Caen las palabras al piso
Ese Instante aspero
Como tu lengua recorriendo mis sentidos.
Esa palabra que fecunda a quien la lee
Y que es como mirar al sol
A los ojos.
El grito:
La puñalada esteril
Que sepulta de una vez la idea.
La idea de una palabra que me pertenece.
*Hilar palabras, urdir nuevos significados, acicalar las frases con una aguja delicada. Hilar palabras simples que puedan decir algo, no cualquier cosa. Darle la libertad a la palabra para que ella sola se vaya acomodando con cada lectura. Porque la palabra nos oculta. Es mentira que ilumina, la palabra cifra y oscurece. La lectura ilumina. La lectura de esa palabra es lo que revela los sentidos que se encuentran ocultos y cifrados. La palabra se asemeja al aire, se respira y es instante, no nos pertenece sólo a nosotros. Porque nosotros somos meros buscadores de la palabra y del aire, intentamos desplazarnos en ellos, a través de ellos y creemos que por eso nos pertenecen, cuando en realidad somos nosotros los que les pertenecemos. Las palabras, como el aire, son irrepetibles, se alimentan de lo efímero. Se mezclan en una danza irreal, absurda e inevitable, extraña a nuestra lógica de oficina.
La palabra nos mira y nos juzga por lo que verdaderamente somos. La palabra nos penetra, nos enjuga y nos escupe, nos grita cuando no le oímos. La vida sin palabra es lenta y vacía. Hallar y poseer la palabra nos saca del sopor para siempre, nos transforma y no deja en nosotros ni huella de lo que éramos. La palabra no nos quita el deseo, lo sustituye por otras cosas. La palabra nos genera, nos moldea, nos empuja, nos late, nos aniquila, nos recuerda. Y si aun pacífica, es implacable.
AUTOR: GUSTAVO ROUMEC
PINTURA: "NEGRO Y VIOLETA", de WASSILY KANDINSKY
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