radas hasta el cuello en hormigueros gigantes, tan profundos como el dolor.
Las nubias maculadas son devoradas rápida y dolorosamente por enormes hormigas africanas.
Ahora el nubio sonríe y acaricia suavemente el cabello de la egipcia.
La joven posa en el vaivén del pecho de ébano de su amante.
Sonríe sincera y con ciclópeos ojos.
Se entrega una vez y otra más
al nubio
En una noche húmeda e infinita.
La joven egipcia no sabe de costumbres nubias.
El guerrero sabe que cuando la noche acabe
Y entregue sus dominios al sol,
Empuñará su espada,
Pues
en ocasiones así,
buenas son,
a falta de hormigueros.
Autor: Gustavo Roumec
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