Sobre el Hombre Topo
SOBRE EL HOMBRE TOPO:
Escriben en esta revista: Franco Bordino, Matías Rano, Gustavo Roumec, Tiépolo Fierro Leyton, Juan M. Dardón, Tomás Manuel Fábrega y Xabier Usabiaga.
martes, 25 de junio de 2013
Al Éter / Friedrich Hölderlin
Al Éter
Tan amistoso y fiel como tú, ¡oh Padre Éter!, ninguno entre los dioses y los hombres
Me crió; antes incluso que mi madre me acogiera
Entre sus brazos y sus pechos me nutrieran,
Me asiste con ternura y vertiste bebida celestial,
El aliento sagrado, en mi pecho naciente.
No sólo de manjares terrenales se alimentan los seres;
Tú los nutres a todos con tu néctar, ¡oh Padre!,
Y desborda y avanza desde tu eterna plenitud,
Por todos los conductos de la vida, el aire vivificante.
A causa de esto te aman los seres y se esfuerzan y luchan
Sin cesar hacia ti, en su crecer gozoso.
¡Celestial! ¿No te busca la planta con sus ojos,
Y el bajo matorral tiende hacia ti sus brazos tímidos?
Para poder hallarte, la semilla cautiva quebranta su envoltura;
Para, vivificada por ti, poder bañarse en tus ondas,
Se sacude la nieve el bosque, cual ropaje que le estorba.
Y los peces también se asoman y dan brincos, ávidos, sobre la luciente
Superficie del río, como si ellos también anhelasen
Salir de su cuna hacia ti; y a los nobles animales terrestres
Se les convierte en vuelo el paso, cuando un anhelo poderoso,
Aquel secreto amor a ti, los arrebata y los exalta.
Orgulloso, el corcel desdeña el suelo; cual arqueado acero
Tiende su cuello hacia la altura, apenas toca la arena con el casco.
Como en un juego, toca el pie del ciervo el tallo de la hierba,
Tal un céfiro, salta sobre el arroyo que, espumoso, se precipita,
Aquí y allá y apenas visible avanza, errante, entre las matas.
Pero los favoritos del Éter, los felices pájaros,
Habitan y, gozosos, juegan en las eternas mansiones del Padre.
Espacio muy sobrado hay para todos. A nadie se le marca su camino,
Y grandes y pequeños se mueven libremente en su morada.
Me brindan alegría, por sobre mi cabeza, y anhela el corazón
La maravilla de ascender hacia ellos; y como de una patria amiga
Me llegan señas desde las alturas, y sobre la cima de los Alpes
Quisiera caminar y desde allí llamar al águila veloz,
Para que, como antaño al muchacho feliz a los brazos de Zeus,
Me lleve de esta cárcel al palacio del Éter.
Neciamente vagamos; como la vid extraviada,
Cuando la estaca que la guía hacia el cielo se le quiebra,
Nos esparcimos por el suelo y buscamos y andamos
Por las regiones de la tierra, ¡oh Padre Éter!, en vano;
Pues nos mueve el deseo de estar en tus jardines.
A las olas del mar nos arrojamos, a esos llanos más libres,
Para satisfacernos, mientras juega la onda infinita en torno
A nuestra quilla; el corazón se regocija ante el poder del dios del mar.
Mas no nos satisface: nos atrae el océano más hondo,
Desde donde se agita la onda más ligera... ¡Oh, quién pudiera
Conducir el errante navío a las doradas costas!
Pero, mientras añora crepusculares lejanías,
Donde con azuladas ondas vas envolviendo las riberas extrañas,
Desciendes susurrando de la copa en flor de los frutales, ¡oh Padre Éter!,
Brindas la paz a mi agitado corazón, y vivo ya gustoso,
Como antaño, con las flores que da la tierra.
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