Amémonos siempre como los bárbaros que hemos sido
Los bárbaros
de Asia.
Así nos
vemos ante la mirada asqueada
de los
volúmenes de Platón y Esquilo, ellos estáticos y frotando sus barrigas de
papiro.
En frente de
sus calvos ojos se agitan las piedras calcinadas de amor, y los toros
que entre
nuestro pueblo alados vuelan, en la
Creta ajena expiran
su
viscosa sangre que agoniza endureciéndose en el suelo.
Más nosotros
nos empapamos de mirra,
ablandándonos
entre la yerba humedecida.
Estamos
sobre una alfombra persa y
te me
manifiestas como un mar color de bronce, por donde andariego pinto con mis
cejas
las columnas
sacras de Persépolis ,la ruina misma
de Palas
y el triunfo de la barbarie.
Y te voy…
… en chalupa o en galera,
entre las
rocas secas y el marfil de tus mordiscos.
Vuela el
halcón y el buitre,
por sobre
las ruinas delgadísimas de la Apadana sus
garras se clavan.
Su sombra se
proyecta angustiosa,
vuela el
viento y el fuego eterno aviva.
El ámbar asciende
al cielo,
desde cada
uña de tus pies hasta la
mirada
hambrienta que te ancla
a estas
tierras:
“…No hay marea más
perfecta, ¿no hay danza acaso entre tus manos
y la velleza de mi blando
vientre?...”
Ruge el Santur,
Como
preludiando la batalla,
Como
anunciando a las almas que se dispondrán a bailar con las nubes.
Y, ¿para estos días aciagos que querrás…?
¿Será Pan o
cítara?
¿O de pronto
Jardín o tormenta?
Me aseguraré
de contemplar y garabatear en mi boca
las flores
anestesiadas esas, las de tu vestido
que ondeará
quieto…
…Cuando
te detengas un instante,
serena o
por lo menos perdida a levantar tu rostro, como el pezón virgen
que se
yergue ante el chubasco ingenuo de babas y trozos
perfumados de
margarita.
¿Qué
buscarás?
¿Qué escudriñarás
entre las canas ladrilludas de estas nuestras montañas?
Por ahora tus
prendas gravitan erráticas y en silencio, mezcladas de facturas de teléfono y
con las apostólicas chanclas venidas de la ducha.
Sobre las
gotas
confundidas, exhaustas y salinas que escurrieron
de algún rincón de tus dedos
el polvillo acumulado de las esquinas
bibliófilas
nos
invitará a jugar, a ser partícipes
de la diáspora
alegre que le remeda
a una flor de diente de león, o mejor aún a
la arena
arremolinada y enfurecida que hace siglos en la Bactriana golpeaba a las soberbias
huestes alejandrinas.
Porque de aquellos libros de rosas y aves y nieve y jazmín, ninguno
sobrevivió ante la ira
sofista de esos que odiaron a los hijos de Kurash II el grande.
Por eso miro de nuevo hacia las páginas inmóviles de la
Hélade, numerosas
en la biblioteca, en medio del Hamlet y alguna correría del
César.
Y miro las chanclas bañadas,
junto a la ropa esparcida como el sándalo.
Una sencilla gota que descansa como un puente,
entrelaza la curva de tus nalgas
y el pasado místico de oriente.
He ahí el mar, he ahí el panóptico de tu alma
que crepita, mientras yo por
detrás
Te digo quedamente:
“… Amémonos siempre como los bárbaros que hemos sido…”