Sonata de la pastora
Bellísimos
animales
que
pasan y dejan en mí
la
estela del río y de la bestia,
del
alarido y del dolor extático
—arpegio,
dedos
ante un cristal,
yemas
y corazones prensados al vacío.
*
Te
siento...
Me
siento...
Así
nos sentimos
en
el aire a través de mí
y
de vos
Cuando
estás a distancia
un
temblor de aire,
de
muebles y de ríos
subterráneos,
en los contornos de todo a través de mí
y de
vos,
verdaderamente.
Mirame
cuando paso,
MIRATE
hay
nenes volando entre nosotros
fiebre
alucinatoria de niños sepultados
y un
salmo abierto en cada rincón.
Te
tocaría si no fueras a romperte.
Te
bañaría de palmas, si no fuera a amarte.
Te
daría estrellas sensibles para cada diente.
Sí...
Sí...
No...
No...
No
me mires
No
me toques
No
me hables
puedo
empezar a sudar hilos de brea por alguna parte.
¿Por
qué tus piernas y nalgas buscan el cielo
llenan
el espacio con tus juegos de acróbata
tan
bellamente? ¿por qué
el
negro se encierra en tus ojos
y
vuelve desde el fondo de la noche convertido en luz clara?
¡Cómo
traen flores del campo, flores de sapo y manzanilla,
tu
alma blanca tan desprendida,
tus
rasgos en piedra —santa— pulidos por el sol,
tu
risa... la manzanilla... tu risa...
la
campana aromática de papel blanco
que
suena para todos desde adentro tuyo
y
para todas las criaturas que pacen en el campo
—pequeña,
populosa flor!
Algún
día te tocaré las manos.
En
ellas, sólo en ellas,
seré
una sonata de viento recorriendo tu color.
Franco Bordino
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