1951-1971
Nada,
nunca; ni siquiera un recuerdo
que
ilumine mi duelo.
Sólo
manchas solares, viento,
y un
espacio desierto
que tu
sangre entenebrece.
Llega
la noche cósmica y mi cuerpo
(que
fue hermano del tuyo)
rueda
yerto, sin vida,
al
borde de un camino, en lo ignorado:
pastos
y piedras húmedos
de
angustia entre las sábanas...
Y allí,
en la escena fija de imposible,
al
relente lunar sobre el asfalto
abstracto
en la planicie
plúmbea
como un aguafuerte,
mi
mente sola —igual a una lechuza
salida
de una cueva de la tierra—
chilla
y vuela en redondo
aumentando
el vacío,
espiando
mis fragmentos dislocados
en el
frío silencio planetario
donde
una vez te amé.
Ricardo H. Herrera
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