”
“—¡No
hay micrófonos en la habitación! —estoy chillándole a ella, desesperado, Eugene
en la cama escuchando —Qué puede hacer él para escaparse a esta Mamá fatal
—estás separada de Louis hace años —la Abuela está demasiado vieja hasta para caminar—”
Estamos
todos vivos de repente entonces —incluso yo y Gene y Naomi en una mitológica
habitación cousinesque
—gritándonos el uno al otro en la
Eternidad —yo con una campera Columbia, ella semidesnuda.
Yo golpeando sobre su cabeza que veía Radios, Tubos, Hítleres —la escala de las
Alucinaciones —de verdad— su propio universo —ni una ruta que lleve a otra
parte —al mío —o a América, o ni siquiera a un mundo—
Para
que vayas como todos los hombres, como Van Gogh, como la loca Hannah, como sea
—al último destino —¡Truenos, Espíritus, Rayos!
¡He visto tu tumba! ¡Oh extraña Naomi! La mía propia —¡tumba rajada! Shemá
Israel
—yo soy Svul Avrum
—vos —¿en la muerte?
Tu
última noche en la oscuridad del Bronx —yo llamaba por teléfono— desde el
hospital a la policía secreta.
Que
vino, cuando vos y yo estábamos solos, vos gritándole a Eleonor en mi oído —que
respiraba con dificultad en su propia cama, y estaba más flaca—
Tampoco
Olvidaré, el golpe en la puerta, ante tu miedo a los espías, —la Ley avanzando, en mi honor —la Eternidad entrando al
cuarto— vos corriendo al baño desvestida, a esconderte en protesta del último
destino heroico—
mirándome
fijamente a los ojos, traicionada —los policías finales de la locura
rescatándome —de tu pie contra el corazón roto de Eleonor,
Tu
voz hacia Edie cansada de Gimbels volviendo a casa por la radio rota —y Louis
necesitando un divorcio pobre, él quiere volver a casarse pronto —Eugene
soñando, escondiéndose en la calle 125, demandando a negros por plata para
gastar en muebles de porquería defendiendo a las negras—
Protestas
desde el baño —Decías que estabas cuerda— vestida en una bata de algodón, tus
zapatos, entonces nuevos, tu cartera y tus recortes de diarios —no— tu
honestidad—
mientras
vanamente hacías tu boca más real con pintalabios, mirando en el espejo para
ver si la Locura
soy Yo o es un chamuyo de la policía.
o
la Abuela
espiando a los 78 —Tu visión —ella trepando por encima de las paredes del
cementerio con el bolso del secuestrador político— o lo que viste en las
paredes del Bronx, en camisón rosa a medianoche, mirando fijamente por la
ventana afuera al lote baldío—
Ah
Avenida Rochambeau —Parque de Fantasmas— último departamento en el Bronx para
los espías —último hogar para Eleonor o Naomi, estas hermanas comunistas
perdieron aquí su revolución—
“Está
todo bien —póngase su abrigo Señora— vamos —está la camioneta abajo —¿Usted
quiere venir con ella hasta la estación?”
El
viaje entonces —agarraba la mano de Naomi, y sostenía su cabeza contra mi
pecho, yo soy más alto —la besé y dije hice esto porque va a ser lo mejor
—Eleonor enferma— Max con problemas del corazón —Necesidades—
Hacia
mí —“¿Por qué hiciste esto?”— “Sí Señora, su hijo tendrá que irse en una hora”
—La Ambulancia
vino
en pocas horas —se fue en ella a las 4 AM a alguna Bellevue en el centro
nocturno —ida al hospital para siempre. Vi cuando se la llevaban —saludaba con
la mano, lágrimas en sus ojos.
Dos
años, después de un viaje a Méjico —desolación en el valle plano cerca de
Brentwood, cepillo de cerdas y césped alrededor de la vía del ferrocarril hacia
la casa de la locura—
edificio
céntrico de ladrillos de 20 pisos nuevo —perdido en los vastos pastizales de la
ciudad alocada dentro de Long Island —ciudades gigantes de la luna.
El
Asilo despliega alas gigantes encima del sendero hacia un agujero negro
diminuto —la puerta— entrada por la entrepierna—
Entré
—olía extraño— los halls otra vez —arriba por el ascensor —a una puerta de
vidrio de un Pabellón de Mujeres —hacia Naomi — dos enfermeras tetonas de
blanco —la llevaron hasta fuera, Naomi con la mirada fija— yo sollocé —ella
había tenido un infarto—
Tan
delgada, encogida en sus huesos —entrada en años para Naomi— ahora rota en
cabello blanco —vestido holgado en su esqueleto— la cara hundida, ¡vieja!
—marchita— mejilla de bruja—
Una
mano rígida —la pesadez de los cuarenta y la menopausia reducida por un ataque
cardiaco, renga ahora —arrugas— una cicatriz en su cabeza, la lobotomía —ruina,
la mano zambulléndose abajo hacia la muerte—
Oh
cara de rusa, mujer en el pasto, tu pelo largo y negro está coronado de flores,
la mandolina está sobre tus rodillas—
Belleza
comunista, siéntate aquí desposada en verano entre margaritas, la felicidad
prometida a la mano—
madre
sagrada, ahora sonreís en tu amor, tu mundo nace de nuevo, niños corren
desnudos en el campo salpicado con dientes de león,
comen
en el bosquecillo de ciruelos al final del prado y encuentran una cabaña donde
un negro de pelo cano les enseña el misterio de su barril de lluvia
hija
bendita venida a América, extraño escuchar tu voz de nuevo, recordando la
música de tu madre, en la
Canción del Frente Natural—
Oh
musa gloriosa que me cargó y dio a luz desde el útero, que me dio de mamar la
primera vida mística y me enseñó a hablar y música, de cuya cabeza dolorosa
tuve mi primera Visión—
Torturada
y golpeada en el cráneo
Qué alucinaciones locas del demonio que me transportan fuera de mi propio
cráneo para buscar la
Eternidad hasta que encuentre la Paz por Ti, Oh Poesía —y para
toda la humanidad llamado en el Origen—
¡La Muerte que es la madre del
universo! Ahora vestí tu desnudez para siempre, flores blancas en tu cabello,
tu matrimonio sellado detrás del cielo —ninguna revolución podría destruir esa
virginidad—
Oh
Garbo hermosa de mi Karma —todas las fotografías de 1920 en el Campamento Nicht-Gedeiget aquí intactas —con todos los maestros de Newark —no
está muerta Eleonor, ni espera Max para volverse un espectro —ni
Louis se retiró de esta escuela—
¡Volvé!
¡Vos! ¡Naomi! ¡al Cráneo arriba tuyo! La inmortalidad cadavérica y la
revolución se acercan —pequeña mujer rota— los cenicientos ojos interiores de
los hospitales, gris de los pabellones sobre la piel—
“¿Sos
un espía?” Yo me senté en la mesa agria, los ojos llenándoseme de lágrimas
—“¿Quién sos? ¿Te mandó Louis? —Los micrófonos—”
en sus cabellos, mientras se golpea en la cabeza —“Yo no soy una mala chica —¡no
me maten!— escucho cosas en el techo —yo crié a dos hijos—”
Dos
años desde que había estado ahí —empecé a llorar— ella estaba con la mirada
fija —la enfermera interrumpió el encuentro un momento —yo fui al baño a esconderme,
contra las paredes blancas del baño
“El
Horror” yo llorando —verla de nuevo— “El Horror” —como si ella estuviera muerta
atravesando podredumbres funerarias —“¡El Horror!”
Volví
ella me bombardeó más —se la llevaron— “Vos no sos Allen” —contemplé su cara
—pero ella me atravesaba, no me veía—
Abierta
la puerta a la sala —ella la cruzó sin mirar atrás, repentinamente tranquila
—yo me quedé mirando para afuera— ella parecía vieja —al borde de la tumba—
“¡Todo el Horror!”
Otro
año, me fui de NY —en la Costa Oeste
en la casita de Berkeley soñaba con su alma —que, a través de la vida, en qué
forma se erguía en ese cuerpo, ceniciento o maniaco, ida más allá de la
alegría—
cerca
de su muerte —con ojos —fue mi propio amor en su forma, la Naomi, mi madre en la tierra
todavía— mandó su carta larga —y escribió himnos a la locura —Obra del Señor
misericordioso de la Poesía.
que
hace que el pasto cortado sea verde, o que la piedra se rompa en pasto —o que
el Sol sea constante a la tierra— Sol de todos los girasoles y días en puentes
brillantes de acero —lo que brilla en los viejos hospitales —así como en mi
patio—
Volviendo
de San Francisco una noche, Orlovsky en mi cuarto —Whalen en su pacífica silla
—un telegrama de Gene, Naomi muerta—
Afuera
incliné mi cabeza hacia el suelo bajo los arbustos cerca del garaje —había
tenido noticias de que había mejorado—
por
fin —no de que había sido abandonada para mirar la tierra desde arriba sola— 2
años de soledad —nadie, con casi 60 años— mujer vieja de los cráneos —alguna vez
de cabellos largos Naomi de la
Biblia—
o
Ruth que lloró en América —Rebecca envejecida en Newark —David
recordando su Arpa, ahora abogado de Yale
o
Svul Avrum —Israel Abraham —yo— para cantar en la naturaleza hacia Dios— ¡Oh
Elohim! —entonces al final —2 días después de su muerte recibí la carta—
¡Extrañas
profecías otra vez! Ella escribió —“La llave está en la ventana, la llave está
en la luz del sol en la ventana —yo tengo la llave— Casate Allen no te drogues
—la llave está en las rejas, en la luz del sol en la ventana.
Con cariño,
tu madre”
que
es Naomi—
HIMNO
¡En el mundo que Él ha creado de acuerdo a su voluntad
Bendito Adorado
Magnificado Loado Exaltado el Nombre del Sagrado Bendito
es Él!
¡En la casa de Newark bendito es Él! ¡En el asilo para
locos bendito es Él! ¡En la casa de la Muerte bendito es Él!
¡Bendito sea Él en la homosexualidad! ¡Bendito sea Él en
la Paranoia!
¡Bendito sea Él en la ciudad! ¡Bendito sea Él en el Libro!
¡Bendito sea Él que habita en las sombras! ¡Bendito sea
Él! ¡Bendito sea Él!
¡Bendita seas vos Naomi en lágrimas! ¡Bendita seas vos
Naomi en temores! ¡Bendita Bendita Bendita en enfermedad!
¡Bendita seas Naomi en los Hospitales! ¡Bendita seas
Naomi en la soledad! ¡Bendito sea tu triunfo! ¡Benditas sean tus rejas! ¡Benditos
sean tus últimos años de soledad!
¡Bendito sea tu fallo! ¡Bendito sea tu Derrame! ¡Bendita
sea la clausura de tus ojos! ¡Bendito sea lo demacrado de tu mejilla! ¡Bendito
sea lo marchito de tus muslos!
¡Bendita seas Tú Naomi en la Muerte! ¡Bendita sea la Muerte! ¡Bendita sea la Muerte!
¡Bendito sea Él que conduce toda pena hacia el Cielo!
Bendito sea Él en el fin!
¡Bendito sea Él que construye el Cielo en las Tinieblas!
¡Bendito Bendito Bendito sea Él! ¡Bendito sea Él! ¡Bendita sea la Muerte en Todos nosotros!
III
[Elegía]
Sólo para no haber olvidado el comienzo en el que bebía
sodas baratas en las morgues de Newark,
sólo para haberla visto llorando sobre mesas grises en
grandes pabellones de su universo,
sólo para haber conocido las ideas extrañas de Hitler
detrás de la puerta, los micrófonos en su cabeza, los tres tubos grandes
metidos por su espalda a presión, las voces en el
cielorraso gimiendo sus horribles fornicaciones mañaneras durante 30 años,
sólo para haber visto los saltos temporales, los lapsos
de memoria, el estruendo de la guerra, el rugido y el silencio de un vasto
electroshock,
sólo para haberla visto pintando imágenes burdas de los
ferrocarriles Elevados corriendo sobre los tejados del Bronx
sus hermanos muertos en Riverside o Rusia, ella sola en
Long Island escribiendo una última carta —y su imagen en la luz del sol junto a
la ventana
“La llave está en la luz del sol junto a la ventana en
las rejas la llave está en la luz del sol,”
sólo para haber llegado a esa noche negra en una cama de
acero a causa del derrame cuando el sol ya se había puesto en Long Island
y el vasto Atlántico ruge hacia fuera el gran llamado
del Ser para sí mismo
para regresar de la Pesadilla —creación
dividida— con su cabeza apoyada en una almohada del hospital para morir
—en un último vistazo —toda la Tierra una luz eterna en la
oscuridad familiar— ninguna lágrima para esta visión—
Excepto que la llave debería ser dejada atrás —en la
ventana— la llave en la luz del sol —para los vivos —que pueden tomar
esa rebanada de luz en la mano —y entornar la puerta —y
mirar atrás ver
la
Creación brillando en reversa hasta la misma
tumba, talla del universo,
magnitud
del tictac del reloj del hospital sobre la arcada, arriba de la puerta blanca—
IV
[Letanía]
Oh madre
qué he omitido
Oh madre
qué he olvidado
con un largo zapato negro
adiós
con el partido comunista y la media rota
adiós
con los cinco pelos negros del quiste sebáceo de tu
pecho
adiós
con tu vestido viejo y tu larga barba negra alrededor de
la vagina
adiós
con tu panza fofa
con tu miedo a Hitler
con tu boca de malos cuentos cortos
con tus dedos de mandolina podrida
con tus brazos de porches gordos de Paterson
con tu panza de huelgas y chimeneas
con tu pera de Trotsky y la Guerra Española
con tu voz cantando por los trabajadores declinantes superexplotados
con tu nariz de mal polvo
con tu nariz de olor a Pickles de Newark
con tus ojos
con tus ojos de Rusia
con tus ojos de no hay plata
con tus ojos de China
falsa
con tus ojos de Tía Eleonor
con tus ojos de India hambrienta
con tus ojos meando en el parque
con tus ojos de América desplomándose
con tus ojos de tus equivocaciones en el piano
con tus ojos de tus parientes en California
con tus ojos de Ma Rainey
muriéndose en una ambulancia
con tus ojos de Checoslovaquia atacada por robots
con tus ojos yendo a clases nocturnas de pintura en el
Bronx
con tus ojos de la Abuela asesina que ves en el horizonte desde la
escalera para incendios
con tus ojos corriendo desnuda afuera del departamento y
gritando por el hall
con tus ojos siendo llevada por el policía a una
ambulancia
con tus ojos sujetada con correas en la mesa de
operación
con tus ojos con el páncreas extraído
con tus ojos de operación del apéndice
con tus ojos de aborto
con tus ojos de ovarios extirpados
con tus ojos de shock
con tus ojos de lobotomía
con tus ojos de divorcio
con tus ojos de derrame cerebral
con tus ojos sola
con tus ojos
con tus ojos
con tu Muerte llena de Flores
V
[Fuga]
Gra
gra gra cuervos chillan en el sol blanco sobre lápidas en Long Island
Dios
Dios Dios Naomi bajo este pasto la mitad de mi vida y de la mía como de la suya
gra gra que mi ojo sea enterrado en el mismo Suelo donde
estoy parado ahora en Angel
Dios Dios gran Ojo que mira fijamente Todo y se mueve en
una nube negra
gra gra alarido extraño de Seres lanzado al cielo sobre
los árboles que ondean
Dios Dios Oh molinillo de los gigantes Más Allás mi voz
en un campo sin límites en el Sheol
Gra gra el llamado del Tiempo destajado de pie y ala un
instante en el universo
Dios Dios un eco en el cielo el viento a través de hojas
pulverizadas el rugido de la memoria
gra gra todos los años mi nacimiento un sueño gra gra
Nueva York el colectivo el zapato roto la escuela enorme todas Visiones del
Señor
Dios Dios Dios gra gra gra Dios Dios Dios gra gra gra
Dios
NY 1959
Traducción: Franco Bordino