Estaba usando la técnica de Mario: pasar por las puertas de las agencias y recolectar pasajeros que estén haciendo fila muertos de frío. Lo hacés entre viaje y viaje y la ganancia te queda integra. Tocás bocina y el tipo se acerca. Es mejor hacerlo con conocidos. Los de la agencia no te van a tirar la bronca, al contrario, agradecidos de que les descomprimas un poco.
Circulaba por el centro cuando vi- ¿o creí ver?- a Víctor Leiva. De haber tenido memoria no le hubiese tocado bocina. Recién ahora me acuerdo que fumaba marihuana mientras los demás corríamos en educación física. También rompió el candado de un armario y se robo unos teclados de computadora. inutilidades que marcaban el destino del tipo.
Por otra parte me pregunto si el tipo que subí era Víctor Leiva. quien fuera se acercó y me preguntó ¿qué? Te llevo, le dije. Le hizo un gesto al amigo, el amigo hizo una mueca y se vino.
(La luz me pone lucido)… y me acuerdo de todo lo que me pasó en este último tiempo, tan ¿revulsivo? Me acuerdo por ejemplo de Noelia…
Llegó a casa sosteniéndose la muñeca. La mano le colgaba como una marioneta. Me miró y se puso a llorar. Eso hacen las mujeres cuando quieren que las tomen en serio: lloran. Es una foto. Noelia había sido novia de papá después de que papá se separó de mamá. A veces papá venía a casa y cuando le preguntaba por Noelia él decía: “Salió. Es así, cada uno hace la suya.” Me daba vergüenza que papá usara ese tipo de expresiones. La verdad es que Noelia no era muy linda, tenía mucho de travesti. Pero para un tipo de más de 50 cualquier chica de 27 que no sea muy gorda y tenga ojos azules está bien.
papá había empezado a mascar chicle, se había tatuado y había consiguió una chica mejor que Noelia y Noelia había intentado cortarse las venas, pero en lugar de las venas se cortó los tendones y así vino a casa: con la mano colgando. La hice pasar, la curé y desgraciadamente nos quedamos solos.
Papá quiso volver con ella cuando entendió que la cosa con la chica nueva no iba, y que con Noelia había algo después de la cama… pero Noelia le dijo lo que habíamos hecho. Y papá ya no me habla.
Víctor y el otro se codeaban. ¿Cómo va la cosa, tanto tiempo? Pregunté. Se miraron. Víctor, dije y repetí la pregunta. Ah.
Ninguno dijo nada.
Me llevaron hasta la ruta mientras hablaban de un tal bebote. Tenemos que ir a buscarlo ahora mismo, dijo el amigo de Víctor. Y Víctor dijo: la cagada ya está hecha. Metete en el camino, papá, dijo alguno. ¿A dónde vamos?
Víctor – o quién carajo fuera que iba en el asiento trasero de mi Senda- quiso pegarme, pero el otro lo frenó. Vamos al hospital.
No se porqué pero también me acuerdo de mi hermana…
Un día me llamó y me dijo: estoy de novia con Un-ermitaño-budista-zen-rastafari-taoista-monje-tantrico-vegano-ascético-urbano-que-escribe-poesía-vanguardista-improvisando-al-ritmo-del-jazz-y-medita-en-el-subte-rodeado-de-objetos. Me lo dijo como si yo supiera de toda la vida lo que eran esas cosas. El tipo meditaba en la boca de la línea C. Y mi hermana laburante-estudiante lo llevó al departamento, lo bañó, le hizo el amor y lo secó. Le dije que no quería saber tanto. Al tiempo volvió a llamarme. La sentí agotada. Agotada. Y había tenido que abandonar la carrera.
¿Y él? Pregunté. y dije: ¿No te das cuenta que es un hijo de puta y te está viviendo? También dije que lo iba a golpear.
¡Vos estás loco! Me dijo. Y me dejó hablando con el tubo.
En el asiento trasero hablaban de lo conveniente que era sacar cuanto antes al bebote del hospital. Me ordenaron no parar en los semáforos.
(La luz… mamá.)
Mamá vestida de Sarah Kay yendo al baile semanal del centro de jubilados. El sábado pasado los compañeros de trabajo me hicieron una bromita. El coordinador levantó el tubo. Es tu mamá, dijo, dice que vayas urgente, que se quedó encerrada. Eran las siete de la mañana, pero ya saben como son las viejas… llegué, usé mi llave. Abrí así, de sopetón: ella tiene sesenta y dos años. Estaba en el sillón besándose con el Elvis de Merlo. Y ya que estoy lo digo: el hombre tenía una mano metida en la bombacha de mamá.
Yo no se que le pasaba a mamá, tampoco se que le pasaba a mi papá ni a mi hermana.
(Cuando llegue la luz voy a recibirla…)
Llegamos al hospital. Víctor bajó. Mostró la culata de un revolver. Se llenó de aire y entró al hospital. ¡Vamos a la parte de atrás!, dijo el otro.
La parte trasera parecía un frontón. La zona era un desierto.
¿Por qué en ningún momento se me vino un flash de mi abuela? Sueño mucho con ella, sin embargo en el momento en el momento del FOGONAZO, Cuando me vinieron todos los recuerdos que conté y me cagué encima no me vino ningún recuerdo de mi abuela.
De la mañana que íbamos de terminal a terminal en el tren, hasta que un guarda nos paró y ella tuvo que darle su reloj. La verdad es que no me acuerdo de eso, pero me acuerdo de mi abuela contándomelo en diferentes mañanas de domingo… de invierno, de verano, de lluvia… Querías ser maquinista, me decía, siempre íbamos a ver los trenes. Una vez fuimos de Moreno a Once, de Once a Moreno y de nuevo de Moreno a Once, sin pagar boleto, hasta que un chancho nos enganchó, etc.
Se me ocurrió una idea y me jugué. El amigo de Víctor Leiva se preocupó por su camarada que no volvía. Pensé que quería entrar para apoyar a su compañero y que no lo hacía por miedo a que yo me fuera, entonces me iluminé. Dije: “Yo quiero cobrar mi viaje. ¿Entendiste? Yo no trabajo gratis.” La gran frase fue: “A mi no me sacan de encima hasta que no me pagan el viaje… yo no estoy acá…” disimulé bien el temblor de voz. Creyendo que yo no iba a moverme de ahí, el compañero de Leiva bajó dispuesto a meterse en el hospital. Pero pensé que todo se me iba a la mierda: Víctor venía, cargando a un gordo enorme y pelado.
Puse el coche en marcha.
Trabé las puertas.
Víctor sacó un 38.
Me apuntó.
El hijo de puta le apuntaba a un ex compañero de primario como si nada.
Aceleré.
Tiró.
Sentí una ráfaga en la cara.
El fogonazo
Los recuerdos
la caca en el calsón
en un kiosquito una botellita de Coca.
Llegué a esta casa que no es mi casa. Es una casa… basta de cuento.
Es una casa que cuido y listo.
Me quedé temblando en el suelo hasta que los Testigos de Jehová tocaron el timbre. Había tenido una iluminación, no podía ser tan soberbio de adjudicármela.
Los atendí.
Una mujer de polleras anotó mi nombre en una planilla y me dijo que a la tarde iban a dedicarme una oración. Le sonreí.
Mi abuela nunca se perdió, ella y yo fuimos los unicos en la familia que no nos perdimos…
Salí al patio, me senté en el piso a esperar el amanecer… y acá estoy, me pongo de pie y subo al montecito en el que está encajada la pileta, a calentarme con la luz del sol.
Autor: Matías Rano
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