Bolívar
Padecí mucho aquí,
como una hierba arrancada a otro espacio,
aterido en vacío microscópico
—El rayo de la pampa muele planicie y polvo—
“Voy a volver el feriado.”
Mi abuela me acariciaba,
sus manos encremadas olían
como manos nuevas,
aunque fuéramos grandes ambos.
“Jugué al paddle con mis primos
una tarde, después fuimos al bowling.”
Mi ser se adormecía, y yo necesitaba
progresar de alguna manera:
doblemente arrancado
acogí la infinita negatividad
de no ser... ni ser... ni ser...:
Nada. “La pureza te enferma” —Me dijo ella,
desnuda desde la cama,
que la estaba empezando a asustar
y tuve que quedarme callado.
—¿Qué había de malo en el tiempo perdido?
Los gatos no saben de Dios, pero lo imitan —pensé,
y tuve que volver a las piedras del fondo,
a la dulce vida vegetal, a la tierra
y al amor de mi gente. Duermo
ahora todas las tardes, y de noche
miro en vela la cruz, a su llama que pierde.
Pero
vuelvo aquí cada tanto, a descansar,
a buscar unas manos ya deshechas,
y puedo recordar,
adentro de esta muerte, o en el polvo revuelto,
que también fui feliz acá...
“Te quiero mucho, abuela.”
Franco Bordino
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