Sobre el Hombre Topo

SOBRE EL HOMBRE TOPO:

Somos un grupo de producción literario e intelectual definido por su obsesión por la crítica cultural, la escritura, el cine, la filosofía y la traducción. Esperamos difundir ideas, textos, traducciones, fragmentos inteligentes de una luz no tan lejana.
Escriben en esta revista: Franco Bordino, Matías Rano, Gustavo Roumec, Tiépolo Fierro Leyton, Juan M. Dardón, Tomás Manuel Fábrega y Xabier Usabiaga.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Balada enfurecida





 Por Tomás Manuel Fábrega

Rujo con toda la fuerza del pueblo,
hasta agotar los principios y límites.

Jamás bailé,
de esta manera
la de los entusiastas con alegría categórica.
                            
Voy pues adelante,
frente al olvido
como transeúnte por esas tardes de parrandas
como el peor estudiante de la escuela
como pesadilla de mujer buenamoza
como canguro tan solo como Oceanía
como capitán en un naufragio
como la última abeja del panal.

Y tú, paisana, sangras por todas partes ahora
mientras tal cual el último romántico
doy amor al pasado
¡Como un volcán derramando fuego!
¡Como ECO en peñascos por todas las naciones conocidas y por conocer!
¡Como padre de todos los niños de las mil vidas vivas y muertas!
¡Como mercader expulsado  por Jesús del templo!


Mientras voy  marchando por las soledades más oscuras
 tus ojos son espejos rotos
espejos dañados por piedras
piedras que yo mismo lancé con toda la impotencia de un animal.

Y si recordara algún pasaje romántico sin manchas
iría por tus pasos sin perro que me ladre
sin mosca que me defeque
sin león que me ruja
porque son míos todos los rugidos,
porque son míos el total de los rugidos antes expresados
mientras pierdo tu romance como en una batalla final,
seguiré cantando  a lo que fue.

Y  en mi  canto  invitaría a la patria griega con sus liras
a Escocia con todos sus gaiteros
al charango andino
 y allí no habría ni armonía ni amor ni música
sólo unos ruidos silvestres
con el cantar desafinado tan mío como las lágrimas.


Me voy muchacha,                                           
me voy a las praderas de ogaño
donde buscaré aquel río caudaloso
desde una roca
como desde el musgo
como desde los peces y las pepas amarillas
escupiré con toda  la impotencia de un animal.

Y si aullara,
pues lo mío no es aullar
sería tan mujer ,
tan mujer como una heroína
tal cual una prostituta
una vendedora de calzados
una fémina del siglo pasado
pero  mi aullido sería :auténtico
por ser del último romántico del siglo XX.

Y si los aullidos existieran,
por lo mismo que los gritos
no irán, mi amor,
hasta los paraderos australes
ni a los desiertos
donde tras el frío y la hambruna
alcanzarían las necesidades de su vivir.

¡Pues bien: seguiré! 
¡Seguiré cruzando calles y avenidas de memorias!
Cuando un viaje al mundo es minúsculo
frente a imágenes tan fuertes como tu rostro enfurecido.

¡Oh mujer!
Era un soldado de tu causa
y juro a muerte de espada ensangrentada
volver a vivir
¡VIVIR!
Venciendo derrotas,
dando carcajada al amargado y derrotero
dando palabra al momento
y silencio al tiempo.

Como para seguir viviendo
hasta que mis testículos sean fósiles y cenizas,
fósiles entre tanta tierra polvorienta de este planeta,
y cenizas bajo algún árbol latinoamericano.



jueves, 27 de noviembre de 2014

Alba



Alba


La noche no ofrecía ya nada para cuando llegó
el alba y yo,
a malquemar sobre mi casa calcinada,
presentía su cuerpo
su enorme peso sobre nuestras venas cercenadas.

‘¡Acércame, perra, un momento
al júbilo de tu experiencia!’
Convulsionaban la tierra y el mar ante su padre.

Aún busco los fragmentos que dejó la respuesta en mi garganta.


XABIER USABIAGA

Maña




Maña


Me gustaba pensarte maníaca,
guardando trocitos de resortes,
maderas,
papeles.
Pensarte en pelota bailando
ante los atónitos jueces que tú tienes
para cuando te baja el autoestima.

Pensarte pensándonos,
mientras molías hojas (¿del gomero?)
y te quejabas por ir a poner la mesa

(No querías. Nunca quisiste)

Comiendo maní como una desquiciada
y teniendo cajas llenas de recuerdos
que ya olvidaste con cariño.

Guardando frascos,
colores,
basuras,
para llenar vacíos que aún no encuentro.

Una vida llena de rituales,
canciones eslavas
y conservas abiertas






Pensarte apartada,
triste,
retorcida.
Sólo por el gusto de arrancarte
y hacerte diferente.

Pero sólo estás tomando pastillas
en tu pieza, oscura
mientras la vida se te pasa,

callada.


XABIER USABIAGA

martes, 25 de noviembre de 2014

Soliloquio del ave



Soliloquio del ave

Un gorrión, confundido,
suelta una palabra.
Se le escapa y es su sombra
espanto de la noche agarrotada.

¡Oh, espanto!
La palabra del gorrión.

Desfigurado el rostro de esa noche
de las alarmadas golondrinas
de las llamas urgentes y cavilosas
de tanto vate alucinado que en la noche aguarda.
En silencio todo ante este brote amargo de ave estupefacta.

Reverencia así del gorrión a nuevas tempestades,
a equinoccios forzados,
a sus otros vuelos
y a la misma noche.

Reverencia así del gorrión
a su propia muerte.


XABIER USABIAGA

Madre


Madre

En algún momento
vas a tener que salir
y dejarte el pelo
porque los dedos se acaban
y los tan embalsamados dientes de leche
ya vienen por ti.

(tantos años y hombres esperando).

Te abrirán las piernas
y recorrerán cada hilacha de vejez,
sacándote los ojos
y los hijos,
tan de a poco y adrede.

Ya estaremos todos sin tarros ni hilo
e iremos montando los perros
que guardaste tanto tiempo,
uno sobre otro
todos para ti.

Una vieja de tanta trenza apelmazada,
luna,
de baile agarrotado y violento
no puede dejarse esperar.

No.

Haznos un favor,
y antes de
todo,
mátanos.



XABIER USABIAGA

viernes, 21 de noviembre de 2014

LO LIBRE Y LO CULTO, PEQUEÑO ESBOZO DEL ARTISTA DE VANGUARDIA



LO LIBRE Y LO CULTO, PEQUEÑO ESBOZO DEL ARTISTA DE VANGUARDIA


Al separar arte de cultura podría caerse en la concepción que Schopenhauer tiene de aquel, como un liberador del yugo existencial. Y ciertamente sonaría disparatado decir que el arte no es cultura, ya que siempre se asocia a lo culto con lo artístico. El tema de lo culto, de la cultura como fenómeno social y humano ha sido una preocupación constante dentro de la antropología.
Hay un sinfín de definiciones de lo que es cultura en la teoría antropológica, pero se podría plantearla como la “domesticación” o el “dominio” del pensamiento humano en contraposición de lo salvaje, es decir el ordenamiento de lo externo al hombre en sus propios términos. Esto partiendo de la distinción Naturaleza/Cultura evidente en la etimología de la palabra cultura, ya que esta se deriva de cultivar y cultivar es “ordenar la naturaleza”. Es pues la cultura sin duda un aspecto primordial de una sociedad ya que encarna su pensamiento, establecido a su vez en la figura de los mitos que conforman su tradición. Mitos que al narrarse a sí mismos narran el germen de las sociedades y siembran el pensamiento de una sociedad, su cultura. Es entonces el principal papel de los mitos sembrar en primera instancia estructuras de conocimiento que se reflejarán en el comportamiento social de una comunidad. Lo interesante de los mitos es pues su lenguaje casi mágico, a veces inexplicable, que llega incluso a confundirse con lo artístico, y aquí esa dónde vamos.
Primero que todo el lenguaje artístico difiere del lenguaje mítico en el simple hecho de que el primero no busca imponer estructuras de poder a diferencia de los mitos.  En este sentido ha de entenderse el espíritu libre e independiente de lo artístico, tal como es su lenguaje. Indudablemente va a estar impregnado de referencias a lo cultural, intencionales o no, porque sencillamente el arte se desarrolla entre los seres humanos y estos a su vez son los elementos indispensables para que exista cultura, sociedad y también el arte como concepto (el artista ante todo, es un hombre). El arte puede engendrar cultura sin necesidad de ser parte de esta. Lo que hace obra de arte a una obra de arte, depende únicamente del artista. Los consensos sociales existen a la hora de manifestar una estética, no lo niego, pero no son los que engendran lo artístico, en ningún momento. Entre estética y arte hay una diferencia sustancial; la primera va dirigida a una apreciación de algo, a un juicio generalmente desprendido de la cultura y la sociedad en que se vive. El arte, el genuino arte es una entidad del alma del artista que se materializa en su obra. Es idea, objeto y verbo a la vez; si un lenguaje artístico se enfocara en establecer estructuras de poder como los mitos (la génesis de la cultura y las sociedades) simplemente estaría muy lejos de lo que lo hace arte (el artista), sería más cercano a una estética o una tradición. Semejante a los mitos que crean un imaginario social y un discurso cultural, el artista da forma a su lenguaje artístico; sin ser del todo mito pero siendo hombre, posiblemente se llegue a desprender una tradición de su obra, sin ser su propósito central. El establecimiento y mantenimiento de una tradición depende de la sociedad (de su gusto y estética), no del artista.
Con esto no quiero manifestar la predilección de una obra artística por sobre la producción cultural de una sociedad, ninguna es más que otra, ambas son productos nacidos de lo humano. Sin embargo, lo libre y lo culto son cosas distintas que en muchos artistas han ido de la mano a la hora de crear, la música barroca por ejemplo. Pero en el artista de vanguardia lo dudo. Esa es la lógica de la vanguardia, romper con lo establecido. En estas épocas del segundo milenio nuestro dios es el individuo, y lo artístico se ha caracterizado por provenir de ahí, del individuo conocido como artista. Sin embargo este es el establecimiento, el canon que la crítica especializada ha definido para el oficio artístico. En una época atomizada en todos los sentidos, el oficio del artista se ha enfocado en sí mismo, en el individuo. Una época que necesita y pide a gritos un poco más de unión entre las voces ocultas, todos nosotros que hacemos parte de este mundo. Sí, el discurso de globalidad aboga por la multiplicidad de opiniones y pensamientos, el acceso por parte de toda la gente a estas. Pero son ideas sin conexión, separadas unas de otras como gritos en el vacío. Átomos vagabundos y muchas veces carentes de esencia o fuerza creativa alguna. Y esto, es muy visible en las actividades humanas contemporáneas, sobretodo en el arte de nuestra época, atomizado y ajeno a cualquier fuerza creativa que destruya de una vez por todas ese consenso estético (muchas veces hueco, sin alma ni compromiso con el oficio del espíritu como es el arte) y se pase de artistas parados en el seno de la individualidad a hombres espiritualmente conscientes de su oficio, de su vida. Una idea es un acto de resistencia, como decía Deleuze. Una idea en el arte nace del artista, y es responsabilidad de este desarrollarla y darle vida, o destruirla y condenarla al olvido. Pero algo sucede con buena parte de las ideas artísticas de hoy, no resisten a nada ni contra nada, nacen en el aislamiento y viven en el aislamiento total de lo que es el mundo. Una cosa son las tradiciones y otra las gentes con las que vivimos, ¿a qué apunto con todo esto? Una tradición nunca debe estar por encima de los hombres, ante todo somos humanos; un juicio estético de un circulo especializado de una sociedad no debe nunca imponerse frente a otras formas de concebir lo artístico. En nuestro caso, un individuo no debe primar frente a los demás, nadie es más que otro ni más que nadie. Otra cosa palpable y perceptible, es que al parecer los artistas de hoy están completamente alejados de una buena parte del público; artistas por y para la crítica, pocos habrán que sean artistas por y para los artistas y muchos menos artistas por y para la humanidad o el universo mismo.    

El artista de vanguardia ha de ser individuo pero solo para consigo mismo, es decir ser como se dijo antes espiritualmente consciente de lo que hace. El artista de vanguardia ha de ser libre a la hora de dar forma y origen a su obra, de imprimirle alma y sentido. No debe depender de ninguna estética, ni tradición, ni consenso social. El artista de vanguardia ha de volverse mítico pero sin hacer parte de la lógica de los mitos que es establecer, el artista de vanguardia rompe los establecimientos, renueva más no preserva. Transformar y resignificar, reproducir y retratar, evocar y tergiversar. Todo esto y muchas otras cosas más puede hacer el artista a la hora de abordar su realidad (la estética, la tradición, los consensos sociales) indudablemente producto del lugar y el tiempo en el que viva, pero el cómo hacerlo es lo que lo hace libre de lo culto. Es una cuestión más de honestidad que de definición, el arte en sí llega a ser indefinible. Es por ello que los juicios estéticos de la crítica no deben hacer mella en el artista, esa estética es propiedad de un consenso social. El arte, no les pertenece, es único del artista y el artista es un ser que se hace universal junto con su arte cuando, efectivamente, crea.


Tiépolo Fierro Leyton, Bogotá 19/11/2014

(Imagen: "Baile en el Moulin Rouge", Henri Tolouse-Lautrec

viernes, 7 de noviembre de 2014

Baudelaire - El arte y la imaginación



“Podría decirse que la insignificancia, la puerilidad, la falta de curiosidad, la calma anodina de la autocomplacencia sucedieron al ardor, a la nobleza y a la turbulenta ambición, tanto en las bellas artes como en la literatura; y que nada, hasta el momento, nos permite esperar floraciones espirituales tan abundantes como las de la Restauración. (...) El artista, hoy y desde ya hace varios años, es, a pesar de su falta de mérito, un simple niño mimado. ¡Cuántos honores, cuánto dinero derrochado en hombres sin alma y sin instrucción! (...) Le suplico, le conjuro, dígame en qué salón, en qué cabaret, en qué reunión mundana o íntima ha escuchado que un niño mimado pronunciara palabras espirituales, o palabras profundas, brillantes, concentradas, que hagan que uno piense o sueñe, en fin ¡palabras sugestivas! Si palabras de ese calibre han sido pronunciadas, seguramente no fue ni un político ni un filósofo quien las profirió, sino algún hombre de profesión extraña, un cazador, un marino, un embalsamador; un artista, un niño mimado, jamás.”

(...)

“Descrédito de la imaginación, desprecio por lo grande, amor (no, esta palabra es demasiado bella), práctica exclusiva del oficio: ésas son, creo yo, en lo que se refiere al artista, las razones principales de su declive. Cuanta más imaginación se posee, mejor debe ser dominado el oficio para acompañarla en sus aventuras y sobreponerse a las dificultades que ella busca con avidez. Y cuanto mejor se posee el oficio, menos necesario es alardear y demostrarlo para dejar que la imaginación brille en todo su esplendor. Es eso lo que dice la sabiduría; y la sabiduría también dice: aquel que posee únicamente habilidad es una bestia, y la imaginación que quiere prescindir de ella es una loca. Pero por tan simples que sean, estas cosas están por encima y por debajo del artista moderno.”

(...)

“Había un campesino alemán que fue a ver a un pintor y le dijo: ‘Señor pintor, quiero que usted haga mi retrato. Me representará sentado en la entrada principal de mi granja, en el gran sillón que heredé de mi padre. A mi lado, pintará a mi mujer con su rueca; detrás nuestro, yendo y viniendo, a mis hijas que preparan nuestra cena de familia. Por la gran avenida a la izquierda llegan mis hijos, aquellos que vuelven de los campos, después de haber llevado a los bueyes al establo; los otros, con mis nietos, hacen entrar las carretas repletas de heno. Mientras contemplo ese espectáculo, no olvide, le suplico, las bocanadas de mi pipa, matizadas por las luces de la puesta del sol. Quiero también que se oigan los sonidos del Angelus que repica en el campanario vecino. Es allí donde todos nos hemos casado, padres e hijos. ¡Es importante que pinte el aire de satisfacción que siento en ese instante del día, contemplando al mismo tiempo a mi familia y mi riqueza incrementada por la labor de una jornada!’ ¡Viva ese campesino! Que, sin sospecharlo, comprendía la pintura. El amor por su profesión había cultivado su imaginación. ¿Cuál es, entre nuestros artistas de moda, aquel que sería digno de ejecutar ese retrato, y cuya imaginación pudiera estar a ese nivel?”



Salón de 1859, Charles Baudelaire

lunes, 3 de noviembre de 2014

Amo la noche



Amo la noche

No la noche que arrullan las ramas
y balsámica con olor de manzanas,
con el efluvio de la flor del naranjo;
oh, no la noche campesina
de piel húmeda y tibia y sana;

no la noche de Tirso Jiménez
que canta canciones de espigas
y muchachas doradas entre espigas;
no la noche de Max Caparroja,
en el valle de la estrella más sola
cuando un viento malo sopla sobre las granjas
entre ráfagas de palomas moradas;
no la noche que lame las yerbas;

no la noche de brisa larga,
hojas secas que nunca caen,
y el engaño de las últimas ramas
rumiando un mar de lejanos relámpagos;
no la noche de las aguas melódicas
volteando las hablas de la aldea;
no la noche de musgo y del suave
regazo de hierbas tibias de una mozuela;
yo amo la noche de las ciudades.

Yo amo la noche que se embelesa
en su danza de luces mágicas,
y no se acuerda de los silencios
vegetales que roen los insectos;
yo amo la noche de los cristales
en la que apenas se oye si agita
el corazón sus alas azules;

El retorno maléfico


El retorno maléfico

Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.

Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda,
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.

Y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petróleo de una mecha
su esperanza deshecha.

Cuando la tosca llave enmohecida
tuerza la chirriante cerradura,
en la añeja clausura
del zaguán, los dos púdicos
medallones de yeso,
entornando los párpados narcóticos,
se mirarán y se dirán: «¿Qué es eso?»

Y yo entraré con pies advenedizos
hasta el patio agorero
en que hay un brocal ensimismado,
con un cubo de cuero
goteando su gota categórica
como un estribillo plañidero.

Si el sol inexorable, alegre y tónico,
hace hervir a las fuentes catecúmenas
en que bañábase mi sueño crónico;
si se afana la hormiga;
si en los techos resuena y se fatiga
de los buches de tórtola el reclamo
que entre las telarañas zumba y zumba;
mi sed de amar será como una argolla
empotrada en la losa de una tumba.

Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros;
bajo el ópalo insigne
de los atardeceres monacales,
el lloro de recientes recentales
por la ubérrima ubre prohibida
de la vaca, rumiante y faraónica,
que al párvulo intimida;
campanario de timbre novedoso;
remozados altares;
el amor amoroso
de las parejas pares;
noviazgos de muchachas
frescas y humildes, como humildes coles,
y que la mano dan por el postigo
a la luz de dramáticos faroles;
alguna señorita
que canta en algún piano
alguna vieja aria;
el gendarme que pita...
...Y una íntima tristeza reaccionaria.



Ramón López Velarde

Baudelaire - De los artistas que buscan sorprender



“El gusto exclusivo por lo Verdadero (tan noble cuando se limita a sus legítimas aplicaciones) oprime y asfixia el gusto por lo Bello. Donde sólo debería apreciarse lo Bello, nuestro público sólo busca lo Verdadero. No es artista, naturalmente artista; filósofo quizás, moralista, ingeniero, amante de las anécdotas instructivas, y todo lo que quieran, pero jamás espontáneamente artista. Siente o, mejor aún, juzga sucesivamente, analíticamente. Otros pueblos, más favorecidos, sienten en seguida, todo a la vez, sintéticamente.”

(...) 

“Hablaba anteriormente de los artistas que quieren sorprender al público. El deseo de sorprender y ser sorprendido es absolutamente legítimo. (...) Toda la cuestión, si me exige que yo le confiera el título de artista o de aficionado a las bellas artes, consiste en saber por medio de qué procedimientos quiere usted crear o sentir el asombro. Como lo Bello siempre es sorprendente, sería absurdo suponer que lo que es sorprendente es siempre bello. Ahora bien, nuestro público, que es singularmente incapaz de sentir la felicidad de la ensoñación o de la admiración (signo de la pequeñez de espíritu), quiere ser sorprendido por medios ajenos al arte, y sus artistas obedientes se conforman a su gusto; quieren impresionarlo, asombrarlo, dejarlo estupefacto mediante estratagemas indignas, porque lo saben incapaz de extasiarse ante la táctica natural del arte verdadero.”



Charles Baudelaire, SALÓN DE 1859

lunes, 20 de octubre de 2014

TRES CORTOS POEMAS, TIÉPOLO FIERRO LEYTON



VIAJE EN FLOTA

Bosa alas de mariposa: Ventanal empañado de madrugada
Ancianas puntas de prado: Alto de Daza
El insecto y la flor separados
el uno del otro por el sueño del viajero.

(Viaje Pasto-Bogotá, 2014)


ALTERACIÓN DE LA ESPERANZA

Estamos, con una tensión alta,
eléctrica, espontánea que revuelve cada
cable que ensordece los muros de cada edificio.
Por fuera la lluvia y acá un plato de
naturaleza muerta: Pan, frío y una flor mecánica.

(Panóptico, 2014)

REMINISCENCIA A LA CLASE DE MATEMÁTICAS

Pitágoras se mortificaba con su 
Endemoniada sinfonía de las esferas.
Esquizofrénico inmundo él,
Más las estrellas parlantes
Que él captaba,
No son hoy más
Que los faros fríos
Del trancón que me aprisiona. 


(Panóptico, 2014)


TIÉPOLO FIERRO LEYTON


*Imagen: Sigur Ros ("Varúð"

viernes, 17 de octubre de 2014

PUSHKIN FRENTE AL MAR



PUSHKIN FRENTE AL MAR

Murmuran los Hermanos de Prometeo:
Asidos contra las montañas, y gritan en su pensamiento: Nuestro nombre. 

Sujetos, con una historia de la que nunca huiríamos,
ni pensando en ello, ni pensando.

¿Y nuestra única esperanza vacila?, radica,
vuela inmersa en el cielo que se cierne sobre estrepitosos mares,
¡Oh tormentoso océano!

Bañado por la niebla y todas las formas del día.
Todos tus vestidos y antifaces, transformista,
diva misma del cosmos.
Las olas, las vísceras mismas que esparcidas en las rocas
al son de unas cuantas letras: Caín se lamenta enconado en las marismas de esta montaña.

Vendrá volando… 
Esperamos y esperanza se irá así,
con un trozo de alma entre las garras.

La borrasca perpetua, el húmedo sensitivo
de las chinches de agua dulce.
Abel sonríe, y su nuca destrozada se sonroja. El Olimpo jamás verá un hombre
más hermoso sobre la tierra.
Jerusalén y Atenas se miran,
torciéndose sus cúpulas una a otra, 
como la mirada del apóstol Pablo curando a los lisiados
bajo la sombra del Partenón.

Y sin embargo en ambos lares, en ambas
tierras que destilan universo, crecen los mismos olivos
con frutos igualmente negros: El cabello de Palas y Salomé, el vello delicioso de Betsabé, la mirada orgásmica de Eurídice. 

El ojo cegado de Polifemo no me resulta distinto,
es familiar y hermanado con la marca burda de Caín.
Y he ahí el posterior silencio y llanto de Ulises,
de apoplejía varado en la isla de Circe.
¡Oh Caín!: Mar tormentoso que vaga dando tumbos
y tanteando la arena con las encías secas.

Y Abel sonríe, surcando la inmensidad del Cáucaso,
estrellándose entre la neblina, arreando las borrascas
contra la playa geológica, rocosa, impávida, majestuosa. 

Abel suelta carcajadas hacía el ojo mismo del huracán, del olimpo,
del elíseo, del paraíso. Es el hombre más dichoso sobre la tierra,
el más hermoso, el predilecto para ser transformado en águila o halcón.
Es él la esperanza misma de redención, hacía el errante hermano que ahora
es presa de las pesadillas prometeicas que con la montaña son una sola forma.

Jerusalén y Atenas se levantan piedra sobre piedra, 
se levantan cada una sobre sus antiguas glorias,
una sobre otra, así sucesivamente hasta 
lograr engendrar la verdadera Babel.

Hermanos de Prometeo, aplastad vuestro nombre a mordiscos
porque Abel es el águila que os devorará las entrañas sucias,
y Caín ese trozo de alma melancólica y culpable que sin perdón alguno
se aleja hacia el horizonte como Odiseo.

Olvidad la Atenas perdida y la Jerusalén prometida,
sed, sed como esa chinche de agua dulce que aquí
frente a mis pies en la playa se deleita de la marea y del sol de otoño.
Procurad como la gaviota y el pescador que sin ser Ulises
también se pierden marchándose hacia el poniente.

TIÉPOLO FIERRO LEYTON
(Panóptico, 2014)

*Imagen: "Pushkin en la costa del Mar Negro", Iván Aivazovsky (1887)

miércoles, 15 de octubre de 2014

VENIR Y SER PURO COMO LAS ROCAS


VENIR Y SER PURO COMO LAS ROCAS


Cimbrar frente al viento que nos da la espalda,
llegar y decantarse hasta alcanzar la quietud máxima.
Todas las palabras y todas las historias residen
en el corazón ígneo de nuestros valles,
en las entrañas perpetuas de las montañas.

Venir y ser puro,
puro sobre el lomo gris
de este corcel que no relincha pero que se
hunde en el fango y en el mar tormentoso.
Arquetipo de calle y callejuela,
que es el apóstol
gritando un no rotundo, tres veces antes del despertar de la rutina,
residente perenne ante la corriente
de todos los ríos.

Encarnadas en la mirada.
Nuestros pies,
tres golpes antes
de que el fuego salte en los aires.

Venir puro como las rocas,
inamovibles en la tragedia.

TIÉPOLO FIERRO LEYTON
(Panóptico, 2014)

*Imagen: "Memoria de un viaje", Rene Magritte (1952)


jueves, 2 de octubre de 2014

La esposa de nuestro amigo

Antes de irse de la reunión, nuestro amigo y su esposa se despidieron de los que hacían el asado: del charlatán y del asador, que estaban en el patio; el patio de la casa de Mario tenía césped verde, dos arbolitos, una parrilla muy bajita, las brasas en un claro de tierra del suelo.
 La esposa de nuestro amigo saludó de lejos, con la mano, a los dos asadores, mientras que su marido, nuestro amigo, se acercó y se puso a charlar con el asador y con el charlatán, ellos le dijeron que todavía no estaba el asado, que se quedara un rato más. Pero nuestro amigo prefirió irse, a lo mejor se lo había pedido su esposa.
  Caminó hacia el coche que los iba a llevar, el coche de un amigo que iba para el mismo lado, en realidad no era un amigo sino un masajista conocido; en el asiento de adelante iba el masajista con su esposa, y al asiento trasero lo ocupaba un tipo de pelo largo. Cuando la esposa de nuestro amigo estaba por subirse al coche, parece ser que el tipo de pelo largo le dice algo; ella se baja, lo insulta. Está fuera de sí. Tanto el masajista como su esposa miran en silencio el suelo. Aparentemente el tipo del asiento trasero era casi un sobrino de la esposa del masajista y los estaba avergonzando; o a lo mejor los avergonzaba la situación; o a lo mejor los estaba avergonzando la esposa de nuestro amigo.
  Nuestro amigo, al ver la situación, montó en cólera;  la esposa o el masajista trabaron las puertas y los esfuerzos de nuestro amigo por abrirlas fueron inútiles. Nuestro amigo apoyó la cara en el vidrio para insultar al pelilargo mientras el coche avanzaba. También golpeó el vidrio varias veces.
 El coche se fue.
 Nuestro amigo y su esposa no quisieron volver a la fiesta, estando tan cerca…,  pero sentían que  los que estábamos en la fiesta los observábamos. Dando la espalda a la casa se alejaron; pero  la casa de ellos estaba muy lejos, tenían que tomar un colectivo y un tren, y era tarde, no tan tarde, pero lo suficientemente tarde.
  Nuestro amigo dice que pasaron la noche entera en una plaza, juntando papeles, y que él levantó un papel en el que había escrita una poesía;  que durante un rato no se hablaron hasta que alguno de los dos sacó el tema que tanto a él lo inquietaba.
 Él, hasta se llegaba a agotar por el miedo de que a ella le pasara algo. Concretamente él vive con miedo de que a ella la violen. Es que ella trabajaba en lugares remotos haciendo asistencia social y a él le viene bien que ella trabaje. Se dice que aquella noche, ella le contó todo, y que él pasó por varios estados de ánimo. En algún momento, él se sentó en un banco y ella lo habrá consolado. Dicen que cuando amaneció, a pesar de que los transportes ya funcionaban,  ellos dos seguían en la plaza.
 Algunas cosas, él, nuestro amigo, nos las contó, mientras estaba sentado en la computadora, nosotros cuatro parados atrás de él, Juan haciéndole un masaje, y los demás atentos a las payasadas que nos mostraba en You Tube.

 Él tiene un poco idealizados los sufrimientos de su esposa; algo así como cuando de noche se tiene miedo a algo que hay que hacer de día, pero que cuando amanece nos damos cuenta de que ese algo no era tan peligroso como pensábamos de noche; yo creo que esa es la situación de nuestro amigo: encerrado en su departamento, en el departamento que su esposa alquila, él siente el miedo al frío, el miedo a madrugar, el miedo a pasar hambre o a tener ganas de hacer caca en plena calle.  A veces tratamos de convencerlo de que afuera no es tan así, de que el hambre no duele tanto; de que el frío, después de un rato de temblar, se pasa; de que el sol de la mañana no es tan feo, aunque algunos del entorno dicen que sí, que el sol es el peor de los hijos de puta, que el sol te destroza la vista, que el sol de la mañana te puede llegar a descomponer, que el sol cuando pega en el colectivo es asqueroso; en fin, a veces tratamos de convencerlo para que salga y trabaje, otras veces tratamos de convencerlo  de que su esposa no corre tanto peligro, pero la mayoría de las veces no decimos nada y vemos videos en la computadora.


lunes, 29 de septiembre de 2014

1951-1971 - Ricardo H. Herrera




1951-1971

Nada, nunca; ni siquiera un recuerdo
que ilumine mi duelo.
Sólo manchas solares, viento,
y un espacio desierto
que tu sangre entenebrece.

Llega la noche cósmica y mi cuerpo
(que fue hermano del tuyo)
rueda yerto, sin vida,
al borde de un camino, en lo ignorado:
pastos y piedras húmedos
de angustia entre las sábanas...

Y allí, en la escena fija de imposible,
al relente lunar sobre el asfalto
abstracto en la planicie
plúmbea como un aguafuerte,
mi mente sola —igual a una lechuza
salida de una cueva de la tierra—
chilla y vuela en redondo
aumentando el vacío,
espiando mis fragmentos dislocados
en el frío silencio planetario


donde una vez te amé.


Ricardo H. Herrera

Soportar el vacío - Ricardo H. Herrera



Soportar el vacío

El agua golpeando las hojas,
el fruto pendiendo entre espinas,
las bestias pastando en la lluvia.
Y una pared, una ventana, una silla.

La percepción se derrama en estar
—como un cielo nublado, soñado
adentro de un cuerpo dormido—
y asoma su atención, en la quietud
que la vuelve irreal,
igual a aquellas ramas de araucaria
que vi al borde del camino, en el Neuquén,
llegando hacia la noche a Aluminé:
los troncos invisibles, perdidos en la niebla;
sólo sus brazos oscilando en la ceguera
(y yo pasaba en la luz fantasmal,
por primera vez supe que pasaba
y que ya nunca volvería a la tierra)...

La áspera nada manante, el silencio espectral;
manchas sonoras de la duración
extinta, tan extrañas
como una aureola vinosa en el papel
en donde escribo,

tan parecidas a esta espera:
la de mi soledad mirando el fuego
en la garganta oscura del hogar
avivar el estaño, las sombras cambiantes,
los azulejos blancos con destellos de sangre
en la cocina de campo.

No huele el tiempo, su agua que gotea
indiferente, monótona, afuera.
Extrañeza punzante
que en la mente se queda
resonando como el sonido opaco
de mis pasos perdidos
(¿o es el eco incorpóreo
de lo que dudó de sí mismo
y ya ha desaparecido?)...

Tal vez de un lago gélido,
tal vez desde unas piedras
avienta y esparce mi largo silencio

la hojarasca blanca de esta desnudez.


Ricardo H. Herrera

sábado, 16 de agosto de 2014

Temblor de primavera



Temblor de primavera

No hay mal suficiente cometido
detrás de esta petrificación
frente a tu cuerpo, para mí vedado,
o tu rostro —blanco, rojo y blanco:
cambiar repentino de la pureza
que nos arrasa, entre palabras podridas...
—lianas que se forman sobre tu boca.

Pero de tus mejillas vuelve
un ángel
y un eco que me atrapa:

nunca maté animales
sumidos en la crianza, puros
o engordados;
ni encendí la hoguera de los niños enfermos;
ni compré vino; o sometí esposas; pero
todo el color oscuro de ser hombre
recae sobre mí, cálidamente,
al llamar con ojos en tu altar de uñas
o soplar, desde lejos,
una pestaña tuya desprendiéndose.

¡No me mates! Si pudiera agarrarte la cintura
y romper la línea que cruza tu tronco, mojarte
la boca con lento pincel de amianto, esfumaría,
así, este dolor de vidrio
amurado... de vena de esquirla:
la sangre coagulada de la estación primera.


No me mate
el rayo de tu gracia, ¡tampoco!.
Al borde de tu mano resplandecen
lágrimas de miedo.
En la inminencia de las líneas de tu rostro,
un tesoro
enciende sus metales
hasta tiznar la piedra perfumada.


—Campanas que baten... —¡Soy yo!:
muero en el aire alrededor de tu pelo.


—Murciélagos chillando... —¡Soy yo!:
cantando una recta perdida en tu desplazamiento.


Un ala dura de mármol
se abre
en gesto amenazante.
Perecer bajo esa ala
es un sarcófago de miel para las abejas:
¡cima!, ¡inmovilidad profunda!.


—¡Soy yo! ¡yo soy el insecto!



¡Qué rayo templado de hielo en la dureza de tu pecho!



Franco Bordino


jueves, 14 de agosto de 2014

RENÉ DAUMAL: El recuerdo determinante



Lo sucedido es imposible de contar. Varias veces intenté transmitirlo, después de diez largos años de que se produjera. Quisiera, de una buena vez, usar todos mis recursos de lenguaje para contar, por lo menos, todas las circunstancias externas e internas. Este hecho es una certeza adquirida por accidente a los diecisiete o dieciocho años, y su recuerdo orientó lo mejor de mí hacia la búsqueda de los mejores medios para recobrarla durablemente.
Mis recuerdos de infancia y de adolescencia están jalonados por una serie de tentativas de llegar a tener una experiencia del más allá, y esta secuencia de ensayos, realizados azarosamente me condujo a la experiencia fundamental de la que hablo. A los seis años, sin que ninguna creencia me fuera inculcada, el problema de la muerte se presentó ante mí en toda su desnudez. Pasé noches atroces arañándome el vientre y agarrado a mi garganta por la angustia de la nada, del “más nada de todo". A los once años, una noche, aflojando mi cuerpo aplaqué el terror y la revuelta de mi organismo ante lo desconocido, y un sentimiento nuevo nació en mí, esperanza y anticipo de algo imperecedero. Pero quería más, ansiaba una certeza. A los quince años comencé mis búsquedas imperecederas, sin dirección y un poco al azar. No pudiendo hallar el medio de experimentar la muerte—mi muerte—intenté estudiar el sueño, suponiendo una analogía entre aquélla y éste. Intenté, por diversos procedimientos, ingresar despierto al estado de sueño. La empresa es menos rigurosamente absurda de lo que parece, sin embargo, es peligrosa en varios aspectos. No pude proseguirla mucho más; la naturaleza me dio serias advertencias sobre los peligros que corría. Un día decidí entonces enfrentar el problema mismo de la muerte: pondría mi cuerpo en un estado lo más cercano posible a la muerte fisiológica, pero empleando todos mis esfuerzos en quedar despierto y en anotar todo lo que se presentase ante mí. Tenía a mano el tetracloruro de carbono que utilizaba para disecar los coleópteros que coleccionaba. Sabiendo que sus efectos se asemejan químicamente a los del cloroformo—más tóxico que este—esperaba poder regularlo de un modo más cómodo: en el momento en que se produjese el síncope, mi mano volvería a caer con el pañuelo sostenido bajo mi nariz, empapado con el líquido volátil. En consecuencia, repetí la experiencia en presencia de amigos dispuestos a prestarme ayuda en caso de que fuera necesario. El resultado fue siempre exactamente el mismo: sobrepasó y perturbó mis expectativas haciendo estallar los límites de lo posible y arrojándome brutalmente a otro mundo.
Manifestaba en principio los signos ordinarios de la asfixia: latidos en las arterias, zumbidos, ruidos de bomba en las sienes, resonancia dolorosa del más mínimo sonido exterior, parpadeos de luz; luego sentía que todo aquello se volvía serio, que el juego había terminado, y recapitulaba toda mi vida hasta ese día. Si había una ligera angustia, ella no se distinguía de un malestar corporal del que mi intelecto se encontraba libre, repitiéndose a sí mismo: ¡cuidado! ¡No te duermas, es el momento de tener los ojos abiertos! Los fosfenos que danzaban delante de mis ojos cubrían rápidamente todo el espacio, al que llenaba el ruido de mi sangre; ruido y luz llenaban el mundo y no constituían más que un ritmo. En aquel momento no tenía ya uso de la palabra, ni de la palabra interior; el pensamiento iba demasiado rápido como para arrastrar las palabras con él. Noté, al instante, que tenía siempre el control de la mano que tenía el pañuelo, que percibía correctamente siempre el lugar donde mi cuerpo estaba, que entendía las  palabras pronunciadas cerca de mí, que percibía el sentido— más bien objetos, palabras y sentido de los palabras, de repente, carecían de significación, como a las palabras que se repite durante mucho tiempo, y que parecen muertos y extraños en la boca: se sabe lo que significa la palabra “mesa”, se la podría usar correctamente, pero no evoca ya por completo a su objeto. Entonces, todo lo que en mi estado ordinario era para mí el mundo, seguía siempre ahí, pero como si bruscamente se lo hubiera vaciado de su substancia; no era más que una fantasmagoría a la vez vacía, absurda, precisa y necesaria. Y este mundo aparecía asimismo en su irrealidad porque bruscamente estaba inmerso en otro mundo, intensamente más real, un mundo instantáneo, eterno, una hoguera ardiente de realidad y evidencia en la que estaba lanzado como una mariposa turbulenta en la llama. En este momento, apareció la certeza, y es aquí donde la palabra ya debe contentarse con girar alrededor del hecho.
¿Certeza de qué? De que las palabras son pesadas, lentas, demasiado flexibles o demasiado rígidas. Con esas pobres palabras, no puedo emitir más que proposiciones imprecisas, mientras que mi certeza es para mí el arquetipo de la precisión. Todo lo que de aquella experiencia resta pensable y formulable en mi estado ordinario, es más que esto—pero me jugaría la cabeza a que tuve la certeza de la existencia de otra cosa, de un más allá, de otro mundo o de otra suerte de conocimiento; y, en ese momento, conocía directamente, sentía ese más allá en su realidad íntima. Es importante repetir que, en el nuevo estado, percibía y comprendía muy bien el estado ordinario, éste estaba contenido en aquél, como la vigilia comprende los sueños, y no al revés, esta relación irrepetible, prueba la superioridad (en escala de realidad, o de conciencia) del segundo estado sobre el primero (estado ordinario). Pensaba netamente: “ahora mismo voy a ser reenviado a lo que llamo el “estado normal” y quizá el recuerdo de esta espantosa revelación se ensombrezca, pero es en este instante que veo la verdad”. Pensaba sin palabras y acompañado por un pensamiento superior que me atravesaba, que se pensaba a su vez, por así decirlo, dentro de mi substancia con una velocidad tendiente a lo instantáneo. Estaba atrapado desde toda la eternidad, precipitado a la aniquilación siempre inminente con una velocidad acelerada a través del mecanismo terrorífico de la Ley que me negaba. “Eso es, es esto”—tal era el grito de mi pensamiento. Debía, bajo pena de lo peor, seguir el movimiento; era un esfuerzo terrible y cada vez más difícil, pero estaba forzado a hacer ese esfuerzo, hasta el momento en que cedí cayendo sin dudas en un muy breve estado de síncope; mi mano soltaba el pañuelo, inhalaba aire y me quedaba, por el resto del día, atolondrado y estúpido, con un fuerte dolor de cabeza.
“Voy ahora a intentar delimitar la certeza indecible por medio de imágenes y conceptos. Es necesario entender que, en principio, en relación a nuestro pensamiento ordinario, esta certeza es de un grado superior de significación. Estamos acostumbrados a servirnos de imágenes para significar conceptos; así por ejemplo, la imagen de un círculo, nos sirve para comprender el concepto de círculo. En este caso, el concepto mismo no es ya el término final, la cosa a significar: el concepto—la idea en el sentido ordinario del término—es él mismo signo de algo superior. Recuerdo que en el momento en que la certeza se me revelaba, mis mecanismos intelectuales seguían funcionando: imágenes se formaban, conceptos y juicios se pensaban, pero sin ser obstruidos por palabras, lo que daba al proceso una velocidad y simultaneidad a menudo experimentada en momentos de gran peligro, como en el curso de bajada de una montaña.
Las imágenes y conceptos que voy a describir estaban presentes en el momento de la experiencia, a un nivel de realidad intermedio entre la apariencia del mundo exterior cotidiano y la certeza misma. Sin embargo, algunas imágenes y conceptos se deducen de una fabulación ulterior, debido a que en cuanto quise contar la experiencia a otros y primeramente a mí mismo, me vi obligado a emplear palabras, o sea, a desarrollar algunos aspectos implícitos de las imágenes y los conceptos.
Comenzaré por las imágenes, si bien imágenes y conceptos se dieron simultáneamente. Son tanto visuales como sonoras. Las primeras se presentaban como un velo de fosfenos, más real que el “mundo” del estado ordinario, al que podía percibir a través de éste. Un círculo rojo y negro partido a la mitad inscripto en un triángulo partido del mismo modo, el medio-círculo rojo estando en el medio-triangulo y viceversa; y el espacio entero era divisado indefinidamente así en círculos y triángulos inscriptos los unos en los otros, distribuyéndose y moviéndose, convirtiéndose los unos en los otros de un modo geométricamente imposible, es decir, no representable en el estado ordinario. Un sonido acompañaba el movimiento luminoso, y de repente me daba cuenta que era yo quien producía el sonido; era casi ese mismo sonido, cuya emisión entretenía mi existencia. El sonido se expresaba mediante una fórmula que debía repetir cada vez más rápido para seguir el movimiento; la fórmula (cuento los hechos sin intentar disfrazar su absurdidad) se pronunciaba aproximadamente: “Tem gwef tem gwef dr rr rr” con acento tónico sobre la segunda “gwef”; la última sílaba, confundiéndose con la primera, daba un impulso perpetuo al ritmo, que era, lo repito, el de mi propia existencia. Sabía bien que, en cuanto todo fuera demasiado rápido para poder seguirlo, se produciría la espantosa revelación. Estaba siempre infinitamente cerca de suceder, y en el límite… no puedo decir nada más sobre eso.
En cuanto a los conceptos, giran ellos en torno a una idea central de identidad: todo gira del mismo modo al instante, expresándose en esquemas espaciales, temporales, numéricos—esquemas presentes al mismo tiempo, pero cuya diferenciación en categorías y expresiones verbales son, por supuesto, posteriores.
El espacio en que las representaciones tenían lugar no era euclidiano, puesto que es un espacio tal que toda extensión indefinida a partir de un punto de partida retorna a tal punto; creo que esto es lo que los matemáticos llaman “espacio curvo”. Proyectado sobre un plano euclidiano, el movimiento puede ser descrito así: sea un círculo inmenso, cuya circunferencia es reenviada al infinito, perfecta, pura y homogénea—excepto en un punto: pero de hecho, ese punto se ensancha en un círculo que crece indefinidamente, rechazando su circunferencia al infinito  confundiéndose a veces con el círculo original, perfecto, puro y homogéneo—excepto en un punto, que se expande en un círculo…y así sucesivamente, de modo perpetuo y, a decir verdad,   instantáneamente, puesto que a cada instante en que la circunferencia es rechazada al infinito, simultáneamente reaparece como punto; no un punto central, eso sería demasiado bello; sino un punto excéntrico, que representa a la vez la nada de mi existencia y el desequilibrio que esta existencia, por su particularidad, provoca en el círculo inmenso del Todo, que a cada instante me anula en pos de reconquistar su integridad (que en sentido estricto, jamás ha perdido: soy yo quien siempre está perdido).
“En relación con el tiempo, es un esquema perfectamente análogo, y el movimiento de retorno al origen de una expansión indefinida debe ser entendido como duración (una duración “curva”) al igual que en el espacio: el último es perpetuamente idéntico al primero, todo vibra simultáneamente al instante, y es solamente por necesidad de representar las cosas en nuestro “tiempo” ordinario que debo hablar de una repetición indefinida: lo que veo, lo que vi, lo que siempre veré, todo recomienza idénticamente a cada instante—como si mi existencia particular y rigurosamente nula fuera, en la substancia homogénea de lo Inmóvil, la causa de una proliferación cancerosa de momentos.  
En relación al nombre, del mismo modo, la multiplicación indefinida de puntos, círculos, triángulos, resulta instantáneamente de la Unidad regenerada, perfecta excepto yo, y ese excepto yo desequilibrando la Unidad de Todo engendra una multiplicación indefinida e instantánea tendiente a confundirse inmediatamente con el límite, con la unidad regenerada, perfecta excepto yo…y todo recomienza en su sitio y en un instante, sin que el Todo sea realmente alterado.
Sería conducido a las mismas expresiones absurdas si siguiera intentando atrapar la certeza en la serie de las categorías lógicas; bajo la categoría de causalidad, por ejemplo, la causa y el efecto se implican y explican a cada instante, pasando el uno por el otro a causa del desequilibrio que produce en su identidad substancial el vacío, el agujero infinitesimal que soy.
Bastante dije sobre eso como para que se comprendiera que la certeza de la que hablo es a la vez matemática, experimental y emocional; matemática—o más bien matemático-lógica—; por matemática debe entenderse, indirectamente, la descripción conceptual que acabo de intentar y que, abstractamente, puede resumirse así: identidad de la existencia y de la no existencia de lo finito en lo infinito; experimental, no sólo porque la certeza esté fundada en una visión directa (lo que sería observación y no forzosamente experiencia), no sólo porque la experiencia pueda ser repetible, sino porque ella es experimentada a cada instante por mi lucha por “seguir el movimiento” que me anulaba, repitiendo la fórmula con la que me nombraba a mí mismo; emocional, porque en todo esto—y aquí radica el centro de toda mi experiencia, se trata de mí. Veía mi nada cara a cara, o más bien mi aniquilación perpetua en cada instante, aniquilación total pero no absoluta: los matemáticos me comprenderán si digo "asintótica".
Insisto en ese triple carácter de la certeza a fin de prevenir en el lector tres tipos de incomprensión. Primeramente quiero evitar a espíritus vagos la ilusión de comprenderme, para responder a mi certeza matemática, más que a sentimientos vagos del más allá. En segundo término, impedir a los psicólogos, y especialmente psiquiatras, de tomar mi testimonio no como un testimonio, sino como manifestación psíquica interesante para estudiar y explicable por lo que ellos creen su “ciencia psicológica”, y es para volver vanas sus expectativas que insisto sobre el carácter experimental (y no simplemente introspectivo) de mi certeza; en fin, el corazón mismo de la certeza, el grito: “Soy yo esto, es de mí de lo que se trata”, este grito debería espantarlos de querer, de un momento a otro, tener la misma experiencia; les advierto que la experiencia es terrible, y si quieren precisiones sobre los peligros, pueden consultarme en privado, no hablo de los peligros fisiológicos (que son muy grandes), porque si así fuera, mediante la aceptación de graves enfermedades o imperfecciones, o de un acortamiento muy perceptible de la duración de la vida física, se pudiera adquirir una certeza, esto no sería un costo demasiado alto; no hablo solamente del riesgo real de la locura o del agotamiento definitivo, del que escapé sólo por un hecho extraordinario del que no puedo hablar por escrito. El riesgo es muy grave, y la historia de la mujer de Barba azul lo ilustra bien; ella abre la puerta de la habitación prohibida, y el espectáculo de horror que la atrapa la marcará como un fierro rojo en lo más profundo de sí misma. Después de la primera experiencia, por cierto, estuve varios días en estado de “desprendimiento” de todo lo que ordinariamente se llamase real: todo me parecía una absurda fantasmagoría, ninguna lógica podía convencerme de qué había sucedido, estaba dispuesto a seguir, como una hoja al viento, sin importar el impulso interior o exterior, y esto hace suponer los “actos” (si se puede decir) irreparables—nada teniendo más importancia para mí. Repetí la experiencia, siempre obteniendo los mismos resultados; o antes bien, era el mismo momento, el mismo instante reencontrado, coexistiendo eternamente al desarrollo ilusorio de mi duración. Habiendo visto el peligro, dejé de hacer las pruebas. Un día, varios años después fui anestesiado, para una pequeña intervención quirúrgica, con protóxido de nitrógeno; fue lo mismo, el mismo instante único reencontrado—esta vez, en verdad, hasta el síncope total.
“Mi certeza, por cierto, no necesitaba confirmaciones exteriores, sino que fue ella la que me alumbró de repente los sentidos respecto de toda suerte de relatos que otros hombres han querido hacer sobre la misma revelación. En efecto, supe pronto que no era un caso aislado y patológico en el cosmos. Varios colegas intentaron hacer las mismas experiencias. Para la mayor parte, no pasó nada, excepto los fenómenos ordinarios que preceden la narcosis. Dos entre ellos llegaron un poco más lejos, pero experimentaron sólo las imágenes bastante difusas de un profundo pasmo; uno decía que era como los carteles de publicidad de algún aperitivo, en la que había dos mozos de café llevando botellas con etiquetas en las que dos mozos llevan botellas con etiquetas en las que… el otro, ahondando dolorosamente en su memoria, intentaba explicarme: “Ixian, Ixian i…Ixian Ixian i” lo que traduciría en su lengua mi: “Tem gwef tem gwef dr rr rr…”. Pero el tercero conoció exactamente la misma realidad que yo, nos faltó sólo una mirada para saber que habíamos visto la misma cosa. Era Roger-Gilbert-Lecomte, con quién yo habría de dirigir la revista Le Grand Jeu, cuyo tono de convicción profunda no era sino el reflejo de nuestra certeza común; y estoy seguro que aquella experiencia determinó tanto mi vida como la suya, si bien en un sentido diferente.
Y poco a poco descubrí en mis lecturas testimonios de la misma experiencia, ya que tenía la clave de esos relatos y descripciones, de los que antes no podía suponer su relación con una única y misma realidad. William James habla de ello. O. V. de L. Milosz, en su Épître à Storage, de hecho, en un relato que me impactó por los términos que emplea, y que encontraba en mi boca. El famoso círculo del que habla un monje de la Edad Media, y que vio Pascal (pero, ¿quién lo vive y quién habla de eso primero?) deja de ser para mí un fría alegoría, supe que él había tenido una visión devorante de lo que había visto yo también. Y, más allá de los testimonios humanos, más o menos complejos (no es de verdadero poeta  que encontraba al menos un fragmento), las confesiones de los grandes místicos, y, más allá aún, ciertos textos sagrados de diversas religiones, me dieron la confirmación de la misma realidad; a veces en forma terrorífica, cuando es percibida por un individuo limitado, que no se ha vuelto capaz de percibirla, quien, como yo, intentó ver el infinito por el agujero de la cerradura y se halló frente a la armonía de Barba azul, a veces bajo la forma apacible, plenamente feliz e intensamente luminosa, que es la visión de los seres que realmente se han trasformado y pueden verla, a la realidad, frente a frente, sin ser destruidos.  Pienso, por ejemplo, en la revelación del Ser divino en el Bhagavad-Gîtâ, en las visiones de Ezequiel o en las de San Juan en Patmos, en ciertas descripciones del Libro de los Muertos tibetano (Bardo Thödol), en un pasaje del Lankâvatara-Sûtra… 
No habiéndome vuelto loco definitivamente, poco a poco comencé a filosofar sobre el recuerdo de esta experiencia. Y habría zozobrado en mi propia filosofía si, en el momento necesario, alguien no se hubiera puesto en mi camino para decirme: hay una puerta abierta, estrecha y de duro acceso, pero una puerta al fin, y es la única para vos.

Traducción de Juan M. Dardón y Adrian Bollini