“Podría decirse que la insignificancia, la puerilidad, la
falta de curiosidad, la calma anodina de la autocomplacencia sucedieron al
ardor, a la nobleza y a la turbulenta ambición, tanto en las bellas artes como
en la literatura; y que nada, hasta el momento, nos permite esperar floraciones
espirituales tan abundantes como las de la Restauración. (...) El artista, hoy
y desde ya hace varios años, es, a pesar de su falta de mérito, un simple niño mimado. ¡Cuántos honores, cuánto
dinero derrochado en hombres sin alma y sin instrucción! (...) Le suplico, le
conjuro, dígame en qué salón, en qué cabaret, en qué reunión mundana o íntima
ha escuchado que un niño mimado
pronunciara palabras espirituales, o palabras profundas, brillantes,
concentradas, que hagan que uno piense o sueñe, en fin ¡palabras sugestivas! Si
palabras de ese calibre han sido pronunciadas, seguramente no fue ni un
político ni un filósofo quien las profirió, sino algún hombre de profesión extraña,
un cazador, un marino, un embalsamador; un artista, un niño mimado, jamás.”
(...)
“Descrédito de la imaginación, desprecio por lo grande, amor
(no, esta palabra es demasiado bella), práctica exclusiva del oficio: ésas son,
creo yo, en lo que se refiere al artista, las razones principales de su
declive. Cuanta más imaginación se posee, mejor debe ser dominado el oficio
para acompañarla en sus aventuras y sobreponerse a las dificultades que ella
busca con avidez. Y cuanto mejor se posee el oficio, menos necesario es
alardear y demostrarlo para dejar que la imaginación brille en todo su
esplendor. Es eso lo que dice la sabiduría; y la sabiduría también dice: aquel
que posee únicamente habilidad es una bestia, y la imaginación que quiere
prescindir de ella es una loca. Pero por tan simples que sean, estas cosas
están por encima y por debajo del artista moderno.”
(...)
“Había un campesino alemán que fue a ver a un pintor y le
dijo: ‘Señor pintor, quiero que usted haga mi retrato. Me representará sentado
en la entrada principal de mi granja, en el gran sillón que heredé de mi padre.
A mi lado, pintará a mi mujer con su rueca; detrás nuestro, yendo y viniendo, a
mis hijas que preparan nuestra cena de familia. Por la gran avenida a la
izquierda llegan mis hijos, aquellos que vuelven de los campos, después de
haber llevado a los bueyes al establo; los otros, con mis nietos, hacen entrar
las carretas repletas de heno. Mientras contemplo ese espectáculo, no olvide,
le suplico, las bocanadas de mi pipa, matizadas por las luces de la puesta del
sol. Quiero también que se oigan los sonidos del Angelus que repica en el
campanario vecino. Es allí donde todos nos hemos casado, padres e hijos. ¡Es
importante que pinte el aire de satisfacción que siento en ese instante del
día, contemplando al mismo tiempo a mi familia y mi riqueza incrementada por la
labor de una jornada!’ ¡Viva ese campesino! Que, sin sospecharlo, comprendía la
pintura. El amor por su profesión había cultivado su imaginación. ¿Cuál es,
entre nuestros artistas de moda, aquel que sería digno de ejecutar ese retrato,
y cuya imaginación pudiera estar a ese nivel?”
Salón de 1859,
Charles Baudelaire
No hay comentarios:
Publicar un comentario