Sobre el Hombre Topo

SOBRE EL HOMBRE TOPO:

Somos un grupo de producción literario e intelectual definido por su obsesión por la crítica cultural, la escritura, el cine, la filosofía y la traducción. Esperamos difundir ideas, textos, traducciones, fragmentos inteligentes de una luz no tan lejana.
Escriben en esta revista: Franco Bordino, Matías Rano, Gustavo Roumec, Tiépolo Fierro Leyton, Juan M. Dardón, Tomás Manuel Fábrega y Xabier Usabiaga.

jueves, 27 de junio de 2013

Moloch





…En los templos en los que se rendía culto a Moloch había siempre una enorme estatua de bronce del dios. Dicha estatua estaba hueca y la figura de Moloch tenía la boca abierta y los brazos extendidos, con las manos juntas y las palmas hacia arriba, dispuesto a recibir el holocausto. Dentro de la estatua se encendía un fuego que se alimentaba continuamente durante la ceremonia. En ocasiones, los brazos estaban articulados, de manera que los niños que servían de sacrificio se depositaban en las manos de la estatua y, por medio de unas cadenas, las manos se levantaban, con el niño arriba, hasta la boca del dios introduciendo a la víctima dentro de su incandescente vientre.

Durante el sacrificio, los sacerdotes del templo hacían sonar tambores, trompetas y tímbalos, de manera que no se oyeran los llantos de los niños.

Plutarco relata (De Superstitiones, 171):
“Antes de que la estatua fuese llenada se inundaba la zona con un fuerte ruido de flautas y tambores, de modo que los gritos y lamentos no alcanzaban los oídos de la multitud.”

Diodoro Sículo (Diodorus Siculus) (20.14) escribió:
“Había en la ciudad una imagen de bronce de Cronos con las manos extendidas, las palmas hacia arriba y cada niño que era colocado en ellas era subido y caía por la boca abierta dentro del fuego.”

Teodoro también relata que los familiares tenían prohibido llorar, y que cuando Agatocles derrotó a Cartago, los nobles cartagineses creyeron que habían disgustado a Moloch, así que sustituyeron a los niños recién nacidos por sus propios hijos para el sacrificio. Intentaron compensar al dios realizando el holocausto con 200 niños de las mejores familias ininterrumpidamente, llegando a sacrificar 300 en total. La gigantesca estatua de bronce estaba al rojo, y las tropas que sitiaban la ciudad asistían al espectáculo desde las murallas exteriores que ya habían conquistado.

También lo relata Cleitarchus en un comentario sobre la República de Platón:
“Al ver venir al Sumo Sacerdote de Moloch vestido de túnica púrpura, color de pureza, le pregunté cual es el origen del culto. Me contestó que en los tiempos primordiales hubo una gran catástrofe y hoy en día si no fuera por los sacrificios para fertilizar la tierra, serían piedras lo que encontrarían. Entonces, en medio de una plataforma había una estatua de Cronos, con las manos extendidas sobre un brasero de bronce, las llamas que engullen a los niños. Cuando las llamas alcanzan el cuerpo, sus miembros se contraen y la boca abierta casi parece reír, hasta que el cuerpo contraído se desliza resbalando al fondo del brasero. Así es que esta mueca se conoce como risa sardónica, puesto que ríen al morir.”

Los sacrificios preferidos por Moloch eran los niños, especialmente los bebés, por ser los seres más impregnados de materia, característica que los adultos perdían con el tiempo al desarrollar su espíritu…





EXTRACTO CON ALGUNOS RETOQUES
DE LA ENTRADA DE WIKIPEDIA SOBRE EL DIOS MOLOCH

martes, 25 de junio de 2013

Allen Ginsberg / Europe! Europe!





¡EUROPA! ¡EUROPA!

Mundo mundo mundo
me siento en mi cuarto
imagino el futuro
la luz del sol cae en París
estoy solo sin
alguno cuyo amor sea perfecto
el hombre estuvo loco el amor
del hombre no es perfecto yo
no he llorado lo suficiente
mi pecho estará pesado
hasta mi muerte las ciudades
son espectros de maniáticos
de guerra las ciudades son
trabajo y ladrillo y acero y
humo del horno del
egoísmo que pone rojos los ojos y
resecos en Londres a pesar de que
ningún ojo conoce el sol.

Eyectado desde el cielo el sol pega
en el edificio blanco moderno y macizo
del diario de Lord Beaverbrook[1]
asentado en las calles de Londres para
enfrentar los últimos rayos amarillos
las señoras mayores miran disipadamente
a través de la niebla hacia el cielo
macetas pobres sobre los alféizares
flores serpientes lanzándose hacia la calle
las fuentes de Trafalgar salpican
a las palomas recalentadas por el
mediodía yo mismo brillando en salvajismo
extático en la cúpula de San Pablo
viendo la luz sobre Londres
o acá en una cama en París
resplandor de sol a través de la
claraboya en las paredes de yeso.

Muchedumbre mansa bajo tierra
los santos perecen pobres diablos[2]
mujeres de la calle tienen cita con el desamor
bajo el farol a gas y el neón
ninguna mujer en casa ama
a su marido en la unidad de la flor
ningún chico ama a otro chico fuego
suave en el pecho política
la electricidad asusta a la urbe
la radio grita por dinero
las luces de la policía en las pantallas de TV
risas frente a las lámparas débiles en
los cuartos vacíos los tanques chocan
atravesando las bombas ningún sueño
de la felicidad del hombre fue hecho película
la fábrica del pensamiento pasa droga
auto hojalata sueños de Eros
la mente come su carne con
hambruna de nerd y el polvo[3]
de ningún hombre es santo porque
la obra del hombre en su mayoría es guerra

China huesuda tiene hambre de cerebro
olas por encima del dique del poder y
América esconde carne loca en la heladera
Gran Bretaña cocina a
Jerusalén demasiado tiempo
Francia come petróleo y ensalada
de brazos y piernas muertos de África
el charlatán se devora a Arabia
negro y blanco en guerra
contra la dorada y nupcial Rusia
la manufactura alimenta
a millones pero ningún borracho puede
soñar el suicidio de Mayakovski
arcoíris sobre maquinaria
y réplicas para el sol

Estoy tirado en una cama en Europa
solo en ropa interior vieja y roja
simbólico del deseo
de unión con la inmortalidad
pero el amor del hombre no es perfecto
En Febrero llueve
como llovió para Baudelaire
alguna vez ya hace cien años
los aviones rugen en el aire
los autos corren por las calles
sé adónde van
a la muerte pero está muy bien
es que la muerte viene
antes que la vida es que ningún hombre
ha amado perfectamente nadie
obtiene felicidad en el tiempo la nueva
humanidad aún no ha nacido es que
yo lloro por esta antigüedad
y anuncio el Milenio
porque yo vi el sol del Atlántico
desprendido en rayos que caen desde las nubes
en Dover sobre los acantilados
el buque petrolero tamaño de hormiga lanzado
al océano bajo la nube
resplandeciente y la gaviota volando
por las escaleras sin fin de la luz solar
manando en Eternidad para
las hormigas en la infinidad de campos
de Inglaterra para los girasoles
inclinados hacia arriba para comer el instante
del infinito delfines dorados saltando
a través del arcoíris mediterráneo
Humo blanco y vapor en los Andes
Los ríos de Asia relucientes
Poetas ciegos hondamente solitarios
fulgor apolíneo en las laderas
repletas de tumbas huecas


París 1958




[1] Lord Beaverbrook (1879-1964); político y escritor canadiense. Fue un magnate de la prensa con aspiraciones políticas en Inglaterra.
[2]creeps”
[3]man’s fuck”: el acto sexual del hombre.

(De Kadish y otros poemas)


Traducción: Franco Bordino / La Traición del Hombre Topo
  

Neruda / Galope muerto

(Cuando no quedaba nadie en el bar y Neruda tocaba una sólo para él)




Galope muerto


Como cenizas, como mares poblándose,
en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar las campanadas en cruz,
teniendo ese sonido ya aparte del metal,
confuso, pesando, haciéndose polvo
en el mismo molino de las formas demasiado lejos,
o recordadas o no vistas,
y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.
Aquello todo tan rápido, tan viviente,
inmóvil sin embargo, como polea loca en sí misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol,
callado, por alrededor, de tal modo,
mezclando todos los limbos de sus colas.
Es que de dónde, por dónde, en qué orilla?

El rodeo constante, incierto, tan mudo,
como las lilas alrededor del convento,
o la llegada de la muerte a la lengua del buey
que cae a tumbos, guardabajo, y cuyos cuernos quieren sonar.

Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,
entonces, como aleteo inmenso, encima,
como abejas muertas o números,
ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas,
acciones negras descubiertas de repente
como hielos, desorden vasto,
oceánico, para mí que entro cantando
como una espada entre los indefensos.

Ahora bien, de qué está hecho ese surgir de palomas
que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?
Ese sonido ya tan largo
que cae listando de piedras los caminos,
más bien, cuando sólo una hora
crece de improviso, extendiéndose sin tregua.

Adentro del anillo del verano
una vez los grandes zapallos escuchan,
estirando sus plantas conmovedoras,
de eso, de lo que solicitándose mucho,
de lo lleno, obscuros de pesadas gotas.



PABLO NERUDA / de "RESIDENCIA EN LA TIERRA"

Sólo un breve instante...




Sólo un breve instante...

Yo Netzahualcóyolt lo pregunto
¿Acaso es verdad que se vive con raíz en la tierra?
¡Ay!
¿Acaso para siempre en la tierra?
Hasta las piedras finas se resquebrajan,
Hasta el oro se destroza,
Hasta las plumas preciosas se desgarran.
¿Acaso para siempre en la tierra?
¡Sólo un breve instante aquí!





Netzahualcóyolt


(Netzahualcóyolt fue rey de Texcoco, su nombre significa en náhuatl "Coyote Hambriento". Nació en 1402 y murió en 1472, además de rey y dirigente militar es uno de los pocos poetas precolombinos de los que se tiene noticia o cuyos versos sobrevivieron a la conquista y posterior colonización española.)

Raymond Carver / Escribir un cuento




Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales. También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Sólo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.







Fragmento de "ESCRIBIR UN CUENTO"

Al Éter / Friedrich Hölderlin



Al Éter


Tan amistoso y fiel como tú, ¡oh Padre Éter!, ninguno entre los dioses y los hombres
Me crió; antes incluso que mi madre me acogiera
Entre sus brazos y sus pechos me nutrieran,
Me asiste con ternura y vertiste bebida celestial,
El aliento sagrado, en mi pecho naciente.

No sólo de manjares terrenales se alimentan los seres;
Tú los nutres a todos con tu néctar, ¡oh Padre!,
Y desborda y avanza desde tu eterna plenitud,
Por todos los conductos de la vida, el aire vivificante.
A causa de esto te aman los seres y se esfuerzan y luchan
Sin cesar hacia ti, en su crecer gozoso.

¡Celestial! ¿No te busca la planta con sus ojos,
Y el bajo matorral tiende hacia ti sus brazos tímidos?
Para poder hallarte, la semilla cautiva quebranta su envoltura;
Para, vivificada por ti, poder bañarse en tus ondas,
Se sacude la nieve el bosque, cual ropaje que le estorba.
Y los peces también se asoman y dan brincos, ávidos, sobre la luciente
Superficie del río, como si ellos también anhelasen
Salir de su cuna hacia ti; y a los nobles animales terrestres
Se les convierte en vuelo el paso, cuando un anhelo poderoso,
Aquel secreto amor a ti, los arrebata y los exalta.

Orgulloso, el corcel desdeña el suelo; cual arqueado acero
Tiende su cuello hacia la altura, apenas toca la arena con el casco.
Como en un juego, toca el pie del ciervo el tallo de la hierba,
Tal un céfiro, salta sobre el arroyo que, espumoso, se precipita,
Aquí y allá y apenas visible avanza, errante, entre las matas.

Pero los favoritos del Éter, los felices pájaros,
Habitan y, gozosos, juegan en las eternas mansiones del Padre.
Espacio muy sobrado hay para todos. A nadie se le marca su camino,
Y grandes y pequeños se mueven libremente en su morada.
Me brindan alegría, por sobre mi cabeza, y anhela el corazón
La maravilla de ascender hacia ellos; y como de una patria amiga
Me llegan señas desde las alturas, y sobre la cima de los Alpes
Quisiera caminar y desde allí llamar al águila veloz,
Para que, como antaño al muchacho feliz a los brazos de Zeus,
Me lleve de esta cárcel al palacio del Éter.

Neciamente vagamos; como la vid extraviada,
Cuando la estaca que la guía hacia el cielo se le quiebra,
Nos esparcimos por el suelo y buscamos y andamos
Por las regiones de la tierra, ¡oh Padre Éter!, en vano;
Pues nos mueve el deseo de estar en tus jardines.

A las olas del mar nos arrojamos, a esos llanos más libres,
Para satisfacernos, mientras juega la onda infinita en torno
A nuestra quilla; el corazón se regocija ante el poder del dios del mar.
Mas no nos satisface: nos atrae el océano más hondo,
Desde donde se agita la onda más ligera... ¡Oh, quién pudiera
Conducir el errante navío a las doradas costas!

Pero, mientras añora crepusculares lejanías,
Donde con azuladas ondas vas envolviendo las riberas extrañas,
Desciendes susurrando de la copa en flor de los frutales, ¡oh Padre Éter!,
Brindas la paz a mi agitado corazón, y vivo ya gustoso,
Como antaño, con las flores que da la tierra.

jueves, 20 de junio de 2013

Ganges



Ganges

Necesidad
de un baño real
limpiante de este Ganges austral.
Hay una necesidad sublime
en los muertos:
besar de nuevo en la boca
a los niños.
Yo no olvido
las cuchillas del Día-del-Niño.
La tristeza era una lámpara de 60WW
interrumpida
por los bajones de tensión
de Merlo en el año 1998.
El tema de Alberto Cortez en la criolla.

- Papi, papi, me la dieron - y un grito de Pacino.
Santiago y yo jugábamos
el domingo a la mañana
con una pista
Ganges eléctrico en la mesa.

Mi viejo, Massaferro y San Juan
volvieron. Papá entró
primero pálido
no pudieron hacer nada,
cuando llegó ya estaba muerto.
Y lloré
La primera y única vez
que me destrocé en llanto por un muerto.

San Juan, que era el El Padrino
me dijo También era mi hijo. Nos abrazamos.
Fingí tener pesadillas
para que tocaran mi frente.
Escuché a los Viejos
hablar de madrugada el ritmo de las goteras.
El manto de la Virgen
apuñalado y la cuchilla
entrando hasta el pulmón del Oso.

Ganges de ceniza y mierda
donde evangelistas
se bautizaron. Ganges
llevate algo más. Flotan bocas
de nenes en vos.
Llevate la Cuchilla a dormir
entre tus piedras filosas de asesinar pescadores.


Autor: Juan M. Dardón

A Renoir



A Renoir


Me preocupan cada vez más
las capuchas de las mujeres
son tan variadas
ocultan defectos, Mercedes, descubren virtudes, Mercedes,
enamoran barqueros
saben mover el oliva
sobre sus frentes,
saben beber en el pozo
la luz serpentina
veo una mata dorada, cobriza o azabache
y pienso en la verdad
de los árboles
en el museo de los árboles
en los besos adolescentes
cuando nos mordíamos como perros
y guardábamos la lengua.
Me destinaron a otro sector
sus mujeres descapuchadas
solo tienen cejas
caras hechas de cejas
y mi anillo brilló
no me lo saqué
mi uñas lucieron las insignias del escuadrón de toros.

O quizá es sólo que te
extraño, Mercedes,
dormías desnuda afeitada
y abrías la boca
no te recuerdo tanto
salvo ese té que trajiste
de un viaje
y nunca tomamos
porque no nos veíamos mucho
y entonces no me explico
cómo hicimos
para concebir
un hijo con tan poco.

Él lleva la capucha igual que vos
a los hombros
le queda mal casi siempre
salvo cuando toca
el piano
entonces se moja la capa
y unas gotas caen sobre la teclas mientras
interpreta poseído
a Chopin o a Schubert
que toca bien
pero sin gracia
como cantabas vos
por eso las muchachas
del pueblo se le enamoran
no sienten la falta de gracia.
Solo ven la lluvia
que cae
del muchacho rubio
encapuchado
y se mojan.



Autor: Juan M. Dardón

Sylvia Plath - El jardín solariego



El jardín solariego

Las fuentes están secas y las rosas terminaron.
Incienso de muerte. Tu día se acerca.
Las peras engordan como pequeños budas.
Una bruma azul está removiendo el lago.

Vos te movés a través de la era de los peces,
Las centurias arrogantes del cerdo—
Cabeza, dedo del pie, dedo de la mano
Aclaran las sombras. La historia

Nutre estos sones rotos de flauta,
Estas coronas de acantos,
Y el cuervo acomoda sus ropas.
Vos heredas el brezo blanco, el ala de una abeja,

Dos suicidas, los lobos familiares,
Horas de vaciedad. Algunas estrellas duras
Ya ponen amarillos los cielos.
La araña en su propia cuerda

Cruza el lago. Los gusanos
abandonan sus habitaciones usuales.
Los pájaros pequeños convergen, convergen
Con sus dones a un parto dificultoso.


Traducción: Franco Bordino

Poema de Juan Dardón



Nadie me dijo Juan
así
rota en el piso
viendo las ratas de los andenes
viéndonos solos
con el tiempo
lejos de las playas con bares
y chelistas
nadie me dijo que darle
con los puños dorados
a los alambres
era terrestre hasta las capas.

Ella encerró toda la vida
con sus titanes y sus bicéfalos
se oscureció la melena rubia
y hecha otoñal desabrochó sus pechos
para apedrear un fugitivo
me dijo Juan
y hacia atrás cayó
sobre las vías
matices de persianas
con una voz perversa de ciego
sonando en el fondo.

domingo, 9 de junio de 2013

EL ESPEJO - MATÍAS RANO



El espejo en la habitación emulaba una ventana através de la que Miguel se veía a sí mismo, y a su habitación colmada de juguetes e historietas.
Empezó a sacarse el traje a medida que recordaba la graduación: el abrazo de la vieja tía, casi una desconocida; el resto había estado bien: el beso con Paula, que lo esperaba en el comedor, al borde de la cama empezó a sacarse los zapatos, recordó la imagen -através de la ventanilla del coche- del enano que pedaleaba sobre una mini roda descascarada.
Dos golpes en la puerta. Niño, debe bajar a comer. Miguel no contestó, oyó los pasos que se iban por el pasillo. La imagen del enano lo había hecho despegar la vista del tapizado como aquel día la de Paula se la había hecho despegar del piso.
El coche pasó a la bicicleta. La cara del enano pintada de payaso, la nariz roja en la frente, el maquillaje chorreado. El enano no lo miró, Miguel salió al pasillo, creció el rumor de voces, llegó Miguel a las escaleras, se detuvo, el enano giró a la derecha, tomó un camino de tierra, la mano de Miguel se deslizó por la baranda. En la sala comedor lo aplaudieron, el chico miró la figura que resaltaba. Paula.

- Miguel, hijo.- era la voz de la mujer.- ¿Por qué no te cambiaste?- el muchacho estaba descalzo, la camisa afuera del pantalón.
- Siempre tan distraído.- dijo Paula.
- Pero ahora va a empezar a madurar con el trabajo. – dijo una anciana con la boca llena: la tía.
El enano había pasado la linea de flores amarillas y se había perdido.
- paren el auto.- dijo Miguel, que ahora subía la escalera con pies pesados.- tengo que vomitar.
- Lee demasiado.- dijo la madre. – hay que cortarle un poco esa manía.
El padre golpeó el volante. En la mesa, todos, excepto la vieja tía, se sobresaltaron.
- ¡son de seso!-dijo el padre, emitió un breve gruñido con los dientes apretados- ¿Por qué justo descongelaste…?
La vieja tía cortó al medio un raviol y se lo llevó a la boca llena de burbujas de saliva.
Miguel bajó del coche, se sacó el chaleco, lo tiró en el asiento, entró en la habitación, abrió el maletero, sacó la bicicleta y se largó a andar por la calle de tierra.

- ¡la graduación!- gritó su padre, miró el reloj tomandose la cabeza.
Miguel pedaleó calle de tierra abajo sintiendo el viento en la cara, veía de nuevo al enano, se desabrochó la camisa, la velocidad aumentaba.
- sigamos de todas formas.- dijo la madre asomada por la ventanilla del acompañante.- va a dar una vuelta y después…
- ¿pero todo transpirado?- dijo la anciana desde la parte sombría del asiento trasero.
De nuevo los golpes en la puerta, la voz del padre esta vez, ¡en seguida voy!, el enano miró atrás, se inclinó sobre el manubrio, tomó más velocidad, lo mismo hizo Miguel, llegaron a una solitaria casa de enano, el enano tiró la mini dejó en las malezas, corrió bajo el porche, aguardó, Miguel cayó sobre el pastizal.

- ¿Por qué no subís a buscarlo?- dijo la anciana escupiendo migajas a la novia del muchacho. En el plato de la anciana quedaban restos de relleno de los ravioles y jirones de salsa roja.
Paula se puso de pie, el enano y Miguel se miraron en silencio, Paula puso un pie en el escalón como lo hacía Miguel en la casa del enano. El enano se encerró. Paula golpeo la puerta de la habitación, Miguel la de la casa de enano, después corrió hacia la ventana, la golpeó.

-¿Qué pasa?- preguntaron Paula y el enano.

De un puñetazo Miguel rompió la ventana, Paula apoyó el oído en la puerta, la forzó, Miguel torció la muñeca, giró el pomo y abrió la ventana, entró, el enano corrió, tropezó con algunos juguetes, le lanzó un muñeco a Miguel que tomaba un triangulo de vidrio de la alfombra.

- ¡Miguel!- era la voz de Paula. - ¡no, Miguel, no, amor! ¡No!



MATÍAS RANO

KAFKA - EL GOLPE EN EL PORTÓN DE LA QUINTA





Fue un caluroso día de verano.
Mi hermana y yo pasábamos frente al portón de una quinta que estaba en el camino de regreso a casa.
No sé si golpeó esa puerta por travesura o distracción. No sé si tan sólo amagó con el puño sin llegar a tocarla siquiera. Cien metros más adelante, junto al camino real que giraba a la izquierda, empezaba el pueblo. No lo conocíamos, pero al cruzar frente a la casa que estaba inmediatamente después de la primera, salieron de ahí unos hombres haciéndonos unas señas amables o de advertencia; estaban asustados, encogidos de miedo. Señalaban hacia la quinta y nos hacían recordar el golpe contra el portón. Los dueños nos demandarían e inmediatamente comenzaría el sumario.
Yo permanecía calmo, tranquilizaba a mi hermana. Posiblemente ni siquiera había golpeado, y si en realidad lo había hecho, nadie podría acusarla por eso. Intenté hacer entender esto a las personas que nos rodeaban; me escuchaban pero absteniéndose de emitir juicio alguno. Después dijeron que no sólo mi hermana sino también yo sería acusado, en calidad de hermano suyo. Yo meneé la cabeza sonriendo.
Todos volvíamos nuestra vista atrás, hacia la quinta, tan atentamente como si se tratara de una lejana cortina de humo tras la cual fuera a aparecer un incendio. Lo que pronto vimos, en realidad, fue a unos jinetes que entraron por el portón de la quinta. Una polvareda, al levantarse, lo cubrió todo; solamente se veían centellear las puntas de las altas lanzas. Apenas la tropa había desaparecido en el patio, cuando debió, al parecer, hacer dar vuelta a sus corceles, pues volvió a salir en dirección nuestra. Quise obligar a mi hermana a irse, pues yo me encargaría de poner todo en claro. Ella no quiso dejarme solo. Pero yo le dije que debía cambiarse de ropa para poder presentarse a los señores mejor vestida. Por fin me hizo caso e inició el largo camino a casa.
En seguida llegaron los jinetes; sin desmontar preguntaron por mi hermana.
—No está aquí de momento —fue la temerosa respuesta— pero vendrá mas tarde.
La contestación fue recibida con indiferencia. Parecía que, ante todo, lo importante era haberme hallado. Destacaban, de entre ellos, el juez, un hombre joven y vivaz, y su silencioso ayudante llamado Assmann.
Se me dijo que debía entrar en la casa campesina. Lentamente, balanceando la cabeza, jugando con los tiradores, comencé a caminar bajo las miradas de los señores. Todavía creía, casi, que bastaría una palabra para que yo, el hombre de la ciudad, fuese liberado, incluso con honores, en esa caterva de campesinos. Pero luego de atravesar el umbral de la puerta, pude escuchar al juez que se acercó a recibirme:
—Este hombre me da lástima.
Sin duda alguna, no se refería con esto a mi estado actual sino a lo que me esperaba en el futuro. La casa se parecía más a la celda de una prisión que a una morada de campesinos. De las grandes losas de la pared, oscura y sin adornos, pendía, en alguna parte, una argolla de hierro, y en el centro de la habitación algo que era medio catre y medio mesa de operaciones.
¿Podría yo respirar otros aires que ése el de la cárcel? He aquí el gran dilema. O, mejor dicho, lo que sería el gran dilema, si yo tuviera alguna perspectiva de ser dejado en libertad.


FRANZ KAFKA

jueves, 6 de junio de 2013

Historia de amor



Ibas bebiendo el vino de tus pasos,
Cómo alguien que se arranca el corazón y sufre en soledad,
Que muestra al sol sus duras y claras penas.
El corazón es exhausto y desgarrado es tambor por el oro
De una incesante inocencia.
Eras taberna andante,
Pululante y exquisita, fuiste sin rumbo.
Apoyando ese andar sublime
En la médula ebria de un adiós.
Los ríos también cambian su curso,
Cuando un salmón a una roca le sonríe.

Habla la tarde y se desploma,
Dando tumbos y engendrando horas frenéticas
Habla…
Cómo si nos hubiera bebido a los dos:
Despotricados, vivos,
Lamiendo su rostro con bocas transparentes,
Palpando el cielo con los dedos,
Poco a poco, haciéndolo frágil,
Soltando tu voz prisionera,
Bañando matorrales humanos,
Regocijando las hojas de cien mil árboles huérfanos
En el habla enloquecida de amargo néctar,
Posándote en nubes vagabundas haciendo gárgaras con vino.
En espacios líquidos que juegan siendo el tiempo,
El tiempo que corre más hermoso se transforma o muere.

La lluvia queriendo ser tequila,
Los autos que se tambalean en su bucólico mareo de alambique.
La bóveda celeste y su bar con botellas vacías,
Las casas inmóviles por la resaca,
Mañana se bañaran en caldo.
Y veíamos escarabajos anegándose en la cerveza de las calles,
Y observábamos regurgitar sangre a las chinches.
Dando traspiés ambos, balanceando, tropezando,
Nos embriagamos bajo la cálida copa de un día así.
La vida pronto se evaporará en silencio,
Como un tufo báquico al amanecer.
Reímos y lloramos.
Con cada choque de labios, con cada pie pájaro,
Vuelo y aire te haces en mi vista.


Te adelantaste dando saltitos,
Como silvestre flecha hendida
En las carnes de un animal furioso.
Soltándote de mis sucias manos,
A mitad del asfalto murmurando en voz alta
Nuestra canción de amor beodo.
Y lentamente me apresuré a ir a tus brazos,
Yo soy hiedra, enredadera y muérdago,
Soy serpiente que abraza tu cuerpo,
Soy la piel volátil que da de beber a tu sed hambrienta.
Lánguido se despabila el correr
En horas de angustia.
Anduve así, denso como alcohol
Que gime en las entrañas de algo.
Y tú ahí, quieta, a mitad de la calle quieta,
Cómo una vena abierta al sol
Escurriendo su borrachera.
Ahí a mitad del húmedo pavimento,
Inmóvil, con la mirada perdida
En una vista extraviada.
Corrí hacia ti, desmadejado,
Lentamente con zancadas que son zanjas
De aliento dipsomaníaco y hundido.
La ilusión centellea hasta
En la luz cegadora de un túnel que se va extinguiendo.

¡Ya por fin! ¡Te he alcanzado!
¡Me inclino a tus pies! ¡Devoro un mojado sendero!
¡Embriago la cordilleresca linfa de mis dientes!
¡Te cubro como el viento! ¡Recorro en tu saliva el mar que Ulises jamás navegó!
¡Susurro pensamientos!
¡Canto y grito! ¡Soy feliz! ¡Soy el hombre más feliz del universo!
El tiempo cuando se escapa es perfecto.
Y oigo la voz interna y cruel sonreír:
-Mirad a ese pobre tipo,
Mirad como lame el cemento.
¿Está acaso loco? ¿Esta acaso ciego?-
A mí mismo lágrimas destilo:
-No, está muy ebrio.-


Tiépolo Fierro Leyton

Camerata ciega



I (Sala vacía)

¿Quién habla ahora?
¿Qué ecos retumban?
¿Cuál es ese viento frío, oídos que ennegrece la carne virgen?
Postrado y medio ebrio de noche,
Totalmente perdido en luna.
Desde este púlpito anacrónico,
En luna sumergido.
El blanco astro espera un naufragio,
¿Es el fantasma de un hombre el que lo agobia?
Ese hombre,
Es un espectro que en espejos lame el desierto de su vaho.
¿Por qué ella se esconde?
Hay una sala vacía,
Una ciudad generosamente desconocida.
Hay una orquesta que es ausente,
Tanto en almas como en muslos y ombligos.
Hay nada,
Dará este tipo un paso
Que inicie con H, mudo.
El silencio ahora se ve profanado.