El corazón de una novela
Por la ventana Carola vio al cartero.
Un hombre de gafas, casado, a punto de jubilarse, y de hacer con su esposa el soñado viaje a Nueva York. Un viaje de 15 días, solo para ver la nieve a través de un enorme ventanal de hotel lujoso. Toda una vida de ahorros.
Monte es frío pero es una mierda y en Monte nunca nieva.
Ese era el cartero según Carola, y eso era Monte según su hermano mayor que cada tanto se metía en el ordenador de su hermana para agregar cosas a sus cuentos.
El cartero real anunció que se trataba de una novedad del círculo de lectores. MiMí, la madre de Carola, dijo:
- Yo no sé para que gastás en eso. Comprate ropa, comprate algo mejor.
Igual Carola salió dando muchos brincos de alegría, a recibír su libro, a firmar la planilla, chocolatipostres, una antología de poemas culinarios compilada por la cocinera de postres de la tele.
Roque arrebató el libro a Carola, a ver? Guau, poesía dura, ideal para llevar al cagadero. Había sacado esa palabra de los libros de Bukowsky. - Mierda de burgueses.
Carola corrió a su pieza. Sacó otros libros de la estantería. Poemas de mediterraneo: en la tapa Sopena y su familia, sus dos hijos, sus doce nietos, y sus tres esposos, todos naturalmente bronceados. Jóvenes para sus edades. Poemas a la naturaleza, poemas a las estrellas, estrellas tiradas de un salpicón de pincel de Dios.
En la planta alta empezaban los problemas, el padre no encontraba la corbata a rayas.
9.30
el hombre salía a las 10 en punto. Media hora de puertas estallando, de adornos volando.
Dos años antes, Carola había perdido la chance de saludar a su querida Poldy Bird. Carola había ido con su hermano a la feria del libro.
Mierda de burgueses. voy a juntar a un grupo de idiotas y voy a venir a cagarme en estas putas alfombras Carola había visto muy de lejos a dos mujeres rubias: madre e hija. La madre un poco entrada en carnes, la hija delgada y alta, pelo lacio.
En esta ocasión Carola no dejó terminar a su hermano una absurda fantasía de las dos mujeres con un hombre ne...
Formaban una dupla hermosa, Carola quedó paralizada, hubiese necesitado de un novio que le diera el impulso para ir por el autógrafo, para decirles todo lo que sentía por ellas. Por que al fin y al cabo un buen escritor es eso: una persona a la que uno quiere decirle gracias e invitarla a comer o a tomar un café con masas.
Pero Roque, Roque: Tengo un pedo cruzado, había dicho, si nos acercamos lo suelto delante de estas dos viejas putéticas.
Se alejaron. Las dos rubias se perdieron como dos estrellitas. Y al tiempo la estrellita más pequeña murió.
Carola pasó la mano por la solapa del libro Cuentos para Verónica, se sintió en el corazón de una novela. De la estantería tomó la carta de Sopena, en la que la mujer le elogiaba la pluma, la muñeca para escribir cartas, la bella letra... y además la invitaba al mediterráneo.
Una mañana, Carola había mostrado a su madre la carta. La mujer había leído salteado. Desanimada, se la había devuelto. Carola había preguntado: ¿No viste la invitación?
¿En qué parte? Ahí, al principio. Ah, pero no habla del pasaje. Un pasaje a España debe estar como mil euros. En fin, me voy a ayudar al trastornado de tu padre a encontrar una camisa.
Que rara sensación la de extrañar a la familia, a pesar de tanto sufrimiento. Había hecho todo a escondidas. La obtención de la documentación. El pasaje. Las revistas de crucigramas, increíblemente había caído en la cuenta de lo que había hecho, al comprar una de estas revistas de tan solo 4 pesos.
Pobre mamá mía, tiempo ahorrando para ella.
El avión tomó altura, el estómago de Carola dio un vuelco pero se recuperó. Desde la altura, edificios, casas, llanuras, un coche por la ruta. Todo se ve como hormigas, también los problemas. Todo tan pequeñito que hubiese podido poner a su mamá, a su papá, al cartero, a su hermano y a su casa en la palma de su mano.
El hombre que viajaba al lado llamó a una azafata al escuchar el llanto de la chica dormida.
El detalle que Carola no tenía previsto fue que en el aeropuerto la detuvieran. Ella dijo que conocía a Ana Muela Sopena.
- Lo decís como si nombraras al mismísimo Zapatero.- Dijo el ¿policía? ya en la oficina para deportados, el policía usaba camisa blanca y corbata a rayas.
- Vine con lo justo para el pasaje... Ana me prometió estadía...
- Ana Muela Sopena dices... vamos a ponernos en contacto con ella.- Ximena- dijo a una mujer- ve preparando una bolsa de dormir para el calabozo. Y que limpien el cagadero para esta muchachita.
Un rato después.
- Niña, tan escritora y no sabías que los escritores usan seudónimos...
El corazón de una novela
Matías Rano
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