I
El entierro de los muertos
Abril es el mes más cruel, engendrando
lilas que emergen de la tierra muerta, uniendo
memoria y deseo al encender
raíces embotadas con lluvia de primavera.
El invierno nos mantuvo abrigados, al tapar
la tierra con nieve llena de olvido, al nutrir
un poco de vida con tubérculos secos.
El verano nos sorprendió, viniendo sobre el
Starnbergersee
con una llovizna pasajera; nosotros paramos
bajo la columnata,
y luego retomamos bajo el sol, hacia el
Holfgarten,
y tomamos café, charlamos durante una hora
Bin gar keine Russin, stamm’ aus Litauen, echt
deutsch.[1]
Y cuando éramos chicos, y nos quedábamos en lo
del archiduque,
mi primo, él me llevaba a pasear en trineo.
Yo tenía miedo, y él me decía, Mari,
Mari, agarrate fuerte. Y descendíamos.
En las montañas, ahí te sentís libre.
Leo gran parte de la noche, y voy al sur en
invierno.
¿Cuáles son las
raíces que prenden, qué ramas emergen
de esta basura pétrea? Hijo de hombre,
no lo podés decir, ni adivinar, porque vos conocés
sólo
un montón de imágenes rotas, contra las que el
sol golpea;
y el árbol muerto no refugia, el grillo no libera,
la piedra seca no hace sonar el agua. Sólo
hay sombra abajo de esta piedra roja,
(vení a la sombra de esta piedra roja),
y yo te mostraré algo diferente que tu sombra
a la mañana detrás tuyo dando zancadas
o tu sombra levantándose a la tarde hasta encontrarte;
te mostraré el miedo en un puñado de polvo
Frisch weht der Wind
Der Heimat zu
Mein Irisch Kind
Wo weilest du?[2]
“Me diste jacintos el año pasado por vez
primera,
y me decían la chica de los jacintos.”
Pero cuando volvimos del jardín, ya más tarde,
tus brazos llenos, tu pelo mojado, yo
no podía hablar, y mis ojos fallaron, no
estaba
ni vivo ni muerto, tampoco entendía nada,
estudiando el corazón de la luz, el silencio.
Oed’ und leer das Meer.[3]
Madame Sosostrís,
vidente famosa,
estaba muy engripada, de todas formas
es considerada la mujer más sabia de Europa,
con un mazo de cartas perversas. Acá, dijo
ella,
está tu carta, el Marinero Fenicio ahogado,
(Esas son perlas que fueron sus ojos. ¡Mirá!)[4]
ésta es Belladona, la Dama de las Rocas,
señora de las situaciones.
Acá está el hombre con los tres bastos, y acá
la Rueda,
y acá el mercader con un solo ojo, y esta otra
carta,
que está en blanco, es algo con lo que él
carga
pero que no tengo permitido adivinar. No
encuentro
al Hombre Ahorcado. Tema a la muerte por agua.
Veo una multitud de gente, forman un círculo.
Gracias. Si la ve a mi querida Señora
Equitone,
dígale que yo misma le llevo el horóscopo:
hay que ser cuidadosa hoy en día.
Ciudad irreal,
bajo la niebla marrón de una aurora invernal,
la muchedumbre fluye sobre el Puente de
Londres, tanta gente,
yo no tenía idea de que la muerte hubiera
deshecho a tantos.
Suspiros cortos y variados, exhalaban;
cada hombre clavando la mirada ante sus pies.
Subí la colina y tomé por King William Street,
hacia el lugar donde Santa María de Woolnoth[5]
marcaba la hora
con un sonido seco en la campanada final de
las nueve.
Ahí vi a un conocido, y lo paré de un grito:
“¡Ey! ¡Stetson!
vos que estuviste conmigo en las naves de
Milas,
ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
¿ya empezó a brotar? ¿va a florecer este año?
¿o la escarcha repentina te estropeó el suelo?
¡Oh no permitas que el Perro se acerque allí,
ese amigo del hombre,
o con sus uñas lo desenterrará!
¡Tú! hypocrite
lecteur! —mon semblable, —mon frère!”[6]
II
Una partida de
ajedrez
El sillón sobre el que ella se sentaba, cual un
trono bruñido,
refulgía en el mármol, donde el vidrio,
sostenido por estandartes con uvas labradas
desde los que un Cupidon[7]
dorado se asomaba
(otro escondía, tras un ala, sus ojos),
duplicaba las llamas del candelabro de siete ramas
reflejando la luz sobre la mesa mientras,
el brillo de las joyas de ella, se erguía hasta
tocarla
desde estuches de raso derramados
en rica profusión. En frascos de marfil y
cristal coloreado
sin sus tapas, sus extraños perfumes
sintéticos asechaban,
ungüento, líquido o polvo —confundían,
turbaban,
y ahogaban los sentidos en hedor; revueltos
por el aire
que entraba refrescante desde la ventana, éste
ascendía
en el engrosamiento de las llamas prolongadas,
desde el candelabro,
expulsando su humo hacia la laquearia[8],
diluyendo el patrón del techo abovedado.
Grandes leños de mar con pedazos de cobre
incrustados
ardían verde anaranjado, enmarcado todo por la
piedra coloreada,
en cuya triste luz un delfín tallado nadaba.
Sobre la antigua repisa de la chimenea podía contemplarse
como si una ventana diera a aquella escena silvana
la transformación de Filomela[9],
por el bárbaro rey,
tan rudamente, violada; pero ahí el ruiseñor
con voz inviolable llenaba el desierto todo
y aún lloraba ella, y todavía continúa el
mundo hoy,
“iag-iag”[10]
para oídos sórdidos.
Y otros muñones de tiempo marchitos
eran revelados sobre las paredes; figuras
oteantes
se asomaban, inclinándose, silenciando la
habitación cerrada.
Pasos arrastrados por la escalera.
Bajo la candela, por el cepillo,
su cabello abierto en puntos encendidos
brillaba adentro de palabras, y, luego,
salvajemente, reposaba.
“Estoy mal de los
nervios esta noche. Sí, mal. Quedate conmigo.
Hablame. Por qué nunca me hablás. Hablá.
¿En qué estás
pensando? ¿En qué pensás? ¿Qué?
Nunca sé lo que pensás. Pensá.”
Pienso que estamos
en el callejón de las ratas
donde los hombres muertos han perdido sus
huesos.
“¿Qué es ese ruido?”
El viento que pasa debajo
de la puerta.
“¿Qué es ese ruido ahora? ¿Qué es lo que está
haciendo el viento?”
Nada otra vez nada.
“Vos,
¿no sabés nada? ¿no ves nada? ¿no te acordás
de nada?”
Me acuerdo...
esas son perlas que fueron sus ojos.
“¿Vos estás vivo o estás muerto? ¿No tenés
nada adentro de la cabeza?”
Pero
–es tan
elegante
tan inteligente
“¿y ahora qué hago? ¿qué voy a hacer? ¿qué?
Voy a salir apurada, así como estoy, y a
caminar por la calle
con el pelo suelto, así. ¿Qué vamos a hacer
mañana?
¿Vamos a hacer algo alguna vez?”
Agua caliente a las
diez.
Y si llueve, un coche con capota a las cuatro.
Y vamos a jugar una partida de ajedrez,
extenuando los ojos sin parpadear, esperando que
llamen a la puerta.
Cuando
desmovilizaron al marido de Lil, yo dije
–no medía mis palabras, pero le dije yo—
RÁPIDO POR FAVOR YA ES HORA
Ahora Albert está viniendo, tenés que
arreglarte un poco.
Va a querer saber que hiciste con la plata[12]
que te diera
para que te arreglaras los dientes. Fue así,
yo estaba ahí.
Sacátelos todos, Lil, y ponete unos lindos,
te dijo, te juro, no puedo soportar mirarte.
Apenas puedo yo, le dije, y pensá en el pobre
Albert,
estuvo en el ejército cuatro años, ahora va a
querer disfrutar,
y si vos no se lo das, otras se lo van a dar, le
dije.
Oh ¿las hay?, dijo ella. Algo así, dije yo.
Entonces, cuando ocurra, sabré a quién
agradecerle, dijo, y me miró directo.
RÁPIDO POR FAVOR YA ES HORA
Si no te gusta aguantatelá, le dije.
Aunque vos no puedas elegir hay otros que sí
pueden.
Y si Albert se va, no va a ser porque yo no te
lo haya advertido.
Debería darte vergüenza, le dije, lucir tan
anticuada.
(Y tan sólo tiene treinta y un años.)
No puedo evitarlo, dijo ella, refregándose la
cara,
son las pastillas que tomé para abortar.
(ella tenía ya cinco hijos, y casi muere con
el pequeño George.)
Él médico dijo que iba a estar todo bien, pero
no soy la misma desde entonces.
Sos una tonta total, le dije yo.
Si Albert no te deja en paz, ahí está, le
dije,
¿para qué te casaste si no querés tener hijos?
RÁPIDO POR FAVOR YA ES HORA
Pues bien, ese domingo Albert ya estaba en su
casa, comían jamón,
y me invitaron a cenar, para que probara cómo sabía
caliente
RÁPIDO POR FAVOR YA ES HORA
RÁPIDO POR FAVOR YA ES HORA
Buenas noches Bill. Buenas noches Lou. Buenas
noches May. Chau.
Muchas gracias a todos. Chau chau chau.
Buenas noches, señoras, buenas noches, dulces
señoras, adiós.
III
El sermón del fuego
La estaca del río se ha roto, los últimos
dedos de hojas
se aferran y naufragan en la ribera húmeda. El
viento
cruza la tierra parda silencioso. Las ninfas
se han ido.
Dulce Támesis, corre suave, hasta que haya terminado
mi canción.
El río no carga botellas vacías, ni papeles de
sánguches,
pañuelos de seda, cajas de cartón, colillas de
cigarrillos,
o cualquier testimonio de noches veraniegas.
Las ninfas se han ido.
Y sus amigos, los herederos holgazanes de los directores
de la City[13],
se han ido también, y no informaron dirección.
Frente a las aguas del gran Lemán me siento y
lloro...
Dulce Támesis, corre suave, hasta que haya terminado
mi canción.
Dulce Támesis, corre suave, porque no hablaré alto
ni mucho.
Pero a mi espalda oigo en un estallido frío
el repiqueteo de los huesos, y la risa abierta
de oreja a oreja.
Una rata reptó despacio a través de la hierba
arrastrando su panza embarrada sobre la rivera
mientras yo pescaba en el canal callado
una tarde de invierno atrás del gasómetro
meditando sobre la ruina del rey mi hermano
y sobre la muerte de mi padre, el rey anterior.
Blancos cuerpos desnudos sobre la baja tierra
húmeda
y huesos tirados en un pequeño altillo seco
repiqueteando solamente por las patas de las
ratas, año tras año.
Pero a mi espalda de vez en cuando oigo
el sonido de bocinas y de motores, que
llevarán al señor Sweeney
hasta donde la señorita Porter,
abierta en primavera.
Oh la luna brillaba clara sobre la señorita
Porter
y sobre su hija
mientras lavaban sus partes con soda[14]
Tuit tuit
tuit
iag iag iag
iag iag iag
tan rudamente violada.
Tereo[16]
Ciudad irreal
bajo la niebla marrón de un mediodía invernal
Don Eugénides, el mercader de Esmirna
sin afeitar, con los bolsillos llenos de pasas
de uva,
C.i.f.[17]
Londres: documentos o.k.,
me invitó en un francés vulgar
a almorzar al Hotel de la calle Cannon
y a pasar un fin de semana en el Metropole.
En la hora violeta,
cuando los ojos y la espalda
se levantan del escritorio, cuando el motor
humano espera
como un taxi en marcha frente a la puerta,
yo, Tiresias, aunque ciego, palpitante entre
dos vidas,
hombre viejo con arrugados pechos de hembra, puedo
ver,
en la hora violeta, la hora vespertina que
lleva,
con esfuerzo, al hogar, trayendo desde el mar
al marinero.
La taquígrafa está en casa para la hora del
té, levanta el desayuno, prende
la estufa, abre latas de conserva.
Fuera de la ventana, peligrosamente, se
despliegan
sus pertenencias, se secan con los últimos
rayos del sol;
en el diván yacen apilados (de noche su cama)
medias, pantuflas, camisolas y corsets.
Yo, Tiresias, hombre viejo de ubres arrugadas
percibía la escena y predecía el resto
—yo también aguardaba al visitante esperado.
Él, el joven carbuncular[18],
llega,
vendedor de una pequeña inmobiliaria,
arrogante la mirada,
uno de esos rasos a los que la confianza les
sienta
como un sombrero de seda a un millonario de
Bradford[19].
Ahora es el tiempo propicio, así él piensa,
terminó la comida, ella está aburrida y cansada,
se esfuerza por enredarla en caricias
que por ahora no rechaza, si acaso no desea.
Ruborizado y decidido, la asalta al fin de una
vez;
sus manos inquisitivas no hallan resistencia;
su vanidad no busca correspondencia,
acepta su frigidez.
(Y yo, Tiresias, ya he sufrido de antemano
todo
lo representado en este mismo diván o cama;
yo que me he sentado frente a Tebas bajo los
muros
y que he caminado entre los muertos más
míseros.)
Con condescendencia, le otorga un beso final,
y sale al tanteo en busca de la escalera, a
oscuras...
Ella se voltea y mira un momento por el
vidrio,
probablemente no enterada de la partida de su
amante;
su cerebro deja filtrar una idea confusa:
“Bueno, ya está; estoy contenta de que haya terminado.”
Cuando una mujer bella cae en la locura
y da vueltas en su habitación, sola otra vez,
arregla su cabello con ademán maquínico
y pone un disco en el gramófono.
“Esta música llegó hasta
mí desde las aguas”
por Strand, pasando la calle Reina Victoria.[20]
Oh Centro de la ciudad, yo a veces puedo oír
frente a un bar en la calle Lower Thames
el llanto placentero de una mandolina
y un estrépito y cotorreo que vienen de
adentro
donde los pescadores holgazanean al mediodía,
donde los muros
de San Magnus Martyr detentan
el esplendor inexplicable del blanco y dorado
jónicos.
El río exuda
aceite y brea
zozobran las
barcazas
con la cambiante
marea
velas rojas
anchas
a sotavento, hacen
balancear el palo.
Las barcazas lavan
las boyantes
correderas[21]
alcanzan Greenwich
pasando la Isla de
los Perros.
Weilala leia
walala leialala
Elizabeth y
Leicester
batiendo remos
la popa asemejaba
un cofre enchapado
de oro
dorado y rojo
el oleaje brioso
ambas costas
tocaba
viento del sudeste
arrastraba río
abajo
tañidos de
campanas
torres blancas
Weilala leia
walala leialala
“Tranvías y árboles hollinosos.
Highbury me parió. Richmond y Kew
me destrozaron.
En Richmond levanté las rodillas
recostada en el suelo de una canoa angosta.”
“Mis pies están en Moorgate, y mi corazón
bajo mis pies. Después de lo ocurrido
él lloró. Me prometió: ‘empezar de nuevo’.
Yo ni opiné. ¿Qué podía reprocharle?”
“En las playas de Margate.
No puedo conectar
nada con nada.
Uñas rotas de manos sucias.
Mi pueblo, gente pobre,
no espera nada.”
la la
Luego llegué a Cartago
Ardo ardo ardo
Oh Señor Tú me arrebatas
Oh Señor Tú siempre arrebatas
ardo
IV
Muerte por agua
Flebas el Fenicio, con dos semanas de muerto,
olvidó el grito de las gaviotas, y el oleaje
profundo del océano
y la pérdida y la ganancia.
Una corriente bajo
el agua
recogió sus huesos en susurros. Levantándose y
cayendo
recorrió sus escenas —de vejez y juventud—
hasta ingresar en el remolino.
Gentil o judío
Oh tú que llevas el timón y miras a barlovento,
considera a Flebas, él fue alto y buenmozo igual
que vos.
V
Lo que dijo el trueno
Tras la luz de la antorcha en los rostros sudados
tras el silencio helado en los jardines
tras la agonía en pedregales
el grito y el llanto
prisión y palacio y reverbero
del trueno en primavera en montañas lejanas
él que vivía está ahora muerto
nosotros que estábamos vivos estamos ahora
muriendo
y con poca paciencia
Aquí no hay agua sino
sólo roca
roca sin agua y la calle arenosa
la calle serpenteando arriba en las montañas
que son montañas sin agua montañas de roca
si hubiese agua nos detendríamos a beberla
entre las rocas no se puede parar ni pensar
el sudor está seco y los pies en la arena
si sólo hubiese agua entre las rocas
montaña boca muerta dientes de caries que no logra
escupir
y uno no se puede parar ni echar ni sentar
aquí
ni siquiera hay silencio en las montañas
sólo el rayo seco estéril sin lluvia
ni siquiera hay soledad en las montañas
sólo las caras rojas taciturnas[22]
gruñendo desdeñosas
desde el portal de casas con paredes de barro
si hubiera agua
en vez de roca
si hubiera roca
y también agua
y agua
y una fuente
y un charco entre
las rocas
si hubiera aunque
sea el ruido
del agua
no la cigarra
ni la hierba seca
cantando
sino el ruido del
agua sobre la roca
donde el zorzal
ermitaño canta adentro del pino
plip plop plip plop plop plop plop
pero no hay agua
¿Quién es el tercero que camina al lado tuyo?
Cuento y somos dos
pero cuando miro
adelante en el camino blanco
siempre hay otro
caminando al lado tuyo
moviéndose adentro de
un manto pardo, con capucha
no sé si es hombre o
mujer
—¿pero quién es ese
que anda al lado tuyo?
Y qué es ese sonido agudo en el aire
rumor de unos lamentos
maternales
Quiénes son esos que
encapuchados marchan
sobre llanos
interminables, trastabillando en la tierra agrietada
cercados sólo por el
horizonte plano
Cuál es la ciudad sobre
las montañas
que se raja y reúne y explota
adentro del aire violeta
torres que se caen
Jerusalén Atenas
Alejandría
Viena Londres
irreales
Una mujer tensó su pelo largo y negro
sacando de esas
cuerdas música muy leve
murciélagos con caras
de bebés bajo la luz violeta
chillaron, hicieron batir
sus alas,
y gatearon de cabeza sobre
una pared mugrienta
y en el aire al revés
parecíanse a torres
tañendo reminiscentes campanas,
marcando la hora
cantos emergiendo de
cisternas vacías y pozos agotados.
En este hoyo cavado en las montañas,
en la tenue luz de la
luna, la hierba canta
sobre lápidas caídas, frente
a la capilla rodeada
la capilla está vacía:
ahí, es la casa del viento.
Sin ventanas, y una
puerta que oscila,
los huesos secos no podrán
dañarnos.
Sólo un gallo sobre la
viga del techo
co corocó co corocó
un relámpago. Luego,
una ráfaga húmeda
nos trae la lluvia
Ganga[23] estaba muy bajo, y las
hojas languidecían
esperando la lluvia,
mientras las nubes oscuras
se juntaban muy lejos,
arriba de Himavant[24].
La selva se agachó, se
agazapó en silencio.
Y entonces habló el
trueno
DA
Datta:[25] nosotros, ¿qué dimos?
Mi amigo, sangre que agita
mi pecho
la osadía espantosa de
rendirse un momento
que una vejez prudente
no podrá retractar
Por esto, sólo por
esto, hemos vivido
lo que no estará en
nuestros obituarios
o en memorias
decoradas por la araña benéfica
o bajo sellos rotos
por el abogado flaco
en la casa vacía
DA
Dayadhvam:[26] escuché la llave
girar una vez en la
puerta, giró sólo una.
Pensamos en la llave,
cada cual en su celda
pensando en la llave,
cada cual confirmará,
cuando caiga la noche,
su prisión. Los rumores etéreos
reviven un instante a
un Coriolano roto
DA
Damyata:[27] el barco respondió
suavemente, a la mano
experta en navegación
El mar en calma, tu
corazón habría respondido,
de la misma manera, si
lo invitaran, con latir sumiso
ante las manos con
control
Me senté en la orilla
a pescar, con la
llanura yerma detrás
¿Pondré en orden mis
tierras por lo menos?
El Puente de Londres se
derrumba …rrumba …rrumba
Le Prince d’Aquitaine
à la tour abolie[30]
Sólo
estos fragmentos apuntalé contra mi ruina
Por eso voy a enderezaros.
Jerónimo enloqueció otra vez.[31]
Datta. Dayadhvam. Damyata.[32]
Shanti
shanti shanti[33]
Traducción: Franco Bordino
[2] “Fresco sopla el viento / Rumbo a la patria / Mi niña irlandesa /
¿Dónde estás?”: fragmento de la ópera de Wagner Tristán e Isolda. En alemán en el original.
[4] “Esas son perlas que fueron sus ojos. ¡Mirá!”: alusión a la canción de
Ariel en La tempestad de Shakespeare.
[5] “Santa María de Woolnoth”: templo de Londres perteneciente a la Iglesia
Anglicana.
[6] “¡Lector hipócrita! —mi
semejante —¡mi hermano!”. Verso final del poema “Al lector” con que Baudelaire
abre sus Flores del mal. En francés
en el original.
[7] “Cupidon”: Cupido en
francés.
[8] “laquearia”: palabra latina. La laquearia
es un techo de paneles.
[9] “Filomela”: personaje de la mitología griega. Filomela fue violada por
Tereo, su cuñado y el marido de su hermana, quien le cortó la lengua y la
encerró en un calabozo para que Procne, su esposa y hermana de Filomela, no se
enterara. Pero Procne supo finalmente de la violación, y ambas mujeres
decidieron cobrar venganza. Asesinaron, cocinaron y le dieron de comer a Tereo
a su propio hijo (también hijo de Procne y sobrino de Filomela). Cuando Tereo
supo que acababa de comerse a su hijo, se enfureció y quiso cobrar venganza de
las dos mujeres. Los dioses pusieron fin a la espiral sangrienta convirtiendo a
los tres personajes en pájaros. Filomela fue convertida en ruiseñor y Procne en
golondrina.
[10] “iag-iag”: “jug jug” en
inglés. Onomatopeya para el canto de los pájaros.
[11] “ese rag shakespiriano”: en inglés, “that Shakespeherian Rag”. Se trata de una canción de jazz, popular en la década de 1910. Los versos
que siguen (“es tan elegante / tan inteligente”) son parte de la letra de la
canción. Rag o ragtime es un género musical estadounidense con componentes
afros y considerado precursor del jazz.
[12] “plata”: en inglés, “money”.
[13] “City”: Centro financiero de Londres.
[14] “lavaban sus partes con soda”: alusión a una práctica anticonceptiva antigua
que consistía en lavativas con una solución de bicarbonato (“soda”).
[15] “Y, ¡Oh, qué voces de niños cantan en la cúpula!”, último verso del
poema “Perceval” de Paul Verlaine. En francés en el original.
[16] “Tereo”: cuñado de Filomela, su violador. Cfr. nota 9.
[17] “C.i.f.”: abreviatura para “Cost, insurance, freight”; en
castellano, “costo, seguro y flete”.
[18] “carbuncular”: transportamos
al castellano y sin modificación el neologismo que acuñó Eliot en inglés. En
ambas lenguas, “carbuncular” significaría “lleno de carbúnculos” (los
carbúnculos son un tipo de granos).
[19] Los millonarios de Bradford, empresarios de la industria textil, se
habían enriquecido hacía poco (en relación a la fecha de composición de La Tierra Baldía), favorecidos por la
Primera Guerra Mundial. Eran lo que suele llamarse “nuevos ricos” y,
probablemente, Eliot pensaba que los sombreros de seda no les quedaban bien.
[20] “Strand” y “Queen Victoria Street”, calles
londinenses.
[21] “Corredera”: en inglés, “logs”
significa “leños”, pero es también un término náutico y significa “corredera”.
La corredera es un artefacto que se utiliza para medir la velocidad a la que
navega un barco. Es una suerte de peso plano atado a una soga que se lanza por
la popa y que el barco arrastra por la superficie del agua.
[22] “sólo las caras rojas taciturnas”: son las mismas caras iluminadas por
las antorchas del primer verso de este poema. En el original, en el primer verso
dice: “Tras la luz roja de antorcha…”. En nuestra traducción omitimos la
palabra “roja” por razones métricas.
[23] “Ganga”: “Ganges” en sánscrito.
[24] “Himavant”: “Himalaya” en sánscrito.
[25] “Datta”: “da” en sánscrito.
[26] “Dayadhvam”: “simpatiza” en sánscrito.
[27] “Damyata”: “autocontrol” en sánscrito.
[28] “Luego se hundió en el fuego que salva”: verso de la Divina Comedia de Dante. En italiano en
el original.
[29] “¿Cuándo me volveré golondrina?”: verso de Pervigilium Veneris, poema anónimo del siglo II. En latín en el
original. Recordemos que Procne, la hermana de Filomela, fue convertida en
golondrina luego del complot de ambas contra Tereo. Cfr. nota 9.
[30] “El Príncipe de Aquitania en la torre abolida”: verso del soneto “El
desdichado” de Gérard de Nerval. En francés en el original.
[31] “Por eso voy a enderezaros. Jerónimo enloqueció otra vez”: en inglés, “Why then Ile fit you. Hieronymo’s mad
againe.”. Se trata de una cita de The
Spanish Tragedy de Thomas Kyd.
[33] “Shanti shanti
shanti”: según las notas de Eliot a La Tierra Baldía, se trata de una
fórmula de los Upanishad que
significa “la paz que supera nuestro entendimiento”.
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