Visión de fin de año
La calle manchada con el cadáver de los negocios:
pedazos de pólizas, contratos y documentos.
La luz de las últimas horas de la tarde
contaminada con las luces de las primeras horas del día
artificial, eléctrico: un paisaje hermoso y antojadizo,
fijado en el tiempo como una estación nueva,
iluminado con la imprevisibilidad peculiar de lo que pasa siempre
de manera pautada, hasta que un día cualquiera encuentra un
sentido
y rompe su rostro fraguado,
con un movimiento de savias en lo profundo.
Tengo
nervios mal obturados en la yema de los dedos.
El
tacto contamina todos mis sentidos
con
texturas, líquidos y recámaras.
Cuando
era chico destruía flores,
las
exploraba y las desarmaba.
—Capa
tras capa,
iba
sacándoles todas sus piezas sin violar su construcción;
y
luego restregaba mis manos en polvos amarillos,
rojos
y anaranjados... Y las olía.
En
ningún momento sospechaba la sonoridad de la palabra pétalo
ni
los ríos de verbos bordeando sus venas transparentes
ni
todo ese bronce que se atasca en nuestros pechos
cuando
sentimos el impulso de arrancar
una
flor mojada por gotas curiosas
—gotas
atrapadas extendiéndonos un ruego
de
contacto con tierra, desde el fondo de aquel corazón.
¡Yo
sólo ayudo a que las gotas caigan!
Si los papeles ardieran espontáneamente,
si una llama los arremolinara a cada uno en un vórtice propio
este instante de ciudad sería perfecto,
mis ojos serían perfectos... Y podrían sentir algo
plenamente impalpable, plenamente visible:
un cementerio de hojas,
un cementerio de pétalos...
¡Quiero ser el niño de las flores muertas!
¡Quiero ser el oficinista de los reclamos,
notas de anulación, pedidos, solicitudes,
avisos de deudas y memorándums,
libros contables, talones bancarios, facturas y listas de precios
muertos en la ventana, muertos en el aire
—y
vivos en el suelo,
rodando y parpadeando su centella cóncava de luz del último día!
Quiero que todo el mundo arda arremolinadamente
sólo para que yo pueda tener una visión.
—La rabia en los dedos ansiosos
es la llama que purifica y perfecciona este paisaje:
¡Este es el fuego de mi infancia, este es el fuego de mi
inquietud!
Diciembre 2012, Microcentro
Autor: Franco Bordino
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