Plegaria
Ábreme, Padre,
y dame un fuego que no duela
y un dolor puro del que nada aprenda.
Condúceme al camino
claro, a aquel que no tiene piedras,
que es estrecho para el espíritu:
al camino sin honor;
pon si no en mi mano la cara de un niño,
para estudiarla y conocerla
al tiempo que templarla
bajo mi llama dactilar;
dame un ramo de fresias
o una abeja que no muerda, y que yo,
concentrado, las tenga que cuidar.
Ábreme, Padre,
a las cosas pequeñas
que no entran en un hilo,
y ábreme así a tu amor
y a la pureza del servicio,
a las dulzuras vistas monocromas
bajo la sombra hostil de la noble Ambición;
ábreme sobre todo
a lo que no me pertenece y que no soy.
Aléjame de Mi Peligro.
Consérvame en tu amor.
Ábreme, Padre, al rudo azar:
dame un hijo, enemigos poderosos
y tempestades sin amarras;
algo que comer, nada que guardar;
Tú no sacies: mi sed, ¡arráncala de cuajo!
Ábreme para todos.
Aléjame de Mi Peligro.
Consérvame en tu amor.
Este poema es bello de tantas maneras. Soberbio manejo del ritmo. Lo hizo propio, inventó uno, como dijo Ana Ajmátova: para escribir un gran poema hay que inventar un ritmo propio. O al menos cada vez que surge un gran poema éste escapa a todas las clasificaciones.
ResponderEliminarGracias por tu lectura y tu generoso comentario. Saludos!
EliminarQuise conocer tus poemas, Franco.Este, particularmente, me genera profundidad.Muy bello.
ResponderEliminarSaludos y felicitaciones.
Profundo, sentido, veraz. Gracias Franco.
ResponderEliminarParabéns, belíssimo!
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