Empezó a sacarse el traje a medida que recordaba la graduación: el abrazo de la vieja tía, casi una desconocida; el resto había estado bien: el beso con Paula, que lo esperaba en el comedor, al borde de la cama empezó a sacarse los zapatos, recordó la imagen -através de la ventanilla del coche- del enano que pedaleaba sobre una mini roda descascarada.
Dos golpes en la puerta. Niño, debe bajar a comer. Miguel no contestó, oyó los pasos que se iban por el pasillo. La imagen del enano lo había hecho despegar la vista del tapizado como aquel día la de Paula se la había hecho despegar del piso.
El coche pasó a la bicicleta. La cara del enano pintada de payaso, la nariz roja en la frente, el maquillaje chorreado. El enano no lo miró, Miguel salió al pasillo, creció el rumor de voces, llegó Miguel a las escaleras, se detuvo, el enano giró a la derecha, tomó un camino de tierra, la mano de Miguel se deslizó por la baranda. En la sala comedor lo aplaudieron, el chico miró la figura que resaltaba. Paula.
- Miguel, hijo.- era la voz de la mujer.- ¿Por qué no te cambiaste?- el muchacho estaba descalzo, la camisa afuera del pantalón.
- Siempre tan distraído.- dijo Paula.
- Pero ahora va a empezar a madurar con el trabajo. – dijo una anciana con la boca llena: la tía.
El enano había pasado la linea de flores amarillas y se había perdido.
- paren el auto.- dijo Miguel, que ahora subía la escalera con pies pesados.- tengo que vomitar.
- Lee demasiado.- dijo la madre. – hay que cortarle un poco esa manía.
El padre golpeó el volante. En la mesa, todos, excepto la vieja tía, se sobresaltaron.
- ¡son de seso!-dijo el padre, emitió un breve gruñido con los dientes apretados- ¿Por qué justo descongelaste…?
La vieja tía cortó al medio un raviol y se lo llevó a la boca llena de burbujas de saliva.
Miguel bajó del coche, se sacó el chaleco, lo tiró en el asiento, entró en la habitación, abrió el maletero, sacó la bicicleta y se largó a andar por la calle de tierra.
- ¡la graduación!- gritó su padre, miró el reloj tomandose la cabeza.
Miguel pedaleó calle de tierra abajo sintiendo el viento en la cara, veía de nuevo al enano, se desabrochó la camisa, la velocidad aumentaba.
- sigamos de todas formas.- dijo la madre asomada por la ventanilla del acompañante.- va a dar una vuelta y después…
- ¿pero todo transpirado?- dijo la anciana desde la parte sombría del asiento trasero.
De nuevo los golpes en la puerta, la voz del padre esta vez, ¡en seguida voy!, el enano miró atrás, se inclinó sobre el manubrio, tomó más velocidad, lo mismo hizo Miguel, llegaron a una solitaria casa de enano, el enano tiró la mini dejó en las malezas, corrió bajo el porche, aguardó, Miguel cayó sobre el pastizal.
- ¿Por qué no subís a buscarlo?- dijo la anciana escupiendo migajas a la novia del muchacho. En el plato de la anciana quedaban restos de relleno de los ravioles y jirones de salsa roja.
Paula se puso de pie, el enano y Miguel se miraron en silencio, Paula puso un pie en el escalón como lo hacía Miguel en la casa del enano. El enano se encerró. Paula golpeo la puerta de la habitación, Miguel la de la casa de enano, después corrió hacia la ventana, la golpeó.
-¿Qué pasa?- preguntaron Paula y el enano.
De un puñetazo Miguel rompió la ventana, Paula apoyó el oído en la puerta, la forzó, Miguel torció la muñeca, giró el pomo y abrió la ventana, entró, el enano corrió, tropezó con algunos juguetes, le lanzó un muñeco a Miguel que tomaba un triangulo de vidrio de la alfombra.
- ¡Miguel!- era la voz de Paula. - ¡no, Miguel, no, amor! ¡No!
MATÍAS RANO
Puñetazo??? Jaaa que pelotudoooo
ResponderEliminarmalisimo
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