PUSHKIN FRENTE AL MAR
Murmuran los Hermanos de Prometeo:
Asidos contra las montañas, y gritan en su pensamiento: Nuestro nombre.
Sujetos, con una historia de la que nunca huiríamos,
ni pensando en ello, ni pensando.
¿Y nuestra única esperanza vacila?, radica,
vuela inmersa en el cielo que se cierne sobre estrepitosos mares,
¡Oh tormentoso océano!
Bañado por la niebla y todas las formas del día.
Todos tus vestidos y antifaces, transformista,
diva misma del cosmos.
Las olas, las vísceras mismas que esparcidas en las rocas
al son de unas cuantas letras: Caín se lamenta enconado en las marismas de esta montaña.
Vendrá volando…
Esperamos y esperanza se irá así,
con un trozo de alma entre las garras.
La borrasca perpetua, el húmedo sensitivo
de las chinches de agua dulce.
Abel sonríe, y su nuca destrozada se sonroja. El Olimpo jamás verá un hombre
más hermoso sobre la tierra.
Jerusalén y Atenas se miran,
torciéndose sus cúpulas una a otra,
como la mirada del apóstol Pablo curando a los lisiados
bajo la sombra del Partenón.
Y sin embargo en ambos lares, en ambas
tierras que destilan universo, crecen los mismos olivos
con frutos igualmente negros: El cabello de Palas y Salomé, el vello delicioso de Betsabé, la mirada orgásmica de Eurídice.
El ojo cegado de Polifemo no me resulta distinto,
es familiar y hermanado con la marca burda de Caín.
Y he ahí el posterior silencio y llanto de Ulises,
de apoplejía varado en la isla de Circe.
¡Oh Caín!: Mar tormentoso que vaga dando tumbos
y tanteando la arena con las encías secas.
Y Abel sonríe, surcando la inmensidad del Cáucaso,
estrellándose entre la neblina, arreando las borrascas
contra la playa geológica, rocosa, impávida, majestuosa.
Abel suelta carcajadas hacía el ojo mismo del huracán, del olimpo,
del elíseo, del paraíso. Es el hombre más dichoso sobre la tierra,
el más hermoso, el predilecto para ser transformado en águila o halcón.
Es él la esperanza misma de redención, hacía el errante hermano que ahora
es presa de las pesadillas prometeicas que con la montaña son una sola forma.
Jerusalén y Atenas se levantan piedra sobre piedra,
se levantan cada una sobre sus antiguas glorias,
una sobre otra, así sucesivamente hasta
lograr engendrar la verdadera Babel.
Hermanos de Prometeo, aplastad vuestro nombre a mordiscos
porque Abel es el águila que os devorará las entrañas sucias,
y Caín ese trozo de alma melancólica y culpable que sin perdón alguno
se aleja hacia el horizonte como Odiseo.
Olvidad la Atenas perdida y la Jerusalén prometida,
sed, sed como esa chinche de agua dulce que aquí
frente a mis pies en la playa se deleita de la marea y del sol de otoño.
Procurad como la gaviota y el pescador que sin ser Ulises
también se pierden marchándose hacia el poniente.
TIÉPOLO FIERRO LEYTON
(Panóptico, 2014)
*Imagen: "Pushkin en la costa del Mar Negro", Iván Aivazovsky (1887)
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