Sobre el Hombre Topo
SOBRE EL HOMBRE TOPO:
Escriben en esta revista: Franco Bordino, Matías Rano, Gustavo Roumec, Tiépolo Fierro Leyton, Juan M. Dardón, Tomás Manuel Fábrega y Xabier Usabiaga.
miércoles, 31 de julio de 2013
Rilke: Sonetos a Orfeo
I (II)
¡Respirar, invisible poema!
Espacio cósmico puro incesantemente
Trocado por el propio ser. Contrapeso
Donde rítmicamente me produzco.
Única ola cuyo
Lento mar soy yo;
Tú, el más rico en reserva de todos los mares posibles,
Ganancia de espacio.
Cuántos de estos sitios de los espacios estuvieron ya
Dentro de mí. Más de un viento
Es como mi hijo.
¿Me reconoces, aire, tú que estás lleno aún de lugares, que antaño fueron míos?
Tú, lisa corteza un día,
Redondez y hoja de mis palabras.
DE "SONETOS A ORFEO"
VERSIÓN DE EUSTAQUIO BARJAU
Artaud: El tiempo donde el hombre era un árbol
Compartimos este poema brillante, curiosamente poco citado por aquellos filósofos que han escrito tanto sobre Artaud, tal vez porque enuncia con demasiada claridad aquello sobre lo que éstos han preferido especular inventivamente. Crucial para entender lo que Artaud quería decir con su famosa expresión "cuerpo sin órganos", este poema está lejos de mostrarnos a un Artaud contestario, luchando contra la lógica utilitarista del capitalismo, buscando la "fuga" de la conciencia hacia la locura y el "devenir impersonal"; en fin: a un Artaud urbano y sesentista, como el que quisieron pintarnos Deleuze y Guatari. Mucho menos nos muestra una mediocre ética aristotélica de los vicios y del drogarse "prudente". Este es otro Artaud, el Artaud real, diferente del Artaud no sólo de Deleuze sino también de Foucault, y del de sus admiradores. Un Artaud telúrico, romántico, con voluntad de dominio y sed de crear, con una ética de inspiración y vida creativa; un Artaud en contra de la desintegración y mediocridad animal del hombre contemporáneo y occidental. Este es el Artaud que quería ser un árbol.
El tiempo donde el hombre era un árbol
El tiempo donde el hombre era un árbol sin órganos ni función,
Pero de voluntad
Y árbol de voluntad que avanza
Volverá.
Ha sido y volverá.
Pues la gran mentira ha sido hacer del hombre un organismo
Ingestión, asimilación,
Incubación, excreción
Lo que existía creó todo un orden de funciones latentes
y que escapan
Al dominio de la voluntad
deliberadora
La voluntad que decide de sí a cada instante;
Pues era eso este árbol humano que avanza,
Una voluntad que decide de sí a cada instante,
Sin funciones ocultas, subyacentes, regidas por el inconsciente.
De lo que somos y de lo que queremos poco queda
ciertamente,
viernes, 26 de julio de 2013
Juan M. Dardón: Cuna (III)
El Peugeot 505 de Chávez brillaba como un zapato de cuero nuevo. Con una navaja el malevo cortó el precinto de Guarrechea, lo puso de frente y le ajustó un nuevo precinto más apretado para fenar la hemorragia. Del otro bolsillo exterior de su saco extrajo una bolsa plástica de supermercado y le envolvió las manos sangrantes.
- Si no me jodés hago
que te vea un médico antes de llegar. No manchés el tapizado, ¿quedó claro?
Guarrechea lo miró
torciendo un poco la cabeza de lado. El malevo se dio cuenta tarde:
- Me acabo de intentar
matarme, mi hija está muerta en el comedor, me importa una mierda tu tapizado,
retardado.
- Tenés razón. Intentá
no manchar por favor.
Lo sentó en el asiento
del acompañante, bajó la tapa de la guantera y le ordenó que metiera las manos
ahí. El aire de la madrugada olía a ceniza de cardo y hueso. Eran Los días
del Humo. Se estancó sobre la ciudad y el conurbano una humareda de
diferentes consistencias, colores y pestes. Alguna región de la patria fue
purificada por el fuego y la voluntad metafísica de los vientos cubrió Buenos
Aires de malecones de hollín.
Don Julio Chávez se
sentó al volante y encendió los faros antiniebla. Lo inquietó alguno de sus
instintos y viró la cabeza a la izquierda: un hombre de sobretodo gris lo
miraba y fumaba con pipa en la vereda de enfrente. Creyó reconocerlo, pero
estaba a una distancia y bajo una luz en que sus rasgos eran vagos. Una voluta
grande como un carruaje y el extraño desaparece ante los ojos del malevo. “Humo
de mierda”.
El auto arrancó y
siguió pensando con el rostro inmutable en quien los vigilaba. Los despabiló el
llanto de Guarrechea, pero no se desvió del parabrisas, del humo
latinoamericano que escondía motociclistas y semáforos.
- No entiendo qué
carajo tenía que ver Cármen, na'nenita... no se puede...
- Para mí que alguien
debe haber entendido que si estafabas con leche y comida podrida a los
comedores infantiles muchos nenes y nenas como tu hija la iban a pasar muy mal,
y bueno... cuando se enteró del fraude ese alguien te quiso hacer entender cómo
eran las cosas - mientras más se alejaba del cuerpo frío de esa nena, más
fuerte se sentía, menos afiebrado-. Vos la mataste, espero que lo entiendas,
hombre.
Guarrechea se revolvió
en el asiento y su custodio tuvo miedo de tener que matarlo.
- ¿Yo?, hijo de puta,
¿yo? - su sonrisa mostró una hilera de dientes parejos y amarillos como dados -
¿Yo le abrí la garganta en el vestuario del club? ¿Yo la dejé que se desangrara
viva en la pileta? - ese hombre lloraba con todo lo que había en él vivo.
- Yo soy el secretario
de Vonger, la orden por mí no pasó.
- Vonger es un sádico
y vos sos su puta, su mulo. Te encargas de que el viejo tenga todo lo que
quiere cuando se le ocurra. ¿Me lo vas a
negar? Sos un asesino.
- Mercenario, sicario,
asesino... son palabras fuertes: me predisponen de mala manera. No éramos tan
malos cuando estafaste los comedores, sino no lo hubieras hecho, Guarre.
- ¿Por qué no me dejás
de romper las pelotas, Chávez? Acabás de tirotear a mi familia, sínico de
mierda. Si sos un hijo de puta tené las bolas para venir de frente – Chávez
esbozó una sonrisa horrible, lo miró con
Juan M. Dardón: Cuna (II)
La anciana con un andar de ciervo rengo se acercó al conjunto de sillas donde tres hombres meditaban. Uno de ellos se levantó para cederle el lugar. Ella lo reusó y le dijo con un tono suave:
- El Cardenal mandó sus
condolencias – los hombres levantaron la cabeza-. Su secretario, ese morocho de
traje que acaba de entrar, se metió en el estudio de su hermano.
Los hombres
sostuvieron un silencio.
- Se los decía – y bajó el tono –,
porque no creo que todos mis hijos sean... espero que Carmencita les diga qué
hacer.
Guarrechea hizo un
movimiento veloz hacia atrás con todo el cuerpo. El brazo derecho le colgaba junto
al sillón. Estaba sentado tras un escritorio monumental de quebracho que
parecía la obsesión de un ebanista: un gliptodonte rojo. Chávez no veía el arma
desde donde se hallaba, aunque la presentía cargada, ansiosa. Guarrechea se
embriagó con una botella de licor naranja que había sobre el escritorio junto a
la lámpara. En la camisa, arremangada y fuera del cinto, se apreciaba un mancha
deforma de alcohol. La iluminación caleidoscópica de la habitación presentaba
los libros y las esculturas en estantes, un mueble con botellas y bar, y unos
óleos campestres de tonos pastel, amarillos y dorados. Los ojos de Guarrechea
se fijaron en el invasor, enfocaron y
unieron la cara con un nombre y un expediente
- ¡Chávez! ¡La puta del
Cardenal! ¿Qué mierda venís a buscar ahora?
- Prefiero ser el perro del
Cardenal – repuso el otro acercándose y tocando el respaldo del sillón vacío
frente a Guarrechea –, no tengo nada que ver con esto. Te vengo a llevar.
Vonger quiere verte. No me la hagás más difícil. Te lo pido de hombre a hombre.
- Pero vos no sos un hombre, sos
un sorete, un parásito que se come todo lo que Vonger se traga y le llega al
culo ... le llega al culo quebrado ese que tiene.
Manoteó con la
izquierda la botella de licor y le dió con el dorso a la lámpara que cayó despedigando por el piso los
cristales multicolores que componían el vitreaux de la pantalla.
El despacho estaba más
blanco ahora. Una reproducción del David de Rafel estaba en una esquina: un
muchacho, sonriente, desnudo, con las armas sueltas. Los ojos de Guarrechea
eran de esa combinación polar de azul y rojo inyectado.
- No me importa quién
carajo quiere verme – se pasó la mano izquierda sobre el pelo estirándolo hacia
atrás. Los ojos no parecía sanos. Las respiración era confusa y miraba hacia
todos los rincones con espanto.
- ¡Se llevaron a mi
hija! ¡Le abrieron la garganta, mi vida, Carmencita! Todavía no iba a jardín.
Me cagaste la vida, vos asesino hijo de puta, y el viejo trolo ese son dos
hijos de puta. ¡Ojalá te maten a tu familia, sorete!
Levantó la mano con
una Cold 45 y se la dirigió a la sien derecha. Lo hizo con una lentitud
escandalosa. No fue ni siquiera un esfuerzo para el malevo desenfundar su Gloc
con silenciador de la sovaquera y atravesar la mano y la cacha del arma y poner
otra bala en la mano que Guarrechea apoyaba en el escritorio. Los gritos de
dolor con que prorrumpió al irse al suelo aceleraron a los hombres de abajo, ya
vapuleados.
Chávez rodeó el
escritorio y sacó del bolsillo exterior de su saco un precinto grueso de
plástico con el que le ajustó las muñecas en la espalda. Lo puso de pie y lo
llevó hacia la puerta. Al abrir Guarrechea intentó liberarse de su custodio
sacudiéndose como una mariposa a la vez que reclamó:
- Te podrías haber
puesto un traje negro, infeliz, es un velatorio para venir de colorado.
Chávez le puso una
palma sobre la oreja y le selló la cabeza con el marco de madera de la puerta:
- Es negro coágulo.
Quedate quieto, no te quiero lastimar.
Desde lo alto de la
escalera el barbijo colgando bajo el mentón hacía parecer al malevo con una
temible garganta negra. Por las escaleras subían a los saltos tres hombres. Los
tíos. El segundo traía una escopeta. La vieja aferrada al final de la
balaustrada arengaba: “¡Que no se lo lleve! ¡Que no se lo lleve!”. Los hijos
varones se le echaron encima con furor. Chávez arrojó la presa y dio un paso
atrás, arriba. Desenfundó la Gloc
y empuñó el Cold que llevaba en el cinturón (le había gustado el modelo). Con
un arma en cada mano resolvió la situación. Se movió para quedar protegido tras
el cuerpo del primero y evitar darle ángulo al segundo para dispararle. Luego
balazo en la pierna y embestida para lanzar por la baranda al primero,
disparando a la vez un tiro un hombro y otro en el biceps que sostenían la
escopeta. El rifle cayó por los escalones. Su poseedor se hizo un capullo y el
malevo se le fue encima al tercero que esgrimía una cuchilla en la diestra.
Frenó la puñalada y le metió el caño hirviente del Cold en la boca arrancándole
unos dientes y quemándole los labios y la lengua. El muchacho cubrió su cara
con las manos y se acurrucó en los escalones.
Chávez regresó unos
peldaños y sujetó nuevamente a Guarrechea. Lo bajó a las sacudidas. Mujeres,
viejos, niños y obesos miraban agolpados en la entrada del comedor. El
secuestrador pasó de largo sin mirarlos. No quería ver a la muertita.
La vieja les abrió las
puertas que daban al atrio:
- ¡Lleveseló! No fue
hombre para cuidar a mi nieta.
- Ponele un tiro a
ella también , Chávez -rogó Guarrechea.
Caminaron los baldozones que marcaban una senda
hasta el portón abierto. Chávez no hizo tiempo a subirse el barbijo.
Juan M. Dardón: Cuna (I)
Cuando una aguja punza un hematoma brota sangre pútrida, perversa y espesa combinación del rojo y el negro. Ese era el color del traje del matón del Cardenal Vonger, que esa noche estaba de operativo.
Manejaba
su auto con un pesar irrompible. La llovizna convertía el asfalto en un espejo
donde se deformaban las luces de los coches y del alumbrado público. La radio
sonaba bajita. El malevo llevaba una camisa blanca con líneas verticales rojas
y un pañuelo agorrionado en el cuello. Tenía entradas marcadas pero no se iba a
quedar pelado. El saco colgaba en el asiento del acompañante. El barrio por
donde conducía tomó un aspecto agradable a pesar de la oscuridad. De las
casetas recibía una venia cada tanto por parte de lánguidos serenos y guardias
de seguridad. Los jardines todos igual de grandes y cuidados alejaban las
entradas de los grandes chalets del fondo.
Estacionó
frente a una mansión cualquiera. Una vez en la vereda fue a la puerta del
acompañante, agarró el saco y palpándose los bolsillos se lo puso. Atravesó el
pórtico que no era más que un semicírculo de ladrillos a la vista, un portón
con dos hojas de hierro trabajado y dos pinos que ocultaban dos falsas columnas
dóricas hechas con moldura.
- Buenas
noches, mi nombre es Julio Chávez, soy el secretario del Cardenal. Vengo a
presentarle el pésame al señor Guarrechea –este hombre está enfermo, o tiene
pánico o náuseas, no puede ser Chávez. La anciana lo inspeccionó con una mirada
endemoniada. Le señaló la escalera informándole que estaba en el estudio.
Cuando Chávez salía del vestíbulo
comentó a sus espaldas:
- Los estaba esperando. Limpió
el revolver ni bien volvió de la morgue.
Chávez se volvió con
el rostro cuadrado bajo un desinterés marcial. Se pasó el índice y el pulgar
por la arcada de su candado, bajándose el barbijo negro y abriendo un poco la
boca. La vieja le miró la barba negra y pelirroja por primera vez. Notó las
canas firmes que lucía Chávez. Éste no le respondió y siguió su camino.
Antes de la escalera,
a la izquierda, lo distrajo el cuadro completo del velatorio. Un peso en la
nuca hizo tronarle el cuello y se plantó a presenciar la escena. La muerta
descansaba en cajón. Menos de un metro de largo. Sólo destacaban entre los
tules nebulosos su cara y sus dedos entrelazados con un rosario de nácar y
marfil. Ocupaba la mesa central del comedor. El piso alfombrado mitigaba los
pasos de la concurrencia. Gran parte de la familia estaba allí. Todos miraban
al suelo. Del suelo al cajón. Del cajón
al café en sus manos. Del café al ventanal que mostraba el jardín en penumbras.
Del jardín al reloj que marcaba las cuatro desde hacía dos horas. Del reloj al
suelo alfombrado de verde como una mesa de naipes. Alternaban esa secuencia
hasta el sinsentido.
Varios hombres
lloraban con ese llanto añejo que es un expresión y no una efusión. Los tíos.
Las sirvientas vestidas de civil servían café o té en mesitas puestas contra
las paredes. La luz era abundante. Surgía de una araña, de cuatro o cinco
lámparas de pared y de unos veladores puestos sobre el amueblado. Molestaba
para llorar, para timbear, para dormir, para juzgar, para complotar. No era un
buen velorio.
El malevo quiso café pero su instinto lo condujo
a Guarrechea. La vieja que lo recibió no dejó de mirarlo. Era apenás más alto
que un hombre normal. No era su estatura lo que lo hacía amenazante y alto,
sino una especie de contorno o aura que lo enmarcaba. Quizá era su traje.
Robusto y con una voz ahuecada. Mientras trepaba los escalones se desabrochó un
botón de la camisa a la altura del ombligo, metió la mano y ajustó la cincha y
se acomodó el abrojo del chaleco blindado. Abrochó el botón ni bien alcanzó la
planta alta. Decidió cuál era la puerta y entró.sábado, 13 de julio de 2013
Guillaume Apollinaire - Les collines
Las colinas (bilingüe)
Por arriba de París un día
Combatían dos grandes aviones
Uno era rojo y el otro negro
Mientras en el cenit brillaba
El eterno avión solar
Uno era mi juventud entera
Y el otro era el porvenir
Combatían con rabia
Como contra Lucifer
El Arcángel de alas radiantes
Como el cálculo al problema
Como la noche contra el día
Así ataca lo que amo
Mi amor como el huracán
Desentierra al árbol que grita
Pero mirá qué dulzura por todas partes
París como una muchacha
Se despierta lánguidamente
Sacude su larga cabellera
Y canta su bella canción
Dónde ha caído mi juventud
Ves que arde el porvenir
Entendé que hoy hablo
Para anunciar al mundo entero
Que al fin ha nacido el arte de predecir
Ciertos hombres son colinas
Que se elevan entre los hombres
Y ven a lo lejos el porvenir
Mejor que al presente
Más nítido que al pasado
Por arriba de París un día
Combatían dos grandes aviones
Uno era rojo y el otro negro
Mientras en el cenit brillaba
El eterno avión solar
Uno era mi juventud entera
Y el otro era el porvenir
Combatían con rabia
Como contra Lucifer
El Arcángel de alas radiantes
Como el cálculo al problema
Como la noche contra el día
Así ataca lo que amo
Mi amor como el huracán
Desentierra al árbol que grita
Pero mirá qué dulzura por todas partes
París como una muchacha
Se despierta lánguidamente
Sacude su larga cabellera
Y canta su bella canción
Dónde ha caído mi juventud
Ves que arde el porvenir
Entendé que hoy hablo
Para anunciar al mundo entero
Que al fin ha nacido el arte de predecir
Ciertos hombres son colinas
Que se elevan entre los hombres
Y ven a lo lejos el porvenir
Mejor que al presente
Más nítido que al pasado
Los dedos de arena
LOS DEDOS DE ARENA
Escribo porque el cuero retiene las penas
Y no las deja salir.
Las agarro de los pelos y las tironeo,
Para que salgan afuera y se vayan corriendo.
Que se vayan –corriendo-
Con cara de desposeídas, de abandonadas en carnaval,
De luciérnaga tuerta.
Mientras el canto se seca y se apaga
Escribo porque para escribir me sobran dedos de arena.
Escribo para que la palabra no se quede silenciada
Por un pasado macho y duro,
Como asesino bravo.
Escribo porque tengo miedo y porque el miedo me hace cosquillas
Y me pide escribir.
Dame palabras
que escribo.
Dame un sorbo de luz
para escribir.
Dame un espejo donde verme de nuevo.
Ya hace muchas mañanas que no contemplo mi cara,
ni leo el poema, ni entono la garganta
Y que ni busco esos tibios ojos que desde adentro
Se apagan
y soplan
y laten
y se apaga
soplando
latiendo
como un poema vivo
como una vida poseída
por la palabra.
AUTOR: GUSTAVO ROUMEC
ESCULTURA: BRIAN DETTMER
Tarde
TARDE
Tu sombra se trenza en la luz tenue de tu propio canto
Veo:
Damascos, diamantes, amantes, damas y escotes.
Por un instante sé que todo puede divinizarse,
Desde una pena, hasta tu espalda.
Y si hay algo más allá de estos esteros,
Qué importa,
Si acá se está tan bien, nosotros, los dos,
Tan bien,
Que la vida no parece la rueda
que parece
cuando no estás.
Rápido, quel grito reclama,
Corre, quel niño no tiene paz
Sino hasta que se recorta tu imagen en su puerta.
Y ahí descansa a salvo del sueño,
Feliz en tu pecho.
AUTOR: GUSTAVO ROUMEC
PINTURA: "Clareando Pinheira", de EMILIANO BELLINI
Instructivo
INSTRUCTIVO
Se cava una fosa común.
Se deposita allí el futuro.
Se tapa.
Se apisona bien la tierra negra
Para que no se note nada extraño.
Se coloca una N,
A su lado se coloca otra N.
Así, se borra un nombre.
Se amenaza a la luna,
Siempre testigo.
Se la intimida.
(No tendré paz
Hasta que conozca tu rostro).
AUTOR: GUSTAVO ROUMEC
PINTURA: "MELANCOLÍA", de EDVARD MUNCH
Trabajar el aire
Caen las palabras al piso
Ese Instante aspero
Como tu lengua recorriendo mis sentidos.
Esa palabra que fecunda a quien la lee
Y que es como mirar al sol
A los ojos.
El grito:
La puñalada esteril
Que sepulta de una vez la idea.
La idea de una palabra que me pertenece.
*Hilar palabras, urdir nuevos significados, acicalar las frases con una aguja delicada. Hilar palabras simples que puedan decir algo, no cualquier cosa. Darle la libertad a la palabra para que ella sola se vaya acomodando con cada lectura. Porque la palabra nos oculta. Es mentira que ilumina, la palabra cifra y oscurece. La lectura ilumina. La lectura de esa palabra es lo que revela los sentidos que se encuentran ocultos y cifrados. La palabra se asemeja al aire, se respira y es instante, no nos pertenece sólo a nosotros. Porque nosotros somos meros buscadores de la palabra y del aire, intentamos desplazarnos en ellos, a través de ellos y creemos que por eso nos pertenecen, cuando en realidad somos nosotros los que les pertenecemos. Las palabras, como el aire, son irrepetibles, se alimentan de lo efímero. Se mezclan en una danza irreal, absurda e inevitable, extraña a nuestra lógica de oficina.
La palabra nos mira y nos juzga por lo que verdaderamente somos. La palabra nos penetra, nos enjuga y nos escupe, nos grita cuando no le oímos. La vida sin palabra es lenta y vacía. Hallar y poseer la palabra nos saca del sopor para siempre, nos transforma y no deja en nosotros ni huella de lo que éramos. La palabra no nos quita el deseo, lo sustituye por otras cosas. La palabra nos genera, nos moldea, nos empuja, nos late, nos aniquila, nos recuerda. Y si aun pacífica, es implacable.
AUTOR: GUSTAVO ROUMEC
PINTURA: "NEGRO Y VIOLETA", de WASSILY KANDINSKY
sábado, 6 de julio de 2013
Vinimos a soñar
Vinimos a soñar
Así lo dejó dicho Tochihuitzin,
Así lo dejó dicho Coyolchiuhqui:
De pronto salimos del sueño,
sólo vinimos a soñar,
no es cierto, no es cierto,
que vinimos a vivir sobre la tierra.
Como yerba en primavera
es nuestro ser.
Nuestro corazón hace nacer, germinan
flores de nuestra carne.
Algunas abren sus corolas,
luego se secan.
Así lo dejó dicho Tochihuitzin.
TOCHIHUITZIN COYOLCHIUHQUI
(Tochihuitzin Coyolchiuhqui vivió entre los siglos XIV y XV de nuestra era. Fue señor de Teotlatzinco e hijo de Itzcoatl, el Tlatoani de Tenochtitlán. Poeta en lengua náhuatl, contemporáneo a Netzahualcóyolt. De Tochihuitzin se tiene muy poca información, además de muy pocos versos; pero se conoce que ayudó a Netzahualcóyolt en su huída de Texcoco luego del asesinato del padre de este, dándole refugio en Tenochtitlán hoy conocida como Ciudad de México.)
miércoles, 3 de julio de 2013
Sumeria
La religión sumeria
...Los sumerios veían los movimientos a su alrededor como la magia de los espíritus, magia que era la única explicación que tenían de cómo funcionaban las cosas. Esos espíritus eran sus dioses. Y con muchos espíritus alrededor, creían en varios dioses. Creían que el sol, la luna y las estrellas eran dioses, al igual que los juncos que crecían a su alrededor y la cerveza que destilaban.
Son pocos los escritos que se conservan de la civilización sumeria, pero en ellos puede observarse cómo el movimiento de las cosas era entonces mucho más exquisito y significativo que el registrado por cualquier civilización posterior, o incluso que el que podemos apreciar en la actualidad.
Aunque esta es la lectura más aceptada, cuál haya sido el sentido y función de los escritos sumerios es todavía uno de los mayores motivos de controversia entre los sumeriólogos.
Los arqueólogos más escépticos y ortodoxos sostienen que en realidad los escritos conservados son fragmentos del pretendidamente perdido “Canto de Enmerkar”, poema épico que narra las hazañas bélicas de este rey sumerio implacable. Esta hipótesis es poco probable, ya que la mayoría de los escritos conservados se asemejan más bien a protocolos e instructivos sobre quehaceres domésticos o actividades comunitarias (protocolos sobre agricultura y fabricación de herramientas, o sobre el tratamiento de la cebada y la conservación de la carne); se asemejan más bien a esto —decíamos— que al poema épico perdido tal como testimonios de civilizaciones posteriores lo describen. Por esta razón, pese a su intenso lirismo, es imposible que los escritos legados hayan formado parte del “Canto de Enmerkar”.
Descartando que estos escritos hayan sido considerados por los sumerios mismos textos sagrados o literarios, otros investigadores ortodoxos explican su singularidad mediante la tesis de que el pueblo sumerio era un pueblo compuesto de poetas en su totalidad. Sin embargo, para el respetado arqueólogo y teósofo Richard Von Hersch, la tesis de que un pueblo entero, generación tras generación, haya tenido dotes para la poesía es fantástica y además racista. Según Von Hersch, sólo el deseo positivista de negar la “Tesis de la degradación de la realidad” (tesis elaborada, además, a partir de un dogma de la religión sumeria —los sumerios, por ejemplo, oraban al pasto para que éste no perdiera su verdor—) es el único motivo para defender esta tesis.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)