Sobre el Hombre Topo

SOBRE EL HOMBRE TOPO:

Somos un grupo de producción literario e intelectual definido por su obsesión por la crítica cultural, la escritura, el cine, la filosofía y la traducción. Esperamos difundir ideas, textos, traducciones, fragmentos inteligentes de una luz no tan lejana.
Escriben en esta revista: Franco Bordino, Matías Rano, Gustavo Roumec, Tiépolo Fierro Leyton, Juan M. Dardón, Tomás Manuel Fábrega y Xabier Usabiaga.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Para paloma





Terminaba septiembre o empezaba diciembre, no me acuerdo. Yo estaba sentado en la plaza que está en diagonal a la escuela en la que terminé la secundaria. La vi venir, había sido mi profesora de historia en primer año; un día, también de fines de septiembre o principios de diciembre-del 98-, me había mostrado el tatuaje que tenía en la pantorrilla, un escorpión hecho de estrellas; se lo había hecho el hermano, que era comunista y estaba internado en el Mato Grosso por si se venía una guerrilla, creo.



Herrera, era el apellido de la profesora, era grande y rubia, estilo aleman; al costado de ella caminaba una criatura, de lejos parecía un nene con el pelo sucio y la cara sucia. Herrera sonrió y vino a saludarme. Paloma-así se llamaba la criatura-, se había distraído con una bolsa lila que el viento tiraba de un lado a otro.



Paloma, dije, ella me miró y vino conmigo, extendió los brazos y la levanté a upa, me acuerdo de que tres mechones finos, de un rubio raro, le cruzaban el ojo izquierdo. Cuando la tuve en brazos le dije en voz baja que confiara en mi, y apoyó la cabeza sobre mi hombro, podía sentir la respiración en el cuello y puntitos de agua pegándome en el cuello, sentí algo hasta en los huesos y no escuché lo que me decía la madre.



Pero el pueblo es tranquilo. Herrera tenía que corregir trabajos de alumnos y a lo mejor yo podía pasar la tarde con Paloma. La madre se alejó, se sentó en una mesa de granito, sacó un buen pilón de hojas de la cartera, miré de reojo la mejilla blanca y rosada de Paloma. No es que se haya puesto inquieta, para nada, pero la bajé, tenía planes de llevarla a la calesita. En ese momento vino corriendo una nena de la edad de Paloma, tenía la piel morena y el pelo cortito, era veloz y llevaba algo metálico con lo que le dio un golpe en la frente a Paloma, midió para darle un segundo golpe, pero yo puse una mano en el pecho de la morenita, la hice dar unos pasos atrás; miré para todos lados, ¿Qué haces? Le pregunté a la morenita y noté que tenía claros de cuero cabelludo entre los rulos, le indiqué que se alejara, antes le dije que tenía los ojos hermosos y era cierto, eran grandes, negros y redondos. Miré de nuevo a Paloma, tenía burbujitas de saliva en los labios separados. Herrera todavía tenía una pila de hojas por corregir.



¿Vamos a la calesita?



Si, dijo Paloma.



Saqué una vuelta, una sola. El hombre que me vendió el boleto tosió sin taparse la boca, yo menee la cabeza. Le di el boleto a Paloma, caminó lento hasta la calesita que estaba en movimiento, terminando una vuelta, yo caminé atrás de Paloma. Ella puso un pie en el piso de madera, se sostuvo del cañito metálico y subió, entregó el boleto, se lo picó el boletero que contuvo la tos, me acerqué al viejito de bigote blanco que vendía manzanas y pochoclos, antes de pagar la bolsa de pochoclos la levanté y se la mostré a Paloma que montaba un caballo marrón, ella movió la cabeza y creo que sonrió. Me apoyé contra el poste de madera en el que estaba colgada la bombucha de la sortija, pensé en prenderme un cigarro pero la vuelta terminaría antes que el cigarrillo y no quería fumar delante de Paloma. Ella bajó de la calesita y corrió a mis brazos, no estaba asustada ni ansiosa nada más quería upa. La miré de reojos, masticaba con la mirada perdida, miré la calle, el bar del otro lado y el coche vacío en marcha en la tienda de al lado del bar. Volví a mirar a Paloma que seguía con la mirada perdida, al notar que la estaba viendo, me miró de reojo y sonrió. Caminamos hasta ver a la madre que levantó la vista y nos saludó. El coche seguía en marcha. Paloma saludó a la madre pero ella ya no nos miraba, la pila seguía siendo alta.



Con Paloma cruzamos la calle, miramos la patente del coche, era un Renault 12 verde y estaba solo y en marcha. ¿De quien será? Miré a Paloma, no se encogió de hombros pero hizo algo parecido. Entramos en el bar. Le pregunté a ella que quería tomar, miraba las paredes y se detenía en las manchas de humedad.



¿Submarino? Nada. Ya se ¿chocolate? No. ¿Coca? Si.



La moza miraba a Paloma como una monja hubiera mirado a Jesús. Le pedí dos cocas, ¿Pepsi? Preguntó la moza sin mirarme. ¿Pepsi? Le pregunté a Paloma, nada. Estaba bien, Pepsi. Paloma se bajó de su silla y caminó hasta una mesa, con el dedo apuntó al platito de papas fritas con el que un viejo de scotten v rojo acompañaba su cerveza. Comimos papas fritas con Pepsi.



Cuando salimos estaba nublado, volvimos a la plaza, Herrera no estaba en la mesa. Fue entonces cuando apareció ese perro blanco, no pude alzar a Paloma por que se metió, asustada, entre mis piernas, el hijo de puta empezó a morderla, le di varios golpes en el lomo, hasta que se quejó y soltó a Paloma, después le patee el cuello y salió corriendo. Paloma no lloraba, estaba en el piso, sentí el corazón en la garganta hasta que ella se levantó.



¿Dónde te mordió?



Se subió el vestido sin volados, entrecerró los ojos y miró a otro lado, tenía dos dientes marcados justo arriba de la rodilla, nada que una bandita de los Tiny Toon no pudiera tapar.



Más tarde nos sentamos en la plaza, el perro me había destrozado los nervios, me prendí un cigarro, tiré el humo hacia arriba cosa de no hacerle mal a Paloma. Me miraba, a lo mejor nunca había visto fumar a nadie. La miré, nos miramos. Me sonrió, me tembló la boca cuando intenté sonreír. Escuchamos el timbre de la escuela, los gritos de los alumnos. Y ¿la…? Estuve por preguntarle por su pierna pero ella no me dejó, me rodeo el cuello con los brazos.



En diagonal venía Herrera. Paloma estaba parada sobre el banco, con una curita en la rodilla, abrazándome a mi, que tenía un cigarro-con la ceniza a punto de caer- en medio de la boca. Pedí disculpas por fumar. No hay historia, dijo Herrera, está todo bien.



Creo que me perdí por un momento, cuando volví Herrera se alejaba con su hija. Paloma no se dio vuelta para saludarme por que no quise o no pude gritarle ¡Chau, Paloma!


AUTOR: Matías Rano

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