I (Sala
vacía)
¿Quién habla ahora?
¿Qué ecos retumban?
¿Cuál es ese viento frío, oídos que ennegrece la carne
virgen?
Postrado y medio ebrio de noche,
Totalmente perdido en luna.
Desde este púlpito anacrónico,
En luna sumergido.
El blanco astro espera un naufragio,
¿Es el fantasma de un hombre el que lo agobia?
Ese hombre,
Es un espectro que en espejos lame el desierto de su vaho.
¿Por qué ella se esconde?
Hay una sala vacía,
Una ciudad generosamente desconocida.
Hay una orquesta que es ausente,
Tanto en almas como en muslos y ombligos.
Hay nada,
Dará este tipo un paso
Que inicie con H, mudo.
El silencio ahora se ve profanado.
II
Y quizá,
Solo los árboles ennegrecidos
Nos separen.
Sus hojas manchadas de sombra,
Sus troncos pedestres.
Quizá, con una mínima dosis de lejanía
Pueda avistar el infierno de tus pechos
A través de ramas huérfanas,
A través de inciertos vientos.
Pero acá,
Ronda un enorme silencio huérfano.
Cada gota de ausencia,
Cada violín que opacamente se postra
En la estancia
Es un torrente atonal
De sonidos y canciones aterradoras.
¡Crucifixión
madre, no llores por mí!
Leo en los libros viejos del Requiem,
¿Acaso vagaré en esta sifilítica sinfonía
Por años y años?
Como Ana en las prisiones de Leningrado,
Como el sol de invierno en esta ciudad que
No tiene más estación que un pálido otoño.
Quizá solo eso nos separe,
Quizá solamente pienses que son dos movimientos
En un Allegro demasiado apresurado,
Quizá sea cierto.
Pero es totalmente certero de que
El director aún no ha tomado la batuta.
III
“Calavera
no llora, serenata de amor.
Calavera
no llora, no tiene corazón”….
(Manu Chao)
El hombre ha probado el sexo,
Ha aprobado, ha robado.
La luz de las velas se desliza por su lengua,
Y una mano ciega se incrusta en el pozo romano de los
deseos.
Tira monedas de espaldas y recógelas
Con tus glúteos secos, ella es la brisa
Que se transforma en agua, se condensa, el pozo es ella,
Siempre es así, siempre.
El hombre se ha vuelto aliento,
Ha aventurado, viento ha robado.
Probado, ¿aprobado?
Ella se ha evaporado,
Tormenta, niebla, ocaso,
Pronto lloverá,
Una calavera tendrá un surco salado,
Y no precisamente de amor.
IV
Boca de otro,
Preferiblemente de otra.
Y un cielo de lana y algodón
Derrama gotas de tormenta sobre un
Abdomen inconfundible,
El cielo mira en silencio hacia arriba.
¿Cuánto tiempo ha pasado?
Desde la primera sonrisa,
Desde el primer esbozo de un coctel de saliva.
¿Cuántas manijas se han martillado el esqueleto?
Pretendiendo así dibujar señales de tránsito,
Transitorias y rojas que digan:
PARÁ, girá el andar de tu boca hacia el ombligo.
V
Ni es radio, ni frío afuera.
Ni costillas que pían ni un corazón de metrónomo que se
adelanta
En su loca manía de delatar el canto de los vellos
Que asoman por entre el ombligo y la mano intrépida.
No es nieve ni canción mortuoria.
Yace un feo espasmo,
Que no es ni abajo ni es la planta del dedo índice.
Yace una parálisis
En el lecho acuoso de un abrazo,
Los labios se empapan de leche
Y la ubre solar se camufla en las faldas de una luna
Incierta, tímida, de azucarados contornos
Y un semivirginal aullido de SOS.
Su Espalda que en el césped grita
Noches de amor.
Los contornos de un apretón terrible
De manos, uñas clavadas en seco,
Offenbach ahora se hunde como el Titanic.
¿Dónde ella será escuchada?
¿A quién dirigirá su señal de auxilio?
¿A qué faro abstraído en su propia luz?
¿A qué barco errante en las arenas del fondo del océano?
¿A qué mito que se rehúsa a ser respuesta?
La radio ahora por fin será escuchada en todo el vecindario.
VI
Habrá escrito la lluvia,
Bellos labios que piden fuego,
Anclados en la cima de alguna cumbre
Empapada de manos, barro y dientes.
Y allá, dónde la niebla es sólo lenguajes
Que ni con palabras se hacen entender.
Allá, la lluvia en llovizna
Para el norte se ha de ir,
Que le vamos a hacer.
Empapada de carne y tumba, el agua,
La noche, la ventana fría,
la taza y el café amargo
Que la tierra vomita,
En pasos maniáticos que nos
Llevan al vocablo brujo del destino.
Y para mientras tanto,
Un angelito del cielo
Sonreirá con una canción:
…El aguacero ya hirviendo está,
El infierno cándido que fue escrito,
Escrito, escrito ya se va…
VII
Un espacio, frío,
Que naufrague como los versos
Cobardes de este alrededor.
Que ría como idiota,
Despacio.
Tan sólo un minúsculo momento,
Oyendo y meando al compás de que
Todo puede andar.
Dirigiendo voz a distantes puentes de trigo,
Para hacer del vino hirviente un gélido océano glacial.
Para deambular y sentir un contrabajo
Incrustado en las entrañas.
Para ahogarse en la caricia tierna de un insulto
Y caer en cuenta,
De que hasta los huesos son leña de invierno.
Un mañana,
Que no abandone,
Nada más.
VIII
Quisiera ser una hoja,
Una gota expulsada del grifo.
Venir de gritos, y llegarme plácido
Bajo las flores, bajo los pies que flotan en la hierba.
Quisiera detener las manchas del cielo,
Postrarme llano en la axila de un mundo insignificante
O Resbalarme en los acantilados negros
De una sombrilla.
¿He de beber la leche agria del amanecer?
Sonriendo, atando pétalos a los puentes,
Hurgándome los sonidos,
Aullando mohos que florecen en palabras.
Una gota expulsada que desmaya en el jardín,
Que viene de truenos, suicida,
Que vuela por entre paraguas, cansada.
¿He de disfrazarme de vacua piedra en el zapato?
Quisiera detener las manchas del cielo,
Quisiera mudar
mi alma
Con cada sombra que se lleva el viento.
IX
“….Forasterito
soy, sin consuelo estoy.
Pasajerito soy, mañana me voy…”
(Huayno Tradicional Andino)
Ver las ventanas,
Irse, volverse blancas.
Partir al galope de la escarcha que jamás vi sudar
Nieve en la mañana del desayuno,
Ni en el otoño eterno del cielo.
Forzar una rima aérea,
Caer, ser flor de loto y bebido
Nacer en las entrañas de un camello.
Anidar, reír y atravesar los senos perfectos
De la tierra, entre arañas de néctar a abeja jugar.
Frutos, árboles y seda que escurre
De las entrepiernas de alguien,
Ser océano y una ola que quiere ser mariposa.
Postrar los ojos e incendiar parabrisas
Con un suave vaho de lluvia,
De boca que quiere despedida.
Y no es adiós, ni hasta luego, ni vete al carajo,
Incierto es,
Sombrío quizá, cómo un buenos días a la antesala de
medianoche.
Y a las cuatro se levanta,
Como un ave blanqueada por un efímero invierno.
Junto con pasos inciertos que se reproducen por millones,
Insomnes como sus mismas huellas, amnésicas de sueños.
Forastero, pasajero, que de la montaña viene,
Que con el orgasmo del sol en oriente, parte
Y hace un Nilo acuoso en Saharasde piel, en dunas de leche.
No quiero irme,
No quiero ser una plegaria lejana.
Pero tampoco he de plantar mis pies en estas
Rocas tan hambrientas.
Volver a los vidrios verdes,
En cerebros estallar carcajadas,
Y quizá un bosque de hadas florece en mandíbulas,
Quijadas, inquietas lenguas de leguas mil.
Leñador ronda y abre sus manos de ampollas,
Vino, hierro, atardeceres granulados en su hoja virgen.
Ya los ríos duermen como los niños de Herodes,
Madre amasa galletas y chispas dulces de entrañas
Se recuestan, tranquilas, serenas,
Paladar no conoce el sabor de nada.
Del sexo un umbral delgadísimo, la muerte
Un limbo más vivo que la fe.
¿He llegado acaso?¿He dado tres golpes a un portón de
gelatina?
A lo mejor sólo parezco un pedestre semáforo.
Epílogo
Ya hay ronquidos,
Frescos.
Ya hay tumbas ancianas,
Con cada pantufla que se arrastra
Una nueva cruz sobresale entre las flores.
Las aves crudas, polinizan sobre
Estambres de sexo y muerte.
El viento, llorará
Como un suave orgasmo virgen.
Ya hay miradas,
Charcos viscosos.
Ya hay palabras,
Y sobre ellas una víscera extraña
Galopará chorreando sangres hasta un acantilado.
Las alas mudas esta vez,
Roncarán.
AUTOR: Tiépolo Fierro Leyton
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