Pasos a lo lejos. Escucha. No se sabe si van o vienen. O si ya pasaron y son una réplica. Como si se tratara de reflejos furtivos de pasado y bohemia.
¿Y la luna? ¡Qué decir! No da pista alguna.
Los ecos del grito primero –ese mismo que ahora se pierde en la inmensidad del silencio- se apagan perezosos y entre dientes.
¡Magia, magia!- grita el mendigo, sin dientes. Se apura, escudriña entre las sombras, quiere saber quién viene, quién va o de dónde viene o va.
¡Maldiciones, brujería, barco a tientas y azares! ¡Muéstrate, enseña tus zarpas demonio o dios! Quiero verte-
Silencio.
Los pasos ya no son, no se olfatean en el aire espeso, oscuro. Alguien gime. O son las sombras que raspan los adoquines. El mendigo presiente el peligro que acecha, en sus entrañas siente el multiplicarse del temor y la fatalidad. Camina abriendo sus brazos y golpeando retazos de neblina de medianoche.
-¡Maldiciones, brujería, barco a tientas y azares en la noche de mi muerte! ¿Quién vive, quién muere? ¡Muéstrate, enséñate, que ya la vida me abandona y quiero conocerte, demonio o dios!
Nada. La nada como respuesta única y final. Entre él y unos pasos lejanos, infinitamente inasibles, yace la prostituta, degollada y humeante de sangre tibia en la noche fría de su muerte.
Autor: Gustavo Roumec
No hay comentarios:
Publicar un comentario