Sobre un día
terrestre
¿Cuándo se convirtió la vida
en una huida de la vida?
El tiempo, su medida, las horas vacías,
el mero transcurrir que adensa y nos transforma
ya no lo toleramos
y buscamos, lejos de la palma de esa mano,
el cumplimiento de nosotros mismos
en una fuga.
Se distanció la tierra.
A la comba de los cielos mentales
alzó la demencia el vórtice
de su perspectiva: geometría,
geometría de la desmesura.
Y así como la costa se pierde a la mirada
del navegante, se alejó la tierra.
El tedio, igual a una vaina
seca o al silencio, guardó el secreto
del espacio y el tiempo:
una nada interior,
un murmullo inaudible, un cálido vacío.
Y adentro un infinito oleaje de declives,
aromas y vilanos: un soplo
antes de abandonar la boca.
También estas palabras, en el blanco papel,
aguardan como arena al caminante,
y si la melancolía lo demora entre ellas
largamente, se inicia el ínfimo milagro:
un tono verde grisáceo, que yo amé,
se desprende del sonido enmudecido
y vuelvo a estar allá, donde miré los sauces
revolverse como algas bajo el cielo nublado
y comencé el poema;
vuelvo, con los ojos vendados,
al centro de la generosidad:
la tierra. (El frío asolaba las nubes,
pasaba el viento quebrando las hierbas,
y yo sentía la alegría de estar vivo,
de ser lo extraño de esa vastedad...)
Todo es espera, revelación y espera:
la infinitud del verdor
y en la voz un aire lento que lo mece,
un tono acerado que lo siega.
Ricardo H. Herrera
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