así
rota en el piso
viendo las ratas de los andenes
viéndonos solos
con el tiempo
lejos de las playas con bares
y chelistas
nadie me dijo que darle
con los puños dorados
a los alambres
era terrestre hasta las capas.
Ella encerró toda la vida
con sus titanes y sus bicéfalos
se oscureció la melena rubia
y hecha otoñal desabrochó sus pechos
para apedrear un fugitivo
me dijo Juan
y hacia atrás cayó
sobre las vías
matices de persianas
con una voz perversa de ciego
sonando en el fondo.
Llevabas cortezas y los ojos envueltos de violeta.
Yo vestía de blanco
y navaja.
Santidad de los edificios levantándose
sáuricas grúas en vidrierías
trabajando tras la línea.
Me dijiste Peregrino
no te canses
huí por la ventana de las pesadillas
una ventana que da hacia abajo
hacia una napa de petróleo ojeroso
arremolinado por ramas y cuerpos deshechos de gatos
hundite en la pesadilla hasta el Penacho
seguí al poeta rojo hasta su
sartén hirviente
rehogá con manteca cebollas ajos ajíes y hongos
hacete una salsa espesa
y volcala sobre mí
comeme a mordiscos azules
amame como me amaste antes de irte
por el túnel de tu hartazgo
seguime por tu herida
perseguime
cazame
como no lo hiciste la noche de la rebeldía
y reite de nosotros
te quedan segundos
Tengo una carta
de la mujer
que me dijo Juan fugate
y ya la quemé varias veces
siempre se recompone
porque los ciegos tatuadores
nos persiguen.
Condimentar el atardecer con las hierbas
mediterráneas que envenenan
e intensifican las canciones
de amores pastorales.
Pastoral fue el nombre de nuestro amor.
Autor: Juan M. Dardón
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