Años más tarde ─en
la ciudad─
pocos creían a Marcos aquellas anécdotas de los miércoles de cine en el bar de
su pueblo.
Él llegaba al bar, se ubicaba en el sillón de
terciopelo, se cruzaba de piernas, ponía el paquete de cigarros sobre la
mesita, pedía una coca, y esperaba la llegada de Charly, que a veces venía con
León, su pareja.
Una noche, Juan XXIII se le acercó, y le dijo:
¿querés saber porque me llaman así? Acompañame al ba…, pero justo en ese
momento Walter lo tomó del cuello. No había problema con el que Walter no
pudiera. Esa misma noche, al bar entró un muchachito casto, un adolescente
inquieto y bastante bien ejercitado. Se sentó solo en una mesa. Pidió vodka
pero no le vendieron.
Charly y León llegaron cerca de las diez, esta
vez León tenía un guion. Decía que iba a viajar a Los Ángeles y se iba a pasear
con el guion por las calles. Que era una gran novedad, etc.
Después, Charly comenzó con el relato de la
película: un encapuchado se paseaba por un pueblo, cargado una bolsa llena de
armas.
Se detuvo en una escena que comenzaba con un
muchacho de pelo largo buscando un encendedor para prenderse el cigarro. Las
calles desiertas. El muchacho vio venir, a lo lejos, al encapuchado de la
bolsa, se levantó y fue al encuentro, ¡ey, viejo! No tendría fuego, dijo
(Charly imitaba al tipo con un cigarro
apagado en la boca). El encapuchado lo ignoró. Fuego, insistía el fumador
haciendo la mímica. Entonces el encapuchado saca del bolso una Astra.
¡wow! es la mejor replica que vi
en mi vida, dijo el fumador. La vista del alza regulable y todo.
─ El encapuchado se puso a hablar como
un manual: ostenta el privilegio de ser la única pistola que, disparando un
cartucho de la envergadura del 9 Mm largo, utiliza un cierre por inercia de
masas.
Y el fumador responde: coño, los
españoles tendremos un cine de mierda, y seremos un puñado de africanos en
medio de Europa pero las armas son hermosas.
Alguien del público interrumpió a Charly: no agregues cosas, tío. Pero
Charly siguió:
─ El encapuchado entrega el arma al
fumador, ¿tiene la llama muy larga? Pregunta el fumador. El encapuchado dice
que no. El fumador se acerca el arma a la cara, aprieta el gatillo. Medio
cráneo vuela como un pedazo de coco. La escena termina con el encapuchado
yéndose hacia el crepúsculo mientras patea el trozo de cráneo. Cuando ya se ve
pequeño le da un tremendo patadón y se pone a saltar y a festejar. Y le ponen
la música de carrozas de fuego.
─ El cine español no tienen códigos─
concluyó León.
Cuando Marcos cuenta sobre los miércoles de
cine en el bar de Puevlo a sus amigos de la ciudad, lo que los compañeros le
dicen es que todo es muy confuso porque se les mezclaban los tantos, ¿cuál parte
es la película y qué es lo que pasaba en el bar?
¿Cómo era el bar?
El bar era una vieja casona que abría después
de las siete de la tarde. Ladrillo a la vista. Humedad. Caños. Piso de madera.
Aquél miércoles el chico casto dijo:
─ No me tomen como a un suicida
estúpido.
─ Todos los suicidas son un poco
estúpidos─
dijo Marcia desde el otro lado de la barra.
─ Necesito que me acompañen,─
dijo el casto.
Todos los que estaban en el bar
salieron atrás del casto por las calles heladas del pueblo.
─ ¿Vas a suicidarte?─
Preguntó la oriental.
─No, solamente es una prueba física.
Iban hacia la vía, no faltaba mucho para que
pasara el tren. Llegaron y se sentaron a esperar ¿Qué?
Charly acercó sus manos a la
nariz de León, las olfateó y dijo que así deberían oler las manos de los
vietnamitas que cosechan arroz.
Entonces, pequeña, a lo lejos
como un pequeño sol en medio de la noche, la luz del tren.
La prueba del muchachito casto
consistía en hacer 40 flexiones de brazos en la vía antes de que el tren lo
pasara por arriba. Es un suicidio, dijeron algunos; es una forma de suicidio,
otros, es una locomotora, dijo León.
Pero no hubo forma de convencer al chico para
que no lo hiciera.
Boca abajo en la vía comenzó con las
flexiones. Hicieron la cuenta regresiva. Alguien dijo: no tendríamos que haber
contado la cuarenta. En la 28 el chico
empezó a flaquear. Una cosa es hacer flexiones en la casa, con el ambiente
cálido, otra con este frío, a esta hora, sobre ese suelo tan duro y desparejo,
comentó alguien.
Marcos nunca cuenta como terminó la prueba del
chico casto; el relato salta a cuando
llega el patrullero y detiene a los espectadores que habían apostado.
Marcos no fue detenido, quedó afuera, siempre
quedaba fuera de todo; lo único que hacía durante los miércoles de cine, era
mirar. Ponerse a una distancia considerable, en una posición cómoda, y mirar.