Una hembra
La
hembra de los suburbios bajaba
al
centro en carros infernales,
siempre
el
pelo de raíces recogido
oscuras
y vibrantes.
Portaba un trueno entre las piernas
y en
dulce
blanco de estrella
sus
ojos embarraba.
Siempre
que ella venía:
“quiero
un poquito de eso
que
vos tenés, que vos me das...”, gemía,
“tengo
con qué pagar:
te
enseñaré el deseo en la tierra de mis uñas;
de
aquí, una cuchara clara de muerte
puedo
darte a probar”.
Luego
entraba en un baño,
y ya
no volvía a ponerse pantalones.
Y
llamaba a sus chicos
silbando
el códice de las montañas...
Lavandera
italiana de posguerra,
muñeca
fina en mudanzas manchada
o
china de los campos, puta eterna:
“quiero
un poquito de eso
que
vos me hacés, que vos tenés, que vos
siempre
me das, ¡ay! quiero
ver
crecer a los difuntos en agua,
codornices
en magma viva; verte
hirviendo
las entrañas de un negro polizón.”
Y
en sus pestañas grumosas y líquidas, siempre,
los
hombres se envaraban,
sentían
su anhelo amanecer:
“No
serviré a otra mujer, a ninguna. –decían–
Aquí
esta nave crepita y encalla.
Por
una hembra suburbial, yo entrego
al
mar todas mis flotas.”
Franco Bordino
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