Sobre el Hombre Topo

SOBRE EL HOMBRE TOPO:

Somos un grupo de producción literario e intelectual definido por su obsesión por la crítica cultural, la escritura, el cine, la filosofía y la traducción. Esperamos difundir ideas, textos, traducciones, fragmentos inteligentes de una luz no tan lejana.
Escriben en esta revista: Franco Bordino, Matías Rano, Gustavo Roumec, Tiépolo Fierro Leyton, Juan M. Dardón, Tomás Manuel Fábrega y Xabier Usabiaga.

viernes, 6 de junio de 2014

Amémonos siempre como los bárbaros que hemos sido (Tiépolo Fierro Leyton)




Amémonos siempre como los bárbaros que hemos sido


Los bárbaros de Asia.
Así nos vemos ante la mirada asqueada
de los volúmenes de Platón y Esquilo, ellos estáticos y frotando sus barrigas de papiro.
En frente de sus calvos ojos se agitan las piedras calcinadas de amor, y los toros
que entre nuestro pueblo alados vuelan,  en la Creta ajena expiran
                                                              su viscosa sangre que agoniza endureciéndose en el suelo.
Más nosotros nos empapamos de mirra,
ablandándonos entre la yerba humedecida.   

Estamos sobre una alfombra persa y
te me manifiestas como un mar color de bronce, por donde andariego pinto con mis cejas
las columnas sacras de Persépolis ,la ruina misma de Palas
                                                               y el triunfo de la barbarie.

Y te voy…
                … en chalupa o en galera,
entre las rocas secas y el marfil de tus mordiscos.

Vuela el halcón y el buitre,
por sobre las ruinas delgadísimas de la Apadana sus garras se clavan.
Su sombra se proyecta angustiosa,
vuela el viento y el fuego eterno aviva.

El ámbar asciende al cielo,
desde cada uña de tus pies hasta la
mirada hambrienta que te ancla
a estas tierras:
                    “…No hay marea más perfecta, ¿no hay danza acaso entre tus manos
                                                                                 y la velleza de mi blando vientre?...”
Ruge el Santur,
Como preludiando la batalla,
Como anunciando a las almas que se dispondrán a bailar con las nubes.

Y,  ¿para estos días aciagos que querrás…?
¿Será Pan o cítara?
¿O de pronto Jardín o tormenta?

Me aseguraré de contemplar y garabatear en mi boca
las flores anestesiadas esas, las de tu vestido
que ondeará quieto…
                                    …Cuando te detengas un instante,
                                       serena o por lo menos perdida a levantar tu rostro, como el pezón virgen
                                        que se yergue ante el chubasco ingenuo de babas y trozos
                                                                     perfumados de margarita.

¿Qué buscarás?
¿Qué escudriñarás entre las canas ladrilludas de estas nuestras montañas?
    
Por ahora tus prendas gravitan erráticas y en silencio, mezcladas de facturas de teléfono y con las apostólicas chanclas venidas de la ducha.
                                    Sobre las
                                    gotas confundidas, exhaustas y salinas que escurrieron
                                                                                  de algún rincón de tus dedos
                                                  el polvillo acumulado de las esquinas bibliófilas
                                                                       nos invitará a jugar, a ser partícipes
                                                                     de la diáspora  alegre que le remeda
                                           a una flor de diente de león, o mejor aún a la arena
arremolinada y enfurecida que hace siglos en la Bactriana golpeaba a las soberbias huestes              alejandrinas.

Porque de aquellos libros de rosas y aves y nieve y jazmín, ninguno sobrevivió ante la ira
sofista de esos que odiaron a los hijos de Kurash II el grande.

Por eso miro de nuevo hacia las páginas inmóviles de la Hélade, numerosas
en la biblioteca, en medio del Hamlet y alguna correría del César.
Y miro las chanclas bañadas,
junto a la ropa esparcida como el sándalo.
 
Una sencilla gota que descansa como un puente,
entrelaza la curva de tus nalgas
y el pasado místico de oriente.
He ahí el mar, he ahí el panóptico de tu alma
que crepita, mientras yo por  detrás
Te digo quedamente:
“… Amémonos siempre como los bárbaros que hemos sido…”



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